Los 101 años del Partido Comunista brasileño: legitimidad, derrotas e historia
Apretados en el asiento trasero de un taxi, iban padeciendo sobre sus cuerpos aquella calurosa madrugada del verano carioca.
Cuando los tres hombres se bajaron frente al enorme edificio donde habían acordado el encuentro de la Avenida Getulio Vargas de Rio de Janeiro, escasamente sintieron las lánguidas brisas de aire que no les calmaban la transpiración, ni evitaban que la escurrida humedad en sus rostros terminara por empañar los cristales de sus lentes. En tanto, sus atuendos formales sin blazer, pero con camisas de mangas largas y pantalones de vestir, delataban su verdadera identidad.
¿Qué hacía entonces un grupo de trabajadores bancareos a las cinco de la mañana en esa esquina? ¿Y por qué a los pocos minutos tres jóvenes que emergieron desde la oscuridad se acercaron a ellos?
Eran los primeros días de enero de 1992 y esas seis personas pertenecían al Partido Comunista Brasileño.
Los más jóvenes eran de la Unión de Juventudes Comunistas y los que aparecieron en taxi, militaban en una célula del PCB del sindicato de trabajadores bancarios de Rio de Janeiro, incluso, uno de ellos, pertenecía a la dirección nacional.
Estaba todo coordinado con el conserje del edificio, «un amigo del partido», y de aquel grupo, quienes habían preparado un asalto a la sede en Rio de Janeiro del Comité Central del que hasta ese minuto era su propio partido.
Tenían las herramientas necesarias: martillos, un pie de cabra, cajas y bolsas. El único temor era que en la sede se encontraran con algún equipo de guardia montado por sus correligionarios, pero los de la línea oficialista, es decir, gente que respondiera a la dirección máxima de la organización encabezada entonces por el presidente del partido, Roberto Freire.
Freire tenía un discurso eurocomunista que en alianza "con los viejos burócratas del partido", asumieron la tesis planteada de que con la caída de la Unión Soviética la historia se había acabado y que el PCB debía transformarse en una nueva organización, con un nuevo nombre y una nueva identidad, que si bien intentaría conservar las propiedades e historia del partido, renunciaba a continuar siendo un partido revolucionario de corte marxista-leninista.
1992
La ruptura ya estaba desatada. El propio Roberto Freire se había encargado de dejar las cosas listas, incluso antes de plantear la propuesta de disolución ante la dirección del partido. Adelantándose a los hechos registró a su nombre en el Instituto Nacional de Propiedad Industrial las siglas PCB y los otros nombres con los que era conocida la organización, es decir “Partido Comunista Brasileño” y hasta su antiguo e histórico apodo “Partidão” (partidazo).
Fundado el 25 de marzo de 1922 como Partido Comunista de Brasil -Sección Brasileña de la Internacional Comunista, aquel instrumento sufrió en varias ocasiones de su existencia persecución, proscripción y divisiones internas.
Tal vez la más conocida ruptura fue la que se ocasionó en 1962 con la salida de una facción que terminó adoptando el nombre PCdoB o Partido Comunista de Brasil, un partido de corte maoísta que renegó de la desestalinización propuesta desde Moscú por Nikita Jrushchov.
Hoy el PCdoB es una organización con el nombre “comunista” con mayor número de militantes en Brasil, y han tenido presencia en los gobiernos de Lula y Dilma, dirigiendo actualmente la cartera de Ciencias, Tecnología e Información con la ministra Luciana Santos.
El PCB, en cambio, siguió la línea de Moscú, pero debió enfrentarse a un periodo difícil con una persecución exacerbada tras el golpe de Estado contra João Goulart de 1964 y la dictadura que le siguió.
Al tiempo que se asesinaban, torturaban y desaparecían a militantes comunistas, la organización, como en estado de shock, rechazaba optar por la vía armada que proponían personas como Carlos Marighella, quien terminó expulsado del PCB y creó en 1967 la guerrilla Acción Libertadora Nacional siendo asesinado en 1969, un año después de ser declarado el “enemigo público número uno” del gobierno militar.
