Kim Jong-un busca declarar a Corea del Sur como principal enemigo: Pide prepararse para guerra
El líder norcoreano, Kim Jong-un quiere inscribir en la Constitución a Corea del Sur como principal enemigo nacional, así como la necesidad de invadirla y anexarla en caso de guerra, otra muestra de lo que muchos expertos ven como un giro estratégico y diplomático cada vez más profundo y peligroso.
En la primera jornada de la actual sesión parlamentaria, Kim insistió en que la Carta Magna debe reflejar que el vecino es el "Estado más hostil" y que con él que ya no cabe "reconciliación ni reunificación", mensajes que en este discurso instó a interiorizar en el plano educativo o militar.
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"En mi opinión, podemos especificar en nuestra Constitución la cuestión de ocupar, subyugar y recobrar completamente la República de Corea (nombre oficial del Sur) y anexarla como parte del territorio de nuestra República en caso de que estalle una guerra", dijo Kim en una larga alocución reproducida hoy por la agencia KCNA.
"Hoy la Asamblea Popular Suprema pone fin a casi 80 años de relaciones Norte-Sur y legisla nuestra nueva política para el Sur", clamó el mariscal, sugiriendo la materialización de un cambio fundamental en materia diplomática que se ha ido fraguando tras el fracaso de la cumbre sobre desnuclearización de Hanói de 2019.
Kim insistió en que las políticas de Washington, apoyadas por Seúl, simplemente buscan acabar con su país y no permiten otra solución que la de prepararse para la guerra.
Suposición inquietante
Esta última idea se alinea con lo expuesto en un inquietante artículo publicado en la web 38North el pasado jueves por dos eminencias estadounidenses, Robert Carlin, partícipe en incontables negociaciones con Pionyang, y Siegfried Hecker, testigo de excepción de los avances del programa nuclear norcoreano.
"La Península de Corea vive su situación más peligrosa desde principios de junio de 1950 (cuando empezó la Guerra de Corea). Puede que suene demasiado dramático, pero creemos que, al igual que su abuelo en 1950, Kim Jong-un ha tomado la decisión estratégica de ir a la guerra", arranca el texto.
Ambos argumentan que Kim ha abandonado la máxima que ha guiado la estrategia exterior norcoreana en las últimas tres décadas -normalizar lazos con EE.UU.- al considerar que toda opción está agotada y que, por ello, el lenguaje belicista y hostil que Pionyang ha intensificado desde 2023 no es "bravuconería".
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La alocución de Kim pareció validar algunos de sus argumentos, ya que además de disolver toda organización de intercambio civil con el Sur, abogó por una serie de gestos sin aparente vuelta atrás como cercenar las líneas férreas que conectan las dos Cores hasta dejarlas en "un nivel irrecuperable" o destruir el Arco de la Reunificación, un icónico monumento a la entrada de Pionyang.
El líder reconoció, además, que el entorno de su país "se ha vuelto hoy la zona más peligrosa del mundo" bajo amenaza de "guerra", vocablo que repitió una quincena de veces.
Humillación y desconfianza
La decisión del expresidente estadounidense Donald Trump de no aceptar la propuesta norcoreana de desarme y levantarse de la mesa en Hanói generó, en opinión de Hecker, Carlin y otros expertos, una humillación y desconfianza en Kim y el régimen que puede llevar décadas revertir.
A esto se suma un panorama global que se ha vuelto desde entonces más multipolar, con EE.UU. forzado a diversificar aún más sus esfuerzos diplomáticos en conflictos cada vez más numerosos y preocupantes.
Muchos son los analistas que creen que una hipotética victoria de Trump en noviembre y una nueva oferta suya de diálogo no cambiarían nada para Kim, desairado por el desplante y más cómodo buscando apoyos en otro paria internacional deseoso de cooperar económica y militarmente como es Rusia y sabiendo que el músculo bélico chino es un garante cada vez más sólido.
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Mientras, Corea del Sur y EE.UU. parecen confiar su estrategia al creciente despliegue de unas armas estratégicas muy superiores a las del régimen, confiando en que se dé por disuadido y en que, tarde o temprano, pueda querer volver a negociar.
Esta última posibilidad la defienden algunos expertos surcoreanos, que ven en esta dialéctica hacia el Sur un intento de enardecer la ira contra el enemigo para crear más cohesión interna en tiempos de penuria y una señal de que Pionyang ya no ve en Seúl -donde gobierna un conservador que prioriza mostrar músculo- a un interlocutor útil para tratar con Washington.
Sean cuales sean las verdaderas intenciones del hermético país, el caso es que el panorama en la península, donde hoy el armamento desplegado es mayor, más sofisticado y más destructivo que cuando Trump y Kim intercambiaban insultos y amenazas, no invita a hacer apuestas de riesgo.