Marx y las 40 horas
Karl Marx, principal ideólogo de las izquierdas, escribió sobre cómo para sobrevivir en una sociedad capitalista la mayor parte de la gente se ve obligada a vender lo único que tiene -su trabajo- a cambio de dinero. Según él, a menudo esta transacción es desigual, lo que puede llevar a la explotación y a la alienación: el individuo puede terminar sintiendo que ha perdido su humanidad.
El autor del Manifiesto Comunista quería más para los trabajadores, deseaba que fuésemos independientes, creativos y, sobre todo, dueños de nuestro propio tiempo. Marx quería una sociedad en la que una persona pudiese “cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y criticar a la hora de la cena”. Él creía en la liberación, en la emancipación y en la necesidad de luchar contra la alienación.
En Chile, país que Marx nunca consideró en su filosofía de la historia (su obra se rehusó a conceder espesor histórico a los Estados-naciones latinoamericanos y al conjunto de los procesos ideológicos, culturales, políticos y militares que los generaban), el Partido Comunista se acaba de anotar un logro que, para el actual gobierno y su coalición, emerge como un salvavidas en medio de los portonazos: la ley de las 40 horas. Se trata de una iniciativa emblemática para los nuevos rostros del amaranto chileno, principalmente para Camila Vallejo y Karol Cariola, sus impulsoras desde el año 2018 en el Parlamento, y también para la ministra del Trabajo, Jeannette Jara, quien de manera exitosa gestionó el trámite legislativo y de acuerdos con el gran empresariado.
En general, se trata de una modificación al Código del Trabajo para reducir la jornada laboral de 45 a 40 horas el máximo semanal. Pero esta modificación no será de sopetón, como podría haber ocurrido producto de una revolución a través de las armas, o fruto de una refundación a partir de un cambio constitucional (como la deconstrucción de los fundamentos del Estado que recientemente pretendieron llevar a cabo algunos abogados constitucionalistas intoxicados por la literatura de mayo del 68). Esta modificación se hará de manera gradual (cuanto molestaba hasta hace poco esta palabra a algunos jóvenes políticos), donde recién al quinto año se podría llegar a las 40 horas, es decir, el año 2028, salvo que de manera voluntaria una empresa quiera adelantar ese régimen.
Pero no todo es sonrisa para la coalición de gobierno con esta ley que quedó lista para la promulgación del Presidente Gabriel Boric. Desde el ala más a la izquierda de Apruebo Dignidad (coalición que está viviendo las mismas paradojas ideológicas que en su momento se le aparecieron a la Concertación) ya emergen las críticas a esta modificación al Código del Trabajo.
Para el economista Gonzalo Durán, esta ley “es una victoria para el gran empresariado y una puerta a la ultra flexibilidad laboral”.
Este economista de la Fundación Sol (misma que hasta hace poco era principal fuente de datos anti neoliberales para Apruebo Dignidad) plantea que esta ley favorecería los despidos masivos, ya que muchas empresas apuntarían a reemplazar a sus trabajadores de tiempo completo de 45 horas, por trabajadores de tiempo parcial de 30 horas, lo que generaría situaciones de precariedad más importantes de las que existen en la actualidad y fomentaría formas de trabajo transitorias de pocas horas, como puede ser el de chofer de Uber, delivery o similares.
Desde el ala de la derecha también llegaron (aunque más leves) críticas a esta ley. Hace poco un ilustre abogado y creativo de la UDI, Gonzalo Müller, declaraba que “las 40 horas viene de la mano de una flexibilidad que ningún gobierno de derecha hubiese sido capaz de obtener”.
Es indudable que, para los ortodoxos de las ideologías (los parlamentarios republicanos votaron en contra de esta ley), la crítica llega apelando a la supuesta contradicción ideológica de la izquierda gobernante. Puede ser, si es que imaginamos al Chile actual en la misma sintonía material y cultural de la Inglaterra del siglo XIX o del latifundio ochentero de la familia Kast.
Pero lo cierto es que las críticas son menores: el nuevo Chile celebra esta medida y solo los ilusos parecen salir a aportillarla. La sensatez de la realidad parece haber llegado (en buenahora) para asesorar a la nueva izquierda chilena que ha optado por priorizar el sentido común por sobre los cánticos de sirena de ese país que se perdió entre los escombros del siglo XX.
Y es que la ley de las 40 horas considera el punto de vista de la constitución cultural del Chile contemporáneo, forjado desde una formación social donde la idea del valor está determinada por la escala de precios, algo que ha desplazado el valor ideológico o de linaje de lo que hacemos, sustituyéndolo por una forma de valor de cambio. O, dicho de otro modo, un país que se auto jerarquiza, ya no desde su tiempo libre para exhibir intelecto o creaciones artísticas, sino que desde su pasión por el consumo como llave hacia una libertad que ya no considera normas institucionales, ni orientaciones filosóficas.
El sueño de Camila Vallejo y Karol Cariola no se parece en su radicalidad al de Marx, pero de igual manera ilumina el sendero para que los trabajadores puedan ser, en el contexto del actual capitalismo acelerado, más independientes, creativos y dueños de su propio tiempo, propiciando una sociedad liberada de las ataduras de paternalismos añejos, y dando paso a un escenario donde cada cual haga lo que quiera con su tiempo. Una sociedad donde se pueda trabajar de manera presencial en la mañana, teletrabajar por la tarde, pitutear en la noche y ver series por la madrugada.
Como diría Marx (y con fondo de música trap): de cada cual, según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.