¿Podrá el Partido Republicano dejar de ser el Partido Republicano?
En días electorales, luego de conocidos los resultados, todos salen a decir sus apreciaciones y diagnósticos de Chile, instalando un relato que define la jornada y el futuro inmediato. En esta ocasión no fue diferente y, ante el innegable triunfo de Republicanos, la idea central que se instaló es que el horizonte cercano cambió radicalmente y que el péndulo en el que vivimos ahora volvió a demostrar su existencia.
Con eufemismos más y eufemismos menos, los analistas han repetido algo lógico: José Antonio Kast y su partido son hoy quienes ponen la música, incluso pasando por sobre un Partido de la Gente que sucumbió ante sus propios defectos, que consisten en lo efímeras que resultan sus certezas en todo ámbito, debido a que se empeñó en hacer creer que eran virtudes.
El Partido Republicano, por el contrario, hoy ofrece algo más certero para un grupo de gente que quiere certidumbres. Por más que no haya tras ellos ninguna prueba de que sus ideas sean efectivas para tratar de aminorar los vaivenes de lo que algunos llaman proceso de modernización, lo cierto es que lograron que una masa hastiada de todo y nada a la vez, y que sabe más bien qué no quiere que lo que sí quiere, se pusiera tras suyo. Y no es poco.
Sin embargo, ¿se puede con esto conducir un proceso y al mismo tiempo sacar un Presidente en tres años más? ¿Es suficiente? No, nunca lo es. Menos en estos momentos en que el mencionado hastío cambia de lugar con la brisa de tiempos políticos que duran cada vez menos. Y es algo que pareciera que no está en ninguna consideración republicana.
¿Por qué digo esto? Porque por más que aparezcan sus líderes diciendo que llegarán a grandes acuerdos, en la política real no se logra nada con el relato de acuerdos sin que realmente se quiera acordar algo. Llegar a un consenso requiere ceder, dar su brazo a torcer y entender que las peleas ideológicas no se ganan con elecciones. Eso cierta izquierda no lo vio y, al contrario, se fascinó con la idea del paraíso terrenal que llegaría tarde o temprano.
No me atrevería a decir que el republicanismo, menos en días como estos, está lejano a la fascinación que dan los votos y los triunfos. No hay ninguna señal de que en el partido haya gente capaz de entender que los triunfos electorales son solamente eso si es que no se tiene conciencia del otro. Menos si no se tiene claridad de la catástrofe que significa para la democracia que una sola colectividad domine el escenario político. Es cuestión de recordar el horror que vino después de que la Democracia Cristiana no cediera a construir algo más grande con la izquierda en los años 70.
¿Se comprenderá esto? ¿Podrá el sector más duro de la derecha, aquel sinceramente orgulloso de la dictadura y del terror, darse cuenta de que no siempre está todo ganado? ¿Habrá habilidad política y pragmatismo en quienes nacieron de una costilla de la UDI precisamente en crítica a lo que oliera a una acción pragmática en las filas gremialistas? ¿Podrán aceptar los aspectos de la sociedad del capitalismo tardío que no le gustan? ¿Podrán resistir cuando se den cuenta, al igual que lo hizo el progresismo, que el ciudadano medio y sus necesidades son contradictorias la mayoría del tiempo?
No queda tan claro. Como tampoco que la crisis termine pronto y se pueda alguna vez decir que alguien ganó algo. Y menos que el Partido Republicano sea capaz trascender al momento epocal en el que le hizo sentido a gente desconcertada. Es decir, que deje de ser el Partido Republicano.