Entre la memoria y la celebración
“Hemos devenido “razonables”, pagamos demasiado caro el salto de la esperanza a la ilusión; se fracturó en muchos momentos la pata que nos sostenía en el principio de realidad. Los que sobrevivimos tenemos una deuda con la vida: como los judíos post-campo, debemos ser “respetables” para que nuestra voz se oiga, para que nuestra memoria se conserve, para que no todo desaparezca. Sin embargo, la persistencia de nuestra presencia no siempre garantiza la persistencia de nuestro ser”
Silvia Bleichmar
Miro el calendario de mi escritorio y caigo en cuenta que entre el 11 y el 18 de septiembre solo hay 7 días de distancia. No es un descubrimiento, pero sí es un encuentro.
Este año conmemoramos medio siglo desde el momento en que se instaló una dictadura que mantuvo al país horrorizado y sufriente, para luego, una semana después repetir el acto de celebrar nuestra independencia con las mismas fiestas de siempre, los mismos colores, la misma música, incluso los mismos consejos de nutricionistas en matinales y las notas del precio de la carne en las noticias centrales.
Este septiembre nos ubica en un punto de encuentro entre dos realidades diametralmente opuestas, al menos en apariencia. Por un lado, recordamos los oscuros días de la dictadura civico-militar de 1973, un período de dolor y represión que ha dejado cicatrices -y heridas aún abiertas- en nuestras sociedad. Por otro, se avecina un aniversario más del inicio del proceso que devino en nuestra independencia, cuestión que como ciudadanos de este Estado-nación debiese -supuestamente- ser recordado, conmemorado, llenarnos de orgullo y ser motivo de celebración.
Sin embargo, la proximidad de estas fechas plantea una pregunta incómoda: ¿cómo conciliar la memoria del pasado doloroso con la alegría de la liberación?. La dualidad de septiembre nos desafía a confrontar nuestro pasado y nuestro presente, pues nos recuerda que Chile ha sido un país históricamente marcado por el sufrimiento y la lucha por la justicia, así como también, nos invita a recuperar la esperanza y la capacidad de soñar la libertad.
Es cierto que ha sido tanto el dolor que pareciera no ser posible reclamar la recuperación de estos elementos pero, ¿de qué otra manera podríamos soportar el peso de toda esta Historia? Aquella fuerza capaz de transformar nuestra realidad proviene de ellos y muy bien lo han sabido aquellos que han decidido, contra todo instinto de supervivencia, sostener y defender ideales que les han terminado costando la propia vida.
La dualidad de septiembre nos confronta con nuestras paradojas y desafía nuestra complacencia. Nos recuerda que Chile es un país de silencios, pero también de palabras no dichas. La subversión del orden establecido y la lucha por la justicia son parte de nuestra identidad, pero también lo son la pasividad y la conformidad que se desplegó cada vez que otros se atrevieron a castigarnos por eso.
Este mes, mientras conmemoramos nuestras heridas y nuestros triunfos, recordemos también aquella responsabilidad comunitaria, de esperanza compartida y de bienestar común que, solapadamente, son también parte de nuestra(s) historias(s) aun cuando ha sido posible ocultarlo, silenciarlo y esconderlo de nosotros mismos, al mantenernos con la mirada puesta sobre nuestros dolores.
Quien se atreve a soñar está corriendo el riesgo de vivir de otra manera, dice Anne Dufourmantelle, ¿estamos preparados para eso? Soñar, creer y trabajar en aquello que se nos presenta como una alternativa a lo que ya ha sido y a lo que es. Eso que puede llegar a ser requiere de una toma de posición, de responsabilidad. Dejar de ser meros espectadores de nuestro propio destino, desafiar la indiferencia y que la justicia y el bienestar no sean solo palabras vacías.
La persistencia de nuestra presencia no asegura nuestro ser, tal como menciona Bleichmar. Para que la memoria perdure debemos estar dispuestos a enfrentar los desafíos que esta nos plantea.