La lucha colla por salvar el Salar de Maricunga ante industria del litio
A menos de tres kilómetros de “La Puerta”, un antiguo palacio inca en ruinas ubicado en medio de la precordillera de la región de Atacama, en el norte de Chile, vive Ercilia Araya, la presidenta de la comunidad indígena colla de Pai Ote que en lengua quechua significa desierto nostálgico.
Para llegar hasta su casa se necesita tener un buen contacto local. Ni autobuses interurbanos ni colectivos recorren la única ruta que une su hogar con la carretera internacional que conecta a Chile con Argentina. El camino, con tramos de pendientes y curvas que serpentean el árido paisaje, pareciera ser visitado solo por el fuerte viento del altiplano.
Por eso a Ercilia Araya le sorprendió cuando recibió la visita de un representante de la empresa Simco, quien les ofreció veinte millones de pesos en becas para los niños y la posibilidad de participar como choferes de los camiones de transporte que, eventualmente, acarrearían el material cuando se iniciara la explotación de litio en el salar de Maricunga.
“Nos quieren explotar doblemente, nos dejan sin salar y buscan que seamos sus trabajadores”, dice mientras pone la tetera sobre el fuego de un horno a leña que calienta esa fría mañana de septiembre.
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Historia de Maricunga
Ercilia Araya, descendiente de colla por la línea paterna y de diaguita por su linaje materno, nació hace 56 años en Pai Ote, al igual que sus antepasados. De estatura baja, cara amable y pelo siempre amarrado en dos largas trenzas que se posan sobre su poncho, es una voz reconocida y respetada en su territorio debido a que encabeza recursos de reclamación y protección contra los tres proyectos que buscan explotar litio en el salar de Maricunga.
Aquel lugar no solo es parte del territorio que ancestralmente ha utilizado la comunidad de Pai Ote, sino también del Parque Nacional Nevado Tres Cruces.
La dirigente indígena ha logrado detener, al menos momentáneamente, dos de los tres proyectos por no realizar una consulta indígena y consiguió que el tercero sea investigado por causar daños ambientales.
La reactivación de los proyectos, sin embargo, es inminente. La fiebre por el litio es hoy más fuerte que nunca en un contexto de cambio climático en el que los gobiernos han encontrado precisamente en este mineral la vía para transitar hacia las energías limpias. El salar de Maricunga —la segunda reserva de litio más grande del país, pero aún virgen de explotaciones mineras— está en la mira de la industria.
“Nosotros no peleamos para que las empresas nos den plata, lo hacemos porque no sabemos qué va a pasar con el ecosistema, porque recién están explotando los salares», sostiene Ercilia Araya.
El salar de Maricunga, bajo amenaza
El salar de Maricunga, ubicado a 3 760 metros sobre el nivel del mar, es parte del territorio ancestral y hogar de comunidades indígenas Collas como Pai Ote, donde Ercilia Araya nació y se crió. Formada por 70 familias, esta comunidad es reconocida a nivel regional por la práctica de la trashumancia, un tipo de pastoreo de movimiento continuo entre invernadas —en la época de invierno— y veranadas –—en la época de verano—. Las distancias recorridas entre las invernadas y las veranadas, y viceversa, son extensas y abarcan un amplio territorio que incluye el salar de Maricunga.
Tiene una superficie de 146 kilómetros cuadrados y su ancho, de diez kilómetros en el lado norte, se estrecha abruptamente hacia el sur donde se une a la laguna Santa Rosa, considerada sitio Ramsar, es decir, un humedal designado como de importancia internacional por la Convención que lleva ese mismo nombre.
Esa unión que se genera entre el empalme de la laguna Santa Rosa con el lado sur del salar de Maricunga es parte del Parque Nacional Nevado Tres Cruces (PN NTC), la mayor figura de protección a nivel nacional.
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Área desprotegida
César Pizarro, jefe de la sección de Conservación de la Diversidad Biológica de la Corporación Nacional Forestal de Atacama (Conaf A), el organismo en Chile encargado de la administración de las áreas protegidas terrestres, explica que la parte sur del salar es la única zona protegida, pero que la parte norte no está resguardada y es ahí, justamente, donde las empresas pretenden extraer litio. Además, en las inmediaciones del parque, también hay otros cinco proyectos mineros de oro.
Según las compañías, sus proyectos “no son parte del área de influencia de las áreas protegidas y, por lo tanto, no dañan la flora y fauna del lugar”. Pero lo cierto es que, según los científicos, no es posible asegurar que los proyectos de litio presentes en Maricunga no impactarán al salar, puesto que no existe hasta ahora un conocimiento acabado de cómo funcionan estos ecosistemas. “Se sabe parcialmente”, asegura la bióloga Cristina Dorador, quien se ha especializado en estudiar la microbiología de los salares y es una de las científicas que más conoce acerca de estos ecosistemas. Incluso, en 2019, una sentencia del Primer Tribunal Ambiental reconoció justamente esta falta de información científica y la necesidad de actuar bajo el principio precautorio porque, lo que sí se sabe con certeza, es que se trata de sistemas muy frágiles, indica Dorador.
Además, la Comisión Nacional del Litio, creada en 2014 para proponer políticas públicas en la materia, alertó sobre los impactos de esta industria en los salares al afectar el recurso hídrico de su entorno por la extracción de salmueras “lo que repercute negativamente en los grupos humanos asentados en los alrededores de los salares”, asegura Garcés.
Ercilia Araya da un sorbo de la taza de té que, cada cierto tiempo, bebe para mantener la temperatura corporal en esa fría mañana de comienzos de primavera. Hace una pausa, respira hondo y dice que no permitirá que la industria del litio destruya el territorio tal como lo hace en el salar de Atacama. “El daño que se ve allá cala profundo, es como saber que te van a matar y que en algún momento llegará la hora y el día”.