Corrupción y política: la rotura de una matriz

Corrupción y política: la rotura de una matriz

Por: Camilo Domínguez Escobar | 05.07.2023
El gobierno actual heredó nuevas formas de decir y hacer la política que brotaron de las asambleas de estudiantes: el desacomodo de las jerarquías y la igualdad de los hablantes. Su fuerza es aún esa ética que se forjó por fuera de los conductos formales, en las calles antes que en los angostos pasillos de la élite. Y este escándalo de platas negras remece al frenteamplismo, porque lo inserta en esa genealogía de abusos que acabó en el estallido social.

Aún desconocemos el volumen de los escándalos de Revolución Democrática. Es una noticia en desarrollo y está por verse si es un signo de derrota o solo una turbulencia en el camino. Sin embargo, a veces basta una pequeña dosis de toxinas para arruinar una receta y hacerla del todo inservible.

Según la definición común, es corrupto aquel que echa mano de los dineros públicos para beneficio particular, en perjuicio de la sociedad. Llamaría a esta la versión reducida de un término que posee un trasfondo conceptual más amplio. Dada la situación actual, es necesario penetrar más allá de la apariencia de las cosas.

En este caso, la vieja etimología contribuye más a la comprensión que a las entradas actuales del diccionario. La palabra corrupción proviene del latín y combina el prefijo con, que significa unido o junto, y el verbo rumpere, que es romper. A diferencia de lo que se quiebra, cuando algo se corrompe no se extingue ni pierde su esencia, sino que permanece, aunque en forma degradada.

Entonces, corrupción significa la rotura de una matriz.

La soberanía reside en la ciudadanía. Es el fundamento de todas las instituciones, autoridades y funciones estatales. La corrupción, en esencia y de donde se desprenden los muchos vicios ulteriores, consiste en cortar, torcer o burlar esta filiación. Aquello que se resquebraja es el vínculo que sustenta a toda autoridad en una democracia: gobernantes y funcionarios “olvidan” que su poder es apenas una encomienda, y que sus motivos descansan en la comunidad y no en ellos mismos.

Es una distorsión cognitiva severa, que ocasiona efectos múltiples. Una vez corrompido, el servidor público actúa acorde a sus intereses, sin rendir cuentas a nadie. De manera que la comunidad nacional se ve enfrentada a su propia creación, que aparece ahora en calidad de poder extraño, autónomo e incluso opuesto. El mal en política: el pueblo forzado a luchar no a través de sus representantes, sino en contra de ellos.

Esta escisión es la raíz ontológica de toda corruptela. Cohecho, soborno o financiamiento ilícito son algunas de las maneras de consumarla, entre muchas otras.

Este fenómeno no se erradica con reformas legales, por más que sirvan para inhibir a los tramposos, pues solo atacan la superficie -su versión reducida-. La historia es elocuente en casos de instituciones y leyes que se doblan y desdoblan. “Hecha la ley, hecha la trampa”, reza el refrán. La corrupción primera se arraiga en la cultura; es una comprensión invertida de la política.

Yo invitaría a quienes ocupan cargos públicos, o que aspiran a hacerlo, a reflexionar: ¿cuántos se corrompieron ya sin saberlo, sin todavía haber metido las manos en las arcas fiscales?

La crítica de fondo del Frente Amplio a los “treinta años” era que existió una complicidad entre la Concertación y la centroderecha, que estancó al país. Que, por debajo de las diferencias aparentes (que si un poquito más de Estado o de Mercado, que si Pepsi o Coca-Cola) operó una ideología invisible que atravesaba las coaliciones. Un pacto de camaradería que ensambló a pinochetistas y demócratas, a espaldas de millones de chilenos. Estaban co-rompidos.

El gobierno actual heredó nuevas formas de decir y hacer la política que brotaron de las asambleas de estudiantes: el desacomodo de las jerarquías y la igualdad de los hablantes. Su fuerza es aún esa ética que se forjó por fuera de los conductos formales, en las calles antes que en los angostos pasillos de la élite. Y este escándalo de platas negras remece al frenteamplismo, porque lo inserta en esa genealogía de abusos que acabó en el estallido social.

Pero por tristes que sean las crisis, siempre abren oportunidades, al desnudar las flaquezas que no somos capaces de identificar a diario. Esperemos que se llegue al fondo del asunto, y se actúe en consecuencia. En la hora presente, la generación de Boric se debate en qué lado de la historia caerá.