El carterismo como recurso político
El título de este artículo hace referencia a tres definiciones de carterismo, diferentes pero interconectadas. Las dos primeras aparecen en cualquier diccionario. Una se refiere a la habilidad delictiva de sustraer valores a una víctima descuidada. La segunda se refiere al arte del ilusionismo, para crear situaciones falsas que los espectadores asumen como verdaderas. La tercera se refiere al alcalde de La Florida Rodolfo Carter y su cruzada efectista contra una supuesta inseguridad generalizada. El corolario es claro: Carter manipula la situación social de incertidumbre mediante espectáculos políticos muy efectistas, dirigidos a sustraer apoyos, y eventualmente votos, en beneficio de su carrera política personal.
Obviamente, para que un personaje como Carter –cuya parquedad empática es notoria– consiga atraer las simpatías de la población se requieren ciertas condiciones, y en particular un clima de inseguridad e incertidumbre. Este clima hoy prevalece en Chile, por tres razones primordiales.
La primera, porque la sicología social del chileno/a común es el orden exacto, y siente vértigo ante la imprecisión, lo cual es en muchos sentidos una buena cualidad, pero en otras, como ahora, un pasto excelente para el autoritarismo.
La segunda, porque efectivamente se ha producido un deterioro de la seguridad, y lo que espanta a la gente no es tanto la inseguridad existente (finalmente se acostumbran y aprenden a lidiar con ella) como la erosión de sus espacios de confort “securitarios”.
La tercera, y es lo más importante, porque la prensa nacional –sea por fines políticos o de mercado- ha martillado sobre el tema de manera insistente y parcializada, lo que la derecha política (Chile Vamos, Republicanos y acólitos menores) ha sabido utilizar como ariete contra el gobierno encabezado por Gabriel Boric.
Detengámonos en este asunto brevemente. Hechos como el incremento de los actos delictivos que inducen a creer en grupos organizados, la extensión de las redes del narcotráfico, la transformación de algunos barrios en santuarios del delito, el asesinato de tres policías en un mes, son todos datos que merecen la atención gubernamental con enfoques holísticos que incluyen tanto la presión del delito como la eliminación de sus razones sociales.
Pero no justifica la histeria propagandística de la derecha y su prensa orgánica que, al decir de la directora de un centro universitario especializado en el tema, profitan a expensas de la inseguridad mediante una cobertura exacerbada y valoraciones apocalípticas. Chile es aún, y de lejos, un país con niveles bajos de criminalidad. Sin embargo, los chilenos/as sienten vivir en un país muy inseguro, lo cual lleva a situaciones contradictorias como es la absoluta disparidad entre la disminución real de aquellos delitos que las personas declaran sentir más de cerca (robos a la propiedad, portonazos) y al mismo tiempo el incremento del miedo a ser víctima de esos delitos.
Valga anotar que Chile tenía hace un año un indicador de homicidios de menos de 5 por cien mil habitantes, lo que había implicado un incremento sustancial respecto al año precedente, pero que aún era notablemente bajo. A modo de comparación digamos que Brasil tenía 25; Venezuela, 40; Colombia, 26; Estados Unidos, 7; Costa Rica, 11 y ese santuario del buen vivir que es Uruguay rebasaba ligeramente 11. México, por ejemplo, mostraba 20 homicidios por 100 mil habitantes, pero la población que afirmaba sentirse segura en el país era muy superior al porcentaje chileno.
Lo que hace Rodolfo Carter es montarse a caballo sobre esta situación, manipular las percepciones y ofrecer a la opinión pública una balandronada efectista demoliendo casas de traficantes menores y de paso cargando contra la legitimidad del gobierno. Pensar que esto es un golpe económico que erosiona los poderes narcos –como dice Carter– es una mentira cruel que la mayor parte de la prensa reproduce y un 82% de la población cree y aplaude.
Carter lo sabe, posiblemente mejor que nadie, pero para él lo más importante es su proyección sobre el abuso del miedo y la exacerbación de las amenazas, con acciones sin ideas y representando a un “pueblo” previamente moldeado por la avalancha de informa,
El carterismo como recurso político no es un juego aislado de un sujeto ambicioso. Si así fuera así no valdría la pena escribir sobre ello. Es la estrategia que la mayor parte de la derecha de todos los matices ha decidido usar en contra de los aprestos reformistas de un gobierno de izquierda estremecido tanto por el giro conservador de la sociedad como por sus contradicciones internas.
Es al mismo tiempo un empobrecimiento de las perspectivas sistémicas –no únicamente represivas– que deben guiar la consecución de un clima duradero y estable de seguridad ciudadana.
Continuar obteniendo réditos políticos de la exacerbación del desasosiego es una jugada muy peligrosa. Es irresponsable y antidemocrática. Es reducir la política a un espectáculo y a la sociedad a una masa indiferenciada de espectadores. Justo las condiciones que, según Umberto Eco, abría las puertas al dominio del populismo autoritario. Bukele es un ejemplo. ¿Es eso lo que queremos como sociedad?