Series de TV ochenteras ante la omnipresente corrupción
Tanto en el cine como en la televisión de la década de los 80´ abundaban los guiones donde el protagonista, un típico adolescente de secundaria, llega a vivir a un pueblo estadounidense. Al poco tiempo se percata que hay vampiros entre sus compañeros de liceo, profesores y vecinos de barrio. Sospechando que las autoridades de su entorno más cercano son también chupasangre, el joven acude al sheriff del pueblo y para sorpresa de él no solo dicho policía es un vampiro, sino además es el jefe de todos ellos.
Estos clásicos de los géneros fantásticos en la cultura popular daban cuenta de que el vampirismo ocupaba todo el ecosistema del protagonista, haciendo que cualquier recurso ante la instituciones para combatir dicho mal fuera una acción absolutamente estéril, pues ellas ya estaban capturadas por los príncipes de la oscuridad. Con algo de suerte, talento y la ayuda de su polola; el joven protagonista evade la vía institucional y se las arreglaba para salir victorioso frente a la ubicuidad de los vampiros.
“Hay que dejar que las instituciones funcionen”. En efecto, aun cuando ellas estén a cargo de vampiros, hombres-lobo y toda clase de seres abominables; hay que hacer lo indicado por aquel Presidente y que posteriormente fue repetido hasta el cansancio por otras autoridades chilenas como si fuese un mandamiento. Pues bien, a diferencia del protagonista de la serie de televisión gringa que elude un vampirismo arraigado en las más altas esferas del poder, un chileno normal en su realidad no tiene la habilidad para evadir instituciones corruptas y por lo tanto es muy probable que sucumba ante las injusticias cuando a ellas se les deja funcionar.
Y si algunas series de TV ochentera mostraban una corrupción omnipresente, ellas mismas se hacían cargo de indicar maneras de escapar de sus dañinos efectos. Tal es el caso de Los Magníficos y de los Dukes de Hazzard, ambas series que en Chile alcanzaron alta sintonía durante la primera mitad de la década de los 80.
Los Magníficos trataba sobre cuatro excombatientes de Vietnam y actuales fugitivos que prestan sus servicios profesionales para resolver dificultades de gente sencilla y honesta ocasionadas por poderosas maquinarias corruptas integradas por altas autoridades. Ellos, actuando al margen de la institucionalidad socorren al débil tal como lo indicaba la obertura de cada capítulo, emitido en horario nocturno: “Hace diez años un tribunal militar condenó a prisión a unos comandos por un crimen que no cometieron. Esos hombres escaparon del presidio y se instalaron clandestinamente en Los Ángeles. Hoy, aunque el gobierno los busca, si alguien tiene un problema, necesita ayuda y puede localizarlos; tal vez pueda contratar a Los Magníficos”.
Los Dukes de Hazzard trataba sobre dos primos que luchan contra los abusos que ocurren en el condado estadounidense de Hazzard, el cual está a cargo de autoridades municipales y policiales corruptas. Dichos primos fueron encarcelados por contrabandear licor y actualmente gozan de libertad condicional. Cada capítulo comenzaba en horario vespertino con la misma canción en inglés donde una de las estrofas al traducirse decía esto: “Haciéndolo a su manera, de la única forma que se sabe hacer. Eso es sólo un poco más de lo que la ley permitirá. Son sólo dos buenos chicos, que no cambiarían aunque pudieran. Están luchando contra el sistema como dos modernos Robin Hoods”.
Tanto Los Magníficos como Los Dukes de Hazzard tenían similitudes en cuanto a exponer mucha acción, una dosis de humor y finales felices sin muertos en todos los episodios. Pero lo más notorio fue que en ambas series los protagonistas eran unos parias institucionales que al desconfiar de ese cuadro regulatorio, podían burlarlo sin ser inmovilizados alcanzando los objetivos propuestos en un entorno esencialmente adverso.
Transcurridos ya casi cuarenta años de la emisión original de estas series de TV emerge la legítima pregunta de qué aporte pueden tener si ellas ahora se re-emiten a un público integrado por personas que durante las lejanas temporadas ochenteras ni siquiera había nacido.
El primer provecho es un alivio ante el tormento que experimentan quienes comprenden los horrores de habitar un ecosistema corrupto por cuanto en ambas series todo ese turbio ambiente era tomado sin mayor pesar. Los protagonistas siempre exponían los mejores estados de ánimo, pese a que la institucionalidad les mostraba la peor de sus caras.
El segundo provecho es el incentivo a jugar con reglas distintas a las que impone la institucionalidad corrupta por cuanto ya están configuradas para hacer perder a quien se someta a ellas. Los protagonistas siempre encontraban vías alternativas para concretar sus proyectos.
Es decir, una re-emisión de varios de los episodios fantásticos pueden servir como una especie de manual para enfrentar realidades. Tal vez ahora un espectador ante estas series pueda comprender lo inútil que es encargarle la fabricación de estacas de madera a una organización de vampiros. Si llegaran a manufacturar dichas estacas, con total seguridad serán romas y de plumavit.