Qué fue de La Moneda
Era un lugar que todos los chilenos consideraban su segunda casa porque allí vivía el Presidente en el imaginario de todos. Allí murió un Presidente.
Los militares lanzaron un duro mensaje que por años y los más años por llegar será recordado entre las llamas y el humo que intentaron hacer desaparecerlo, y que sin embargo resistieron sus murallas como si las de Jericó se tratara. La memoria ha entregado muchas historias de lo que allí pasó.
Los abrazos silenciosos en la más triste de las despedidas mientras la muerte esperaba. Las hijas sabiendo que su padre defendería aquel proyecto y programa que no era otro que dignificar a la clase trabajadora. Haciendo carne todos los votos que lo llevaron a cruzar las puertas de La Moneda y decir que desde ese día era también la Casa del Pueblo.
Todos prometieron contar al mundo de donde nació el ruido aquel día y cómo el humo salía de la tierra, las lenguas de fuego intentando borrar lo que fuera. Una mañana llena de odio vestida de uniforme. Las canciones de la patria sonaban como un piano al revés, flácido y cansado.
Los pasos del Presidente, sus últimas palabras, los libros y cómo iban cayendo entre el fuego las estatuas de presidentes anteriores. Borrar toda la historia y decir que con ellos nacía su patria. El alma de la patria de los militares pedía cometer no solo la traición, sino enviar un mensaje a Chile y el mundo: que todo lo que se parezca a igualdad sería lanzado al fondo de los pozos de fuego. Brutal mensaje el que enviaron los militares. Esa clase innecesaria, borrosa, mano de obra barata en permanente estado de oferta al mejor postor.
Han sido, sin lugar a dudas, las horas más violentas y tristes de la patria. De un pequeño lado el festejo y de la inmensa mayoría todo lo incierto que se esperaba. Haberse despertado sin saber aquella mañana del día 11 vestido de enemigo.
Los trigos estaban sembrados, el atún estaba en el bote, las máquinas guardaban el silencio y ya la nieve en Lonquimay había desaparecido. Los pizarrones de las escuelas de campo en silencio. El país respiraba entrecortado.
Una voz metálica llegaba a todas las esquinas con aquel tono amenazante que aprovechan los cobardes. Rendición absoluta, y es en esos momentos cuando se sabe que el fuego se dejará caer la alegría de esos pocos que alentaron y financiaron para que los militares consumen aquel delito. El más grave de todos como lo es quemar la Casa de Todos, nuestra casa y por tantos años. Las llamas alocadas y vengativas saliendo por las ventanas mientras el ruido no deja saber dónde están los puntos cardinales.
Desde los balcones de la Casa de Todos se dijeron cosas y asuntos fundamentales y delicados con distintos todos de voz. Las grandes promesas incumplidas, se diseñaron sueños que no llegaron a su día y se desdibujaron entre tanto dolor.
Y comenzó la angustia de mujeres que buscaban hasta el amanecer con una camisa y un pantalón para que el frio no le doliera tanto. La incertidumbre desde la Casa Grande del centro de Santiago hasta la casa más chica de la población el no saber qué después. Esos cuatro palos que por años fueron sumando tablas para finalmente sea su casa. Cerraron la puerta y ventanas y a esperar. Todo se pasaba como si de una película se tratara. Intentar quemarlo todo también fue el mensaje.
Jamás sería aceptado que llegara a ese lugar un Presidente/Presidente que quitara el privilegio del cobre a los norteamericanos haciendo saltar a Nixon. Que invitara a su mesa a los que trabajan la tierra, casi solos mientras las bestias rompen la tierra para acoger lo nuevo. Aquel gorro de lana que abriga la cabeza del pescador que habla con las olas.
Los militares y ese grupo pequeño no aceptarían que un hombre con lentes gruesos fuera a la ONU y públicamente informara lo que se quería para un país que arrastraba miserias y desvelos, muertos y apaleados por largos y tantos años. Vengo de un país llamado Chile, dijo.
Cierto que hubo errores, pero de eso se habló por largos años y muchas cartas se siguen escribiendo de lo que se pudo hacer mejor y de lo que se construyó firme. Eso se hizo y se seguirá haciendo mientras los militares lustrosos, engominados, engreídos y soberbios mantengan su cuota de poder y veto. Los militares no fueron valientes. Recordar que las guerras anteriores han muerto muchos de infantería pero jamás un general.
Salvador Allende combatiendo la sedición mientras en los cuarteles la traición ya corría alocada por cuarteles y tanques, por aviones y barcos. La CIA buscaba a su presa; Estados Unidos lo quería crucificado para desencantar a los que le creyeron hasta el último día y los que en la memoria guardan sus últimas palabras. Cuestión permitida por los gobiernos mientras sus altos mandos se han convertido en ladrones de guantes blancos con la mano derecha a la altura de la sien, donde también es un buen lugar para una buena acción.
La reconstrucción de La Moneda la pagaron todos los chilenos. Los militares, luego del ataque, se fueron a otro lugar a comer su hueso viejo y raído esperando que sus patrones le dejen caer otro más para no perder el filo de sus dientes. Hasta en eso adiestrados.
Un cura fusilado en el poste de un puente sin vendas. Así mataron a Joan. Cuerpos con ropas pobres se acumulaban entre los pasillos del Instituto Médico Legal. Filas de mujeres con el nombre y apellido para saber si era él o allí se encontraba en montaña de muertos, esa carne rechazada por la clase dominante. El triste recorrido de vuelta a la casa para un velatorio asustado, algunos rezos a medio terminar y llevarlo después para que descanse. En esos momentos no se sabía la verdad; sólo estaba la de los vencedores que se imponía a sangre y fuego, con esos pesados pasos de las botas que no han ganado ninguna batalla.
El fuego seguía trabajando y quemando todo. Eran pocos, no más de 40 personas. El Presidente dijo que era hora y había que volver a casa para salvar la vida estableciendo, eso sí, que otros hombres superarían aquel momento gris y amargo, y que las alamedas dejarían que todos puedan cruzarlas nuevamente alegres en algún tiempo.
Ese día marcó un antes y un después. La alegría abandonó su oficio y dejó que al amparo de la tristeza la vida continuara. Esperaría posiblemente otro momento para colocarse en la primera de la fila de los hombres y mujeres felices.
Allí está la traición, en ese espacio han crecido algunos conversos, los que perdieron el camino y se avergüenzan de su pueril pasado. Pero está también hombre y la mujer que mira cada mañana aquel lugar mientras el transporte los acerca a su trabajo. Son miles lo que quieren saber cómo se llegó para que aquella infamia dejara esa mueca fea y mala para siempre.
“Quiero señalar ante la historia el hecho trascendental que ustedes han realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión, la amenaza, la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad”, había dicho Salvador Allende en su Discurso de la victoria.