Autocuidado: ¿Responsabilidad individual o del Estado?
El autocuidado es una de las palabras que, como enfermeras y enfermeros, aprendemos tempranamente en las escuelas de enfermería, y se define como todas las acciones diarias que un individuo realiza con el fin de cuidar, proteger, fortalecer y potenciar su salud física, mental y emocional
Para que todas estas prácticas logren el impacto positivo que se busca, es necesario considerar que existen factores internos y externos que afectarán al individuo y es aquí donde es urgente reflexionar acerca de las determinantes sociales en salud, pues impactan positiva o negativamente para que un individuo pueda llevar a cabo un autocuidado óptimo.
Y es que son demasiadas las veces que hablamos de comer saludable, dormir 8 horas diarias, hacer ejercicio o actividad física, beber al menos 2 litros de agua, no fumar, no beber alcohol, no automedicarse y un largo etc. que muchas veces es muy difícil de llevar a cabo y no por “falta de voluntad” o simple irresponsabilidad de las personas.
En una sociedad cada vez más globalizada e industrializada, es injusto pedirle medidas de autocuidado efectivas a quienes viven en el cordón industrial de Quintero-Puchuncaví, exigir beber los litros de agua correspondiente a los habitantes de la zona de sacrificio de Petorca es simplemente cruel, así como exigir una alimentación balanceada a una familia donde la base de su alimentación es de carbohidratos de mala calidad, debido al elevado costo que tienen alimentos de mejor calidad; o el consumo habitual de verduras y frutas a habitantes de la zona austral, donde es sabido que es costosa y que, además, muchas de ellas llegan congeladas.
El uso de sustancias ya sea lícitas o no, también responde a una necesidad de la cual ningún Gobierno se ha podido hacer cargo y es que la salud mental, ya venía deteriorada incluso antes de la pandemia y hoy acceder a ella es prácticamente un lujo para muchas personas, encontrando en el alcohol y otras sustancias una vía de escape.
Como organización que representa a una de las profesiones más feminizadas en el país, no podemos dejar de considerar el género, como uno de las determinantes estructurales, pues solo así las mujeres podrán superar los múltiples obstáculos para cuidar de su propia salud. En este contexto, mencionar que las mujeres tienen costos de salud mayores que los hombres debido a su mayor utilización de los servicios de atención de salud, el siniestro sistema de ISAPRES, por otra parte, hasta hace poco castigaba la maternidad, con planes de salud más caros para mujeres en edad fértil.
Por otro lado, hay evidencia de sobra que la pobreza tiene cara de mujer, ya que, ante dificultades sociopolíticas o incluso personales, se ven obligadas a replegarse a las actividades no remuneradas y/o precarizadas, lo que obviamente restringen el acceso a prestaciones de salud. Así en este sombrío escenario, hablar de autocuidado en salud mental es hablar desde la desconexión misma con la realidad.
Como profesionales de enfermería, conscientes de la realidad a nuestro alrededor, tenemos una gran labor que muchas veces aceptamos desde la vocación y cariño a nuestros usuarios, sin embargo, el desafío no puede ser individual, sino que urge que se dé una mirada colectiva y reflexiva, al déficit de autocuidado de nuestra población. Las autoridades deben levantarse de los escritorios y constatar en terreno las vicisitudes diarias de miles de chilenas y chilenos, con el fin de estructurar una serie de intervenciones que permitan alcanzar la equidad sustantiva en salud.
Las enfermeras y enfermeros podemos ponernos a disposición de la población, para poder educar con enfoque de autocuidado, sin embargo, si desde el Estado no se trabaja en las determinantes sociales que inciden en la calidad de vida de la comunidad, hablar que las personas no se preocupan de los hábitos de vida saludables, no solo es injusto, sino que también cruel.