Las insinuaciones de “el jefe”: Los crudos testimonios contra el exsubsecretario Larraín
El motivo para redactar la carta, dice Camila, fue la “desfachatez” del subsecretario. Verlo en televisión negando las acusaciones la descompuso. “Ahí a uno le salta la rabia y dice no puede ser tan mentiroso”, agrega.
Por eso fue que decidió dejar un testimonio escrito. Allí plasmó todo lo que observó en el trabajo y ratificó lo que Christián Larraín ha negado en todos lados: haber utilizado un lenguaje altamente sexualizado de manera prolongada en el tiempo.
La misiva hoy forma parte del sumario que instruyó la Ministra Jara para esclarecer las tres denuncias en contra del exsubsecretario, cuyas acusaciones ha negado tajantemente, y por las cuales arriesga desde una amonestación hasta la inhabilitación por cinco años de cualquier cargo público.
Camila -nombre ficticio para proteger a la testigo- dice que al final los rumores llegaron a la oficina de la ministra en el piso 6. “Ahí la cosa se torna compleja y con todos los coletazos que está teniendo, al final uno también siente miedo”, dice.
En sus 17 años de trabajo en la administración pública, Camila asegura que nunca había estado subordinada a este tipo de jefatura. Una relación laboral con un lenguaje inapropiado que lentamente comenzó a subir de tono. Situación que obligó a muchas mujeres a establecer ciertas distancias.
-Son barreras de formalismo para tratar de desenvolverse en ambientes que uno nota que son un poco más, entrecomillas, riesgosos. Entonces, claro, cada una usa sus propias herramientas.
Al margen de no tutearlo, Camila reconoce que tenía una relación bastante “tirante” con él. Pese a ello, asegura, la conducta de Larraín fue in crescendo. “Entonces obviamente se va tomando licencias”, dice.
Una vez, durante un almuerzo, le habría dicho a una funcionaria “tú sabes dónde me gusta la lengua a mí” y a otra le propuso “hacer un trío”. Comentarios fuera de lugar que según Camila “sobrepasaban todo lo razonable”. “Tiene que ver con la inflexión vocal, el tono meloso, el lenguaje no verbal y un montón de conductas que se alejan de lo esperable en una autoridad. Y eso es algo a lo que lamentablemente se vieron sometidas mujeres dentro de la institución”.
Y no se trataba sólo de bravuconadas. Camila recuerda que tuvo que consolar a una compañera, que se retiró llorando del trabajo, después de que Larraín le tocara la palma de la mano con uno de sus dedos, en un gesto explícito de connotación sexual. Testimonio que formaría parte de una de las denuncias presentadas este lunes.
-Me dijo que quedó paralizada, que no se atrevió a decirle nada.
Este tipo de conductas, reflexiona la testigo, terminan afectando a la institución. “El respeto a la autoridad se fue perdiendo. La gente ya no se sentía comprometida y no tenía ganas de trabajar con él. Al final algunas optan por correrse y buscar otra pega. Varias mujeres renunciaron”.
A propósito del doble sentido, recuerda que una vez llegó una funcionaria a la oficina del jefe, dijo que prendería la luz porque estaba muy oscuro y Larraín le habría respondido en tono dulzón: “mejor déjala apagadita”.
-Yo se que él no es un hombre tan viejo, pero tenía el comportamiento como de esos abuelitos medio libidinosos. Entonces es muy difícil trabajar en ese ambiente. Eso va generando angustia, sobre todo en el grupo de mujeres que se relacionan más cercanamente y que tienen menos manejo de poder.
A tal nivel llegó el desparpajo que hasta en zoom hacía comentarios desubicados. En una ocasión habría soltado, en medio de una conversación virtual, que él “se tenía que conformar con la autosatisfacción”. “¡Qué vergüenza! Yo me pongo en el caso y pienso qué habrá pensado la gente de instituciones técnicas al escuchar una barbaridad como esa”.
Camila asegura que aunque parezca una tontera, hay otra anécdota que refleja muy bien lo que provocaba Larraín en algunas mujeres. “Una compañera me dijo este viejo me pone tan nerviosa, me cuenta que se lava el pelo con tío nacho y no me atreví a preguntarle si era con engrosador, porque quizá qué cosa me contestaba”.
El trato no sólo estaba cargado de contenido sexual impropio, asegura la mujer que escribió la carta, sino también impregnados de misoginia. “Me da lata contarlo, pero vi a chiquillas llorar porque se sintieron pasadas a llevar, porque el trabajo eventualmente no estaba bien hecho, pero su forma era tan descalificadora que les hacía sacar lágrimas. A mí me indigna los malos momentos que sufrieron varias compañeras. Si se abre el sumario es una oportunidad para que se sepa toda la verdad”.
"¿Qué me está queriendo decir?"
