Taylor Swift y el fanatismo corrosivo (hasta fatal)
Hace no tanto algunos de mis estudiantes de Periodismo en la Universidad Bernardo O’Higgins (UBO) me entrevistaron para hablar sobre el fanatismo en el ámbito artístico, principalmente la música, y sus consecuencias en una sociedad tan digitalizada y globalizada como la actual. Aquel escenario reflotó luego de ver las lamentables noticias ocurridas en Brasil con seguidores/as de la cantante estadounidense Taylor Swift, lo cual me llevó a plantearme: ¿hasta dónde están los límites? O más bien… ¿los hubo alguna vez?
“Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones”, tal es la definición de la Real Academia Española (RAE) del vocablo “fanatismo”, que, de forma curiosa, está sumamente relacionado con lo referido en el párrafo anterior. Para complementar más, la misma RAE entrega algunos sinónimos que, quizás, podrían ampliar aún más el rango de entendimiento: intransigencia, intolerancia, obstinación, extremismo, radicalismo. ¿Controversiales palabras, no? Sí, tal vez, pero totalmente atingentes a la realidad.
Hay dos tipos de fanatismos: el positivo, el cual tiene como fin ser un aporte constructivo a lo qué o quién es fanático la persona. Ubicándonos en el caso de Brasil y Argentina, especialmente por los shows de Taylor Swift (la cantante más escuchada del momento a nivel mundial, según cifras de Spotify), fueron divulgadas muchas seguidoras de la estadounidense que realizaron acciones “pro swifties”, con una notoria colaboración a fanáticas/os más pequeñas/os. Sin embargo, está el negativo que, por cierto, es todo lo contrario a lo anterior.
¿Es lógico soportar una ola inusitada de calor para estar lo más cerca de tu artista, provocando tu propia muerte por deshidratación? ¿Es coherente que la violencia y lo más natural del ser humano se desate para cumplir con sus (apelo a la RAE) más extremos, obstinados e intolerantes deseos? La respuesta va en quien lea esta columna.
Desde una mirada más crítica, los filósofos han abordado el fanatismo como una expresión de intolerancia y estrechez de miras. La filosofía ilustrada, por ejemplo, abogó por la razón y la tolerancia como antídotos contra las manifestaciones extremas de fanatismo. El filósofo Immanuel Kant destacó la importancia de la autonomía y la libertad del pensamiento individual, advirtiendo contra la sumisión acrítica a sistemas de creencias. Curioso cómo se van repitiendo perspectivas sobre este fanatismo.
Punto aparte para las productoras de eventos tanto en Brasil, Argentina como en Chile. Como periodista cultural, me ha tocado experimentar el cómo funcionan algunas productoras de eventos en tierras nacionales, las cuales muchas veces no prevén correctamente algunas situaciones relacionadas principalmente a inconvenientes medioambientales o de capacidad humana. Asimismo, aprender de estos penosos actos que, nuevamente, el fanatismo deja en evidencia. Una prueba verosímil de que el amar (o desear) es una acción muchas veces con resultados fatales.
¿Taylor Swift tiene la culpa? Para nada. ¿Daddy Yankee fue culpable de la horda de gente entrando al recinto? Sin duda que no. ¿Guns & Roses promovió conscientemente las muertes de fanáticos en sus shows? Obviamente que no. ¿Los grupos de kpop están felices de ver como sus fanáticos/as se desmayan y, en ocasiones, fallecen debido al fanatismo? Claro que no. ¿Cuál es el problema entonces con esta afición descontrolada? Sinceramente, es difícil esclarecerlo.
Si bien esta columna divagó para entregar un análisis con el fin de conocer la génesis de estas acciones que parecen ser casi inhumanas, la realidad es que el fanatismo como expresión tácita y empírica nunca dejará de ser lo que es: el extremismo para saciar los deseos más primitivos del homo sapiens; puede ser desde un simple bocado de chocolate hasta rozar la tersa piel del artista que todos desean siquiera ver a los ojos.