Columna Prestes
Dentro de las figuras internacionales más conocidas del comunismo brasileño, se encuentra el histórico secretario general, Luis Carlos Prestes, famoso por su lucha desde la Columna Prestes e incluso el mundialmente reconocido arquitecto Oscar Niemayer.
Ambos pertenecían al PCB, el arquitecto hasta su muerte en 2012 y Prestes hasta que renunció al partido en marzo de 1980, al ver parte de la dirección del PCB cercana cada vez más a posturas conciliadoras, en vez de sumarse a las huelgas metalúrgicas que ocurrieron entre 1978 y 1985, por el contrario, tomó distancia planteando el reforzamiento de la vía electoralista.
Durante los años 80 la organización mantuvo aquella postura moderada, pero el finalizar la década «el Muro de Berlín se cayó en la cabeza del PCB» o al menos así lo grafica Ivan Pinheiro.
El Partido Comunista Brasileño como tal pudo sobrevivir a su noveno congreso, realizado entre mayo y junio de 1991, donde se reafirmó la identidad de la organización.
Pero con la desaparición del Partido Comunista de Italia ese mismo año y tras la caída de la Unión Soviética, se convocó desde Brasilia -donde estaba la sede central de la organización- a un congreso extraordinario para inicios de 1992 teniendo como única agenda discutir una nueva forma de partido.
Rescate de las letras
Ivan Pinheiro nació en Rio de Janeiro y allí vive hasta hoy. Era él quien dirigía al grupo de trabajadores bancarios y jóvenes comunistas que habían decidido asaltar de madrugada la sede del PCB en su ciudad natal.
Pinheiro era además integrante del comité central del partido, pero al descubrir que el congreso extraordinario convocado por Roberto Freire estaba manipulado y que los denominados Foros Socialistas tenían derecho a elegir delegados al congreso -varios de ellos no militantes del PCB e incluso algunos con militancia en otros partidos-, Pinheiro y comunistas de distintos estados, constituyeron el “Movimiento Nacional en Defensa del PCB”.
Pero pocos días antes de iniciarse el congreso que buscaría poner fin a la historia del PCB como tal, Pinheiro se hallaba frente a la puerta principal del comité central de madrugada y antes de usar la copia de llave que tenía, el bancario comunista pegó la oreja en la madera para percibir movimientos o los ronquidos de algún camarada que estuviera de guardia.
Al abrir la puerta, no estaba nadie y la sede del comité central en Rio de Janeiro aquella madrugada no tenía guardia. Así que sin dudarlo más, comenzó la operación.
Lo primero fueron los documentos, pero también se rescataron algunos cuadros que les regalaron en la Unión Soviética con la imagen de Lenin y Marx y sus nombres escritos en cirílico.
Al terminar, se enfrentaron a uno de los desafíos más importantes, rescatar la placa gigante con las letras metálicas que formaban el nombre Partido Comunista Brasileño junto al símbolo de la hoz y el martillo. Con el pie de cabra y otras herramientas, fueron sacando una a una las letras y el símbolo partidario.
Renovación eurocomunista
A Roberto Freire le bastaron cuatro años para convertirse en el manda más del PCB. Con aquel devenir electoralista de la organización y su reticente apoyo a las huelgas sindicales, no era extraño ver que a figuras como Freire los pusieran a la cabeza del partido.
Un personaje cuyo mayor mérito hasta ese momento -por no decir el único- estaba relacionado a su trayectoria electoral y legislativa, pero no precisamente en las filas del Partido Comunista, el señor Freire había sido miembro y candidato por otros conglomerados, primero por el MDB y después por el PMDB.
