Mariela Rivera, luces en las sombras
Imágenes suspendidas en el corazón y la memoria se llama la exposición de la fotógrafa (y profesora de biodanza) Mariela Rivera, que termina hoy de exhibirse en el Centro Cultural La Moneda (CCLM), no por casualidad en el Día de los Derechos Humanos.
Entrar a la Galería de la Fotografía e imbuirse en el mundo que ha retratado (desde los años 80 hasta ahora) es una conmoción. Con esas imágenes que gritan, ella socializa su mirada de todo aquello que le importa a su corazón, y al hacerlo produce la magia de que también nos importen a los corazones de quienes las vemos. Siempre su foco es la mujer, la mujer en la calle por una causa, la de los derechos humanos, en su aspecto más amplio, lo que incluye prioritariamente las luchas de las propias mujeres, sea por la exigencia de justicia por sus compañeras y compañeros muertos, sea por sus reivindicaciones feministas. En este último caso, la muestra tiene el valor de que aparecen mujeres jugadas en la calle en la dictadura misma, cuando aquello no estaba en la agenda política del día.
Sin embargo, más allá del tremendo valor de las fotografías mismas, Mariela Rivera hace de esos registros una experiencia emotiva, conmovedora, donde se sale de la galería como si se hubiera sido testigo no de la exposición sino de las personas y hechos que ella nos comparte. Tal vez esa es la palabra en lo que consigue: compartir, y lo hace con una potencia y convicción que en los tiempos individualistas actuales brilla por su ausencia. Tanto como fotógrafa y como profesora de biodanza, Mariela no ejerce como tal para transmitir lo que ella sabe por sus oficios, sino que los ocupa para compartirnos las vidas de sus retratadas, en la lucha, el dolor y la alegría.
¿Cómo es que lo consigue? Lo explicaré de la siguiente manera. Un fotógrafo la mayoría de las veces es un voyerista; un “roba almas” le dicen con recelo en culturas originarias o en lugares del mundo árabe. Mariela Rivera hace exactamente lo contrario en su proceso creativo. Lo medular en ella es fotografiar “lo querido”, y por ello se involucra con lo/la retratado/a.
Esto quiere decir que establece un vínculo sentimental, comprometido, con su objeto a fotografiar, y por eso nunca es un “objeto”, sino un “sujeto”, es decir, personas. Son fotos que claramente sacan la luz en medio de un país en sombra, tenebroso. Sus retratadas se convierten en sus querencias. Esa confianza entre fotógrafa y fotografiada es tan clara que cualquier espectador incauto lo percibe de inmediato.
[caption id="attachment_885468" align="alignleft" width="601"] Foto de Mariela Rivera[/caption]
Se podrían señalar acá varios ejemplos de la muestra, si no todos. Algunas fotos, por lo mismo, por sí solas deben quedar en sitial destacado de las imágenes de la dictadura y de su legado (la exposición está enmarcada en la generosa propuesta programática del Centro Cultural La Moneda con motivo los 50 años del Golpe), y uno se pregunta: ¿por qué hasta ahora no se conocían? ¿Por qué nunca se habían exhibido, por qué no están en los tantos libros que se han publicado retratando lo que se sufrió y luchó en Chile? ¿Por qué no habíamos visto un registro tan bello y sufriente de la romería de Joan Jara con un grupo de mujeres alzando una gran foto de Víctor Jara, exigiendo justicia a ese horrible crimen? ¿Por qué no conocíamos la serie de retratos de Anita González, madre y esposa de asesinados y desaparecidos, icónica luchadora, en su habitación peinándose el cabello, en una intimidad llena de ternura y humanidad?
Gran mérito en que esto sea posible se le debe a Andrea Josch, la curadora, que pudo ver el archivo de Mariela Rivera y reparar así en el hallazgo y junto a Mariela sacarlo de cajas semi perdidas y transformarlo en la primera exposición individual de una fotógrafa que, desde ahora, deberá quedar patrimonialmente como un referente con su mirada suspendida en el corazón y en la memoria.
Cuando se inauguró la exposición, en septiembre pasado, el CCLM se llenó de personas (la gran mayoría mujeres) que vieron en este acontecimiento una celebración personal; varias de ellas eran algunas de las retratadas, porque las fotografías daban cuenta de una complicidad afectiva con la fotógrafa.
Por lo mismo, porque aquí la fotografía es la punta del iceberg de lo que está detrás del registro de un determinado momento, cerrará esta muestra, en el Día de los Derechos Humanos, no con discursos o palabras laudatorias, sino con el movimiento de cuerpas y cuerpos, sea en biodanza o en cueca sola (ese baile triste de mujeres con la ausencia de sus hombres asesinados), que en la muestra también quedó plasmada en una conmovedora imagen.