Cuando Larraín asumió en marzo de 2022, las altas temperaturas aún se hacían sentir en Santiago. En una de las primeras reuniones de la repartición, una funcionaria llegó con chaqueta. Al sentarse en la mesa, pidió permiso para quitarse la prenda. La respuesta la descolocó: “Sáquesela nomás, sáquesela como quiera”, dijo el subsecretario en un tono insinuante.
Romina -nombre ficticio de una denunciante del caso- presenció la incómoda escena. Recuerda que miró a su compañera y pensó “¿qué puedo decir? Es el subsecretario”. La funcionaria solo atinó a agachar la cabeza.
“A nosotras nos empezó a hacer bromas en doble sentido, de esas tallas que primero te llaman la atención, pero después te incomodan”, comenta Romina, quien junto a Camila y otra compañera les tocó trabajar directamente con Larraín.
En las reuniones siguientes, las funcionarias ya no se sacaban la chaqueta. También adoptaron el hábito de llevar faldas más largas o bajárselas cuando estaban con “el jefe”, como lo llamaban en la subsecretaría. “Una empezaba a resguardarse. Porque ya me incomodaba sin siquiera que él hiciera algo, sino que solo por su presencia”, asegura Romina.
Con el paso del tiempo, los comentarios de Larraín se fueron haciendo cada vez más personales. Romina recuerda que de alguna forma que desconoce, el subsecretario se enteró que comenzó a practicar boxeo. “¿Cuánto has aprendido? A ver, tírame un combo” o “¿cuándo nos vamos a dar un round?” —siempre en un tono sugerente— eran los comentarios que recibía Romina de su superior.
Otro hecho de estas características que recuerda fue cuando se distanció de su marido y Larraín le decía “¿todavía estás solita?”. Esa vez, Romina no calló. En un tono más duro le respondió: “Jefe, yo nunca he estado sola. Siempre estoy conmigo. Así que yo no estoy sola’”, le replicó.
Dicha situación, Romina la recuerda como uno de los primeros actos “directos” en su contra. Y pese a que nunca emitió un comentario explícito, las funcionarias notaban que se trataba de una constante.
-Sabíamos que lo hacía con doble intención, por si pasaba algo más. Porque una no es lesa. Somos mujeres grandes, casadas, con hijos- afirma la denunciante.
A esa alturas, la mayoría de la planta de la Subsecretaría evitaba a Larraín. No sólo por los comentarios de índole sexual, sino también por los malos tratos hacia otros funcionarios. “Se comportaba como patrón de fundo”, comentaban quienes trataban con él. Incluso, a las funcionarias les ordenaba que lo ayudaran con sus trámites personales. Pagar cuentas de luz, agua o telefonía eran los encargos que a veces dejaba. “Nos trataba como si fuéramos sus nanas”, recuerda.
Esto último, terminó gatillando una de las situaciones más complejas que vivió Romina en su estancia en la Subsecretaría de Previsión Social. Larraín le pidió verificar un supuesto cobro irregular en su cuenta telefónica, asegurando que se trataba del equipo institucional. Al revisar el estado de las cuentas se encontró con varias suscripciones a páginas pornográficas.
La funcionaria asegura que le envió inmediatamente un mensaje expresándole su incomodidad y le hizo saber que esto podría exponerlo en su rol de subsecretario. Larraín se excusó diciéndole que era un error de la compañía y posteriormente aseguró que la cuenta correspondía a un teléfono de su hijo.
-Quizás estaba ‘perseguida’ y cada uno ve lo que hace, pero como ya venía esta conducta de él desde antes, pensé: ¿Por qué lo hará? ¿Querrá que me meta a esta página? ¿Qué quiere? ¿Qué me está queriendo decir?
Respecto a por qué no denunció en un comienzo, Romina asegura que existe una “mal entendida lealtad” con el gobierno. “Hay un tema de confianza y lealtad. No hacía él, sino con el gobierno. Porque uno mal entiende que esto va a afectar al gobierno, a la ministra, al proyecto, a la reforma”.
Ahora, ya fuera de la Subsecretaría, reflexiona sobre todo lo que vivió bajo la jefatura de Larraín. ¿Por qué calló y no denunció? Esa es una pregunta aún ronda en su cabeza. La respuesta, la encuentra en su historia como funcionaria pública y las estructuras de poder de la instituciones.
“Llevo más de 20 años siendo funcionaria pública, 10 de ellos en cargos directivos. Y en todos esos años me he tenido que ir empoderando, formando, siempre a la defensiva. Demostrando que no soy débil o que no soy una víctima, que me la puedo con todo. Y como se cree que las mujeres no tenemos cuero de chancho, ¿qué hacemos? Nos endurecemos y pasan cosas como estas: que no denunciamos estos hechos y callamos”.