Afiliado al Partido Comunista Brasileño desde 1985, lo nombraron presidente del partido cuatro años después, en 1989, mismo año en que se transformó en el primer candidato a la presidencia tras la legalización del PCB, justo cuando el mundo socialista se venía abajo.
Su auge en la dirección comunista derivo finalmente, en 1992, en la propuesta para acabar con la organización, creando con los bienes e historia del PCB, su propio y nuevo partido, el Partido Popular Socialista.
Este proyecto político, que inicialmente apoyo a Lula en su candidatura de 2002, se fue derechizando hasta derivar en Ciudadanía, una organización de centro que ha sido en aliada de la derecha cuando el propio Freire asumió como ministro de Cultura de Michel Temer, tras el golpe de 2016 a Dilma Rousseff.
El arco de la historia de la “renovación comunista” brasileña terminó por sumergirse en el autoritarismo que tanto le había denunciado al denostado marxismo-leninismo.
Fue así como las moderadas posturas eurocomunistas dentro del PCB llevaron a la organización a cualquier puerto, incluso con el lamentable gesto de poner a disposición de O Globo toda la historia de aquel partido, a través de la donación que efectuó Roberto Freire al entregar a la Fundación Roberto Marinho los archivos históricos del PCB, entre ellos el acta fundacional del partido de 1922, para que se hicieran y manipularan películas y novelas sobre esta organización, sus héroes y heroínas.
Es bueno reflexionar en aquellas ideas planteadas por militantes como Ivan Pinheiro cuando advierten que la verdadera derrota estratégica no está en perder una elección, está en aquellas organizaciones de izquierda que ante una derrota electoral abrazan desesperados el progresismo, el eurocomunismo y van migrando en sus posturas hasta normalizar la labor de administrar un “capitalismo humanizado” con posturas conciliadoras hacia los grupos conservadores para garantizar una supuesta gobernabilidad.
Con el esfuerzo de militantes como Ivan Pinheiro, el PCB logró sobrevivir y recuperó su legalidad en 1995. No obstante, el aniversario 101 del PCB llama a pensar en dos ejemplos históricos.
Tenemos al Partido Comunista Italiano que a inicios de 1991 cambió de nombre y con los años se fue transformando hasta ser el actual Partido Democrático, cuyas centristas administraciones terminaron por entregar en bandeja de plata el país a la extrema derecha que encabeza hoy el gobierno de la primera ministra Giorgia Meloni.
Por el contrario, habría que recordar también que el Movimiento 26 de Julio de Cuba tomó su nombre de una derrota, de la fecha de su fracasado asalto en 1953 a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Santiago de Cuba donde incluso fue hecho prisionero su líder, Fidel Castro. Pero en vez de pensar que todo estaba perdido o escudarse bajo el argumento de que «la correlación de fuerzas no es buena», el movimiento con fecha de derrota lideró la revolución de 1959.
Para el historiador chileno, Lucas Schiappacasse, “lo que sigue a la derrota siempre es una hora de duda y confusión ideológica, de la cual se sirven oportunistas como Roberto Freire para hacer pasar el nuevo sentido común burgués como la renovación ideológica que necesita el partido para salir de su presente crisis”.
“Lo hemos visto en España, Francia y en Italia con el llamado eurocomunismo, cuando la derrota se asume idealistamente como una inevitabilidad, una “necesidad histórica” más real que la propia revolución, se hace imposible pensar las nuevas formas de praxis revolucionaria que nos exige el tiempo presente, volviéndose el más efectivo discurso contra las aspiraciones de emancipación de la clase trabajadora”, reflexiona Schiappacasse, historiador oriundo de la Región del Biobío.
“No obstante, a pesar de las derrotas siempre perdura una obstinada porfía revolucionaria, esa que hizo de los sacrificios de 1905 los triunfos de 1917, esa que aprendió del 26 de julio para triunfar en enero de 1959. Perdurar tras la derrota es la dialéctica de todo movimiento emancipatorio, y esto es exactamente lo que queda inscrito en la placa del PCB”.