Shakira, William Steffen y el caos climático
Aproximadamente en el mismo mes que la cantante Shakira hacía público su despecho en las redes sociales y, de paso, ella y el marido satanizado ganaban algunos millones de dólares machacándonos las neuronas a ritmo de reggaetón, moría William Steffen.
Seguramente Ud. no sabe quién era William Steffen ni qué relación tiene con la contorsionista pélvica colombiana, erigida de la noche a la mañana como ídola de un mujerismo de masas, chabacano, entretenido, pero falsamente radical y totalmente integrado en la máquina del espectáculo.
En enero, repentinamente, una pegadiza canción de laboratorio, diseñada para ocupar los escasos espacios mentales libres que nos quedan, después del persistente bombardeo mediático, nos dio a conocer detalles de una pelea matrimonial trivial transformada en estrategia de marketing. Mientras esto sucedía dejaba este mundo, a los 75 años, un científico brillante y uno de los mayores estudiosos de las característica y consecuencias del caos climático que tenemos encima.
Vivimos en un mundo peligrosamente banal donde lo importante y lo urgente se mezcla con lo irrelevante y prescindible, donde el circo mediático crea una mezcla viscosa y putrefacta de oropeles y luces de colores mientras la casa común, la naturaleza, es destruida irremediablemente y nosotros con ella.
Un mundo que “cree que progresa mientas se destruye a sí mismo”, como señala acertadamente la ecofeminista española Yayo Herrero. Mientras suenan las melodías y percusiones del embrutecimiento digital con sus monocultivos temáticos, la basura televisiva y la miseria ética de las redes, la naturaleza agoniza como resultado de la acción de los humanos a través de un sistema productivo y de consumo sicótico.
Vivimos en la era del Antropoceno. Esto concepto fue propuesto inicialmente por el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer, pero fue popularizado hace unos veinte años por el holandés Paul Crutzen, Premio Nobel de Química, para designar el potencial de cambio geológico que tiene la acción humana.
William Steffen, químico y climatólogo australiano, siguió la senda de Stoermer y Crutzen profundizando en el estudio de las consecuencias antrópicas sobre el clima terrestre. Trabajando en el Instituto de Resiliencia de Estocolmo, junto a Johan Rockström y su equipo de investigadores, elaboraron en 2009 y 2015 una lista con nueve límites planetarios que, nos advirtieron, sería muy peligroso traspasar. Cuatro de ellos ya han sido superados: el clima, la alteración de la cobertura vegetal, la erosión de la biodiversidad o la desaparición de especies animales (sexta extinción) y la alteración de los flujos biogeoquímicos (ciclos del fósforo y el nitrógeno).
Steffen y Rockstström mostraron también cómo, aproximadamente después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un incremento notable de la utilización de energía, consumo de recursos, crecimiento de la población, actividad económica, entre otros signos del industrialismo y del consumismo desbocado. Estos indicadores se correlacionan de manera positiva con otros muchos que evidencian el deterioro significativo y sin marcha atrás, de la biosfera, ese espacio de vida, hasta ahora por lo menos, único en el universo. A ese periodo lo denominaron “la gran aceleración”.
Steffen también advirtió acerca de la imposibilidad de cumplir con la meta de un aumento máximo de 1°C de temperatura hacia finales del siglo y un más que probable aumento de 4°C. En una conferencia dijo: “¿Dónde estamos yendo ahora? Estamos yendo al área naranja y eso es hacia 4°C de aumento de la temperatura para finales de siglo, comparada con la época preindustrial. ¿Y saben cuál es la diferencia de temperatura entre la última Edad de Hielo y el presente? Adivinen: 4°C. Así que estamos hablando de un cambio tan grande como el que se dio entre la Edad de Hielo, cuando los mastodontes y los mamuts estaban deambulando por el planeta y los humanos apenas sobrevivíamos. Estamos hablando de la misma diferencia. Pero no en 5000 años sino en un siglo. El problema es, en mi opinión, que es imposible sobrevivir a este tipo de cambio. Está más allá de la fisiología humana poder gestionar esa clase de cambio. De hecho, los grandes mamíferos como un todo no van a estar muy bien en esas temperaturas”.
El espectáculo-Shakira condensa, junto miles de otros, la banalidad de nuestro tiempo. Sabemos que el mal puede ser banal, nos lo demostró Hannah Arendt hace unas décadas a propósito de Eichmann. Pero también sabemos que la banalidad en su ceguera y sordera pueden producir daño.
La superficialidad y frivolidad de este mundo y de este país conviven, ocultándolos, los límites ecológicos sobrepasados. Ranciere afirma que frente a las injusticias y a los desastres las actitudes humanas, puede ser de ignorancia o de ceguera voluntaria: lo que no se sabe ver o lo que no se quiere ver. La combinación de ambas actitudes nos está llevando por el despeñadero.
“A los gravísimos problemas medioambientales de la época antropocena no se les otorga la debida prioridad en los proyectos y programas de las sociedades del mundo entero. Parece como si la humanidad estuviera viendo aletargada una película y esperando que en la secuencia final aparezcan los héroes salvadores que le van a solucionar todo para su mayor felicidad”. Esto lo dice la UNESCO. No tenemos tiempo.