"Iniciamos este lunes cantando": El dilema de lo cívico en la Escuela
La Cámara de Diputados aprobó, hace unos días, la idea de legislar un proyecto de ley que "restituye" en los establecimientos educacionales "la tradición" de entonar el himno nacional e izar la bandera, al menos un lunes de cada mes, en un acto con participación de las y los estudiantes.
En un país donde las tradiciones son un soporte de nuestra idiosincrasia, ideas como estas no parecen ser tan descabelladas. Y es que, si miramos la historia de la educación en Chile la escuela, al menos hasta el siglo pasado, fue vista como 'la expresión de la civilización' y la base en donde se construye la ciudadanía. De allí que, actos como el canto del Himno Nacional, el izamiento del pabellón patrio a cargo de una pareja de estudiantes, o el tomar distancia en la fila, eran parte del quehacer educativo.
En consecuencia, la escuela fue cargada de simbolismos que sirvieron como sinónimo de valores y principios nacionales, los que, además, fortalecieron esa idea decimonónica de pertenencia a una sola nación. En efecto, si dentro del aula las efemérides fueron la herramienta para que, desde el currículum, se potenciara la idea de nación y del buen ciudadano; en los pasillos y patios escolares, serán los emblemas patrios aquellas "tradiciones" que darán realce al sentimiento patriótico.
Un ejemplo de esto se puede rastrear en julio de 1974, mes en el que un oficio llegaría a todas las escuelas y universidades del país, ordenando que, con ocasión de la celebración del Día de la Bandera, todos los estudiantes debían usar una pequeña cinta tricolor en la solapa como símbolo de unidad nacional.
El problema de este proyecto es que, en nuestro sistema educativo, los retos de la formación ciudadana están en superar la visión estrictamente política y cívica de instruir a potenciales votantes y compatriotas, y avanzar hacia una formación de actores sociales activos y comprometidos con los desafíos del siglo XXI.
No se trata de valores y principios individuales, sino de una formación colectiva que involucra mayor conciencia de que la Escuela ha cambiado no sólo en su forma sino, sobretodo, en su fondo, donde las aulas son cada día más diversas y en eso, los fenómenos de inmigración, por nombrar alguno, han enriquecido la convivencia intercultural y el diálogo de culturas.
Debemos seguir avanzando en subsanar las reales necesidades de la educación que queremos; una con enfoque democrático y participativo, que promueva la pertenencia a una historia común entre los pueblos y que nos haga valorar la diversidad.
El respeto por los símbolos patrios debe reforzarse en cada espacio de socialización, y por supuesto que eso incluye las escuelas; pero el sentimiento que debería reflotar el son del Himno y nuestra Bandera deben ser los de solidaridad y amistad, como si estuviéramos viviendo en la copia feliz del Edén.