Liberalismo con esteroides: Milei y presidenciales en Argentina
Así definimos la inflación: dinero devaluado, precios en aumento, desbalance entre producción y consumo. Es el concepto clásico de los economistas.
Me temo que es aún peor.
Imaginémonos un mundo en el que no pudiésemos confiar en el significado de nuestras palabras, de aquello que decimos y escuchamos; sin ropaje lingüístico quedaríamos desprotegidos y a la intemperie. Con la hiperinflación ocurre algo similar, pero sus males atañen no a las palabras, sino a los números. Los cálculos se distorsionan, las aspiraciones se contraen, los ahorros se evaporan. La matemática, que suele aportar certezas, se vuelve ella misma incomprensible.
La hiperinflación es un problema a la vez económico, social y político de primer orden, el más acuciante sin duda para los argentinos.
Los últimos gobiernos no resolvieron lo que a estas alturas es una enfermedad crónica. Ni unos ni otros, Macri o Fernández, peronistas y no-peronistas. Los ciudadanos comienzan a sospechar que los políticos se benefician de ella. Que, entre las coaliciones electorales, por muy rivales que sean, se esconde una mismidad. ¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!
Otra vez, un clima así puede favorecer a los más sinvergüenzas.
Javier Milei aparece este año con chances reales de ganar la Presidencia. Eso dicen las encuestas. Parece que esta historia la hemos visto antes, con Trump y Bolsonaro. De nuevo, una idéntica secuencia temporal de emociones: risa, preocupación, miedo, incredulidad; al final, resignación.
¿Quién es Javier Milei?
Milei es un economista de ideas “anarcocapitalistas” o “libertarias”. Pregona que el mercado debe colonizar todos los espacios de la vida humana, sin regulaciones ni trabas. Para él no es una hipótesis, sino un dogma infalible, que está dispuesto a defender a gritos con cualquiera que lo contradiga. Aunque Milei es un animal exótico, sintoniza con la nueva derecha global que plantea una “batalla cultural” contra el “progresismo”, su “ideología de género” y la “corrección política”. Kast, Bolsonaro, Trump y VOX.
De acuerdo con algunas mediciones, Milei es una de las figuras públicas que más apareció en radio y televisión en los últimos años. Esto es interesante, porque defiende ideas por completo ajenas a la idiosincrasia argentina. En sus entrevistas habla con desparpajo a favor del libre porte de armas, de la legalización de todas las drogas y de la compraventa de órganos humanos. Quiere privatizar escuelas, hospitales y cárceles, incluso las calles. ¿Por qué se hizo tan popular?
Milei es un freak televisivo. Pálido, mirada distante, pelo-peluquín; neurótico, respiración entrecortada, agresivo. Como sea, entretiene. Interrumpe lo cotidiano cuando reparte insultos y apelativos a diestra y siniestra, a dondequiera que vaya y de manera gratuita. Esto funciona en el mundo de hoy; en nuestro hábitat digital, la atención de la gente se convirtió en un bien escaso y apetecido. Por eso, no se trata tanto de convencer, sino de hacerse notar a toda costa, de alimentar el morbo y la polémica. Eleva el rating; por eso invitan seguido a Milei a los programas. Los incentivos a veces perversos de la pantalla…
Pero su poder de seducción es también doctrinario, y en ello debemos sacar algunas lecciones. Milei es ideológico en el mal sentido del término. Dogmático; su teoría es un frasco diminuto, aunque coherente, que enmascara la realidad y la fuerza para que quepa en él.
Durante las últimas décadas nos inventamos el cuento de que podemos prescindir de las ideologías. Las consideramos mochilas muy pesadas como para cargarlas en entornos tan cambiantes. A la larga, sin embargo, esto generó un sentimiento de impotencia. Es —justamente— su carácter inflexible lo que en Milei seduce. Lo más anacrónico es novedoso, lo peor del siglo XX vende en el siglo XXI. Lo reprimido, en fin, retorna en forma grotesca.
Gane o pierda las presidenciales, el éxito de Milei es una pésima noticia. Ya movió el cerco. La inclinación de la balanza simbólica hacia el polo más reaccionario es un hecho en nuestro vecino país.