Gaza y la lista de Schindler
Hace 30 años, en 1994, se estrenó la película “La lista de Schindler”, del director sionista norteamericano Steven Spielberg, basada en hechos reales ocurridos durante la II Guerra Mundial. Se trata de la historia del empresario alemán Oskar Schindler, quien poseía una fábrica en Polonia bajo la ocupación nazi, en la cual emplea a muchos judíos. Con el transcurso del tiempo, percibe que aquellos judíos que trabajan para él se libran de ser enviados a los campos de concentración, donde muy probablemente encontrarán la muerte. Es así como crea listas de judíos que somete a la consideración de la jefatura nazi, para que se les permita trabajar para él.
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Aparte de estar basada en hecho reales, esta película posee un sesgo propagandístico que probablemente pasa inadvertido para la gran mayoría. En efecto, ella se desarrolla en su totalidad en blanco y negro, en concordancia con el drama que implica el Holocausto que está en pleno desarrollo. Pero una vez finalizada, aparece una corta escena, en colores, en la cual se ve a un pelotón de soldados israelíes izando la bandera de su país.
A mi entender, el mensaje propagandístico es clarísimo: durante el Holocausto todo es oscuridad, pero al final surge la luz, representada por el Estado de Israel y su ejército, los cuales garantizarán que el citado hecho histórico no vuelva a repetirse. Básicamente, es un mensaje de claro tinte político, mediante el cual se pretende reafirmar la legitimidad de la creación del Estado de Israel.
Por otro lado, creo importante destacar una escena de esta película, que me pareció francamente obscena, porque sólo podía ser concebida por una mente retorcida. En ella se muestra a un oficial nazi a cargo de un campo de concentración, que posee su habitación en un segundo piso, desde el cual tiene buena visual sobre el campo. Este oficial, después de pasar una muy agradable noche con su amante, se despierta en la mañana y, luego de desperezarse, coje su fusil y dispara al azar en contra de los internos.
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Pues bien, jamás imaginé que dicha escena podría tener lugar en la realidad, puesto que para eso sería necesario que su protagonista hubiese perdido hasta el último vestigio de humanidad. Sin embargo, 30 años después, he podido contemplar a través de las noticias de Al Jazeera desde Gaza y de las declaraciones grabadas de los propios francotiradores israelíes, cómo ellos apuntan a mansalva en contra de civiles palestinos desarmados y los ejecutan sin el menor titubeo.
No importa si son niños, mujeres o ancianos.
Y también sabemos, por esas mismas declaraciones, que lo hacen sin el menor remordimiento. “No hay inocentes en Gaza” es una justificación común repetida incluso por miembros del gobierno y parlamento israelí. Sin ir más lejos, el vicepresidente del parlamento israelí, Nissim Vaturi, aseguró que “quienquiera que recibió una bala, probablemente la merecía”. ¿Catorce mil niños palestinos merecían una bala?
No cabe duda de que el sionismo ha convertido a los soldados israelíes en frías máquinas de matar, sin el menor atisbo de humanidad, y esto es fruto del odioso adoctrinamiento que reciben desde pequeños en las escuelas: “Los palestinos son animales humanos”, es la consigna que reciben desde su gobierno. Parece increíble, por tratarse de seres humanos, pero la mayoría de los israelíes están inmunizados en contra del dolor de los no judíos, como muy bien lo diera a entender el periodista israelí Gideon Levy.
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La conclusión que podemos extraer de este genocidio, es que aquellos que durante 78 años han pregonado el Holocausto, han demostrado que ellos también son capaces de cometer las mismas o peores atrocidades que aquellas sufridas por sus predecesores. Y finalmente, no puede dejar de mencionarse la bien documentada opinión del catedrático judío norteamericano Norman Finkelstein, el cual en su libro “La industria del Holocausto” plantea mediante numerosos ejemplos cómo el sionismo ha rentabilizado este triste hecho histórico, convirtiéndolo en un muy buen negocio.