“Levitas”: cuando la violencia de género se ampara en un dogma de la religión
Hago mi confesión de entrada porque me cuesta enormemente no mirar con cierta superioridad intelectual a los evangélicos. No logro dejar de menospreciar en algún sentido, a quienes niegan la evolución y creen que la mujer fue creada a partir de una costilla de Adán. Lo siento. Para mi, las personas que creen literalmente en el infierno y en satán, están más presas de la ignorancia que yo de mis prejuicios. Aunque suene pésimo, reconozco que sí, me considero en lo moral, absolutamente superior a alguien como el pastor Soto. Y digo esto porque me extenderé sobre “Levitas”, la exitosa obra de Paly Pavez y Lafamiliateatro, que aborda los abusos al interior de la iglesia evangélica.
Me pregunto entonces: ¿a quién le habla esta obra? Quiero decir: ¿podría esta obra ser sobre abusos al interior de la iglesia católica, o al interior de una universidad privada, o de una rama de las fuerzas armadas, y ser, en lo medular, la misma obra?
Supongamos que respondo “sí”. Entonces lo que “Levitas” muestra en torno al mundo evangélico sería accesorio, porque el tema de fondo es la violencia de género que se ampara en un dogma o en una institución jerarquizada. Cómo se normaliza esa violencia desde ese dogma o de esa institución, o mejor dicho: la violencia es estructural en ese dogma o institución, sus reglas y jerarquías son tinglados para el abuso. Eso se llama patriarcado. Entonces esta obra es para todo espectador, no es una obra pensada para “abrirle” los ojos específicamente a las mujeres evangélicas, porque además demuestra saber que esa posibilidad es rotundamente mínima.
Entonces respondo “no”. Si en vez de canutos fuesen milicos, académicos o curas católicos, no sería ni de cerca la misma obra, porque esta obra tiene además un origen autobiográfico, y eso lo cambia radicalmente todo. Porque sí: es una obra pensada para abrirle los ojos a las mujeres evangélicas, por mínima que sea esa posibilidad. Pero insistimos: al mismo tiempo “Levitas” es un montaje plenamente consciente de sus alcances, es comedido y hasta respetuoso en su discursividad política. No hay una caricatura alevosa.
Porque hace 10 años, en un programa televisivo nocturno y chabacano, destinado al público más vulgar y popular arquetípico, al obrero de la constru; dos actrices interpretaban a una pareja de hermanas evangélicas, en el sketch “Las iluminadas”. La caricatura de dos mujeres salvajemente reprimidas y constreñidas, que parecían colapsar y entraban en catarsis, convulsionando como posesas entre aleluyas y avemarías. Pero hace 10 años también fue el éxito del autobiográfico “Joven y alocada”, un blog que llegó a libro, y luego al cine, de la escritora Camila Gutiérrez. Y en otro registro, la novela “Mentirosa” de Yuri Pérez, proponía también un acercamiento más experimental, lírico antes que satírico, paródico pero también trágico, para retratar a este tipo de personajes.
Los feligreses y feligresas de la iglesia evangélica, son y han sido siempre numerosos entre los pobres, en las clases populares, en la huesera, en los guetos marginales, en las poblaciones y en los campamentos. Evangélicos mapuches, evangélicos drogadictos en rehabilitación, evangélicos gendarmes, evangélicos delincuentes: las cárceles están llenas de hermanos y hermanas que acuden a esta fe porque se sienten comprendidos, cobijados, redimidos, porque según sus propios rezos, sólo Jesús es salvo y todos los demás somos pecadores, por eso nos invitan con insistencia a ser parte del mundo de los arrepentidos.
Pero la situación ha cambiado y la fe evangélica suma cada vez más adeptos que no pertenecen necesariamente a sectores sociales desfavorecidos, que distan de las caricaturas y desdibujan todo arquetipo. Eso representó Camila Gutiérrez: una “canuta” universitaria, profesional, con recursos, de clase acomodada; una franja creciente de evangélicos “no flaites” que llegó incluso a acuñar el mote de “evangelais”, para las niñas cuicas que seguían esta fe. Entonces sí es posible “abrir los ojos”. Esa juventud creyente pero que se hace preguntas serias, y que ya no acepta las respuestas de la fe dogmática, tiene la opción de dejar de creer a pie juntillas el relato de sus pastores evangélicos. Y bien por ellos. Pero sobre todo por ellas.
Escrita por Paly Pavez a partir de su propia biografía, la escena se abre con el regreso a la iglesia de una joven que creció en la fe, pero que se alejó de la parroquia tras vivir la desilusión de un abuso. Y ahora, sumergida aún en la confusión, experimentando las dudas y angustias de una crisis, lábil emocionalmente, regresa para intentarlo de nuevo, para intentar creer en dios. Sin embargo su testimonio cae como una chispa en un pastizal seco. Porque la comunidad de la parroquia vive justamente un momento de curiosa acefalía, no se ha visto al pastor hace meses y hay rumores y acusaciones de abuso en su contra. Desesperada por contener la fuga de fieles, la hermana Tabitha, una feligresa fiel, vela con celo guardián el desarrollo de los cultos y los ensayos del coro, cuidando el patrimonio de la iglesia y la reputación del pastor desaparecido. El enfrentamiento entre ambas es inevitable.
A esa pareja inicial se le suman otras dos mujeres. Entre las cuatro hay un arco de posiciones de poder, donde la hermana Tabitha representa el extremo de conservadurismo ciego, que no cuestiona la autoridad del pastor, que más bien acusa la presencia de satán en toda esta maledicencia; mientras que la joven que regresa y cuenta las razones de su alejamiento, representa a la descarriada arrepentida.
Entre ambas aparecen la hija del pastor, que tiene por su filiación un lugar de poder ante el resto, pero es muy joven y veleidosa por lo mismo, además no se atreve a desobedecer ni a dar rienda suelta a sus propias dudas y angustiosos sentimientos.
Y está Débora, que representa a la mujer del pueblo, una esforzada madre de 3 hijos y esposa de un gendarme laico, que apenas se da tiempo para ir a la iglesia, que tiene todas las características del arquetipo de su personaje popular marginal, es choriza y cahuinera, genera conflictos nimios por la afinación del acordeón o por el orden en que se deben cantar las canciones, por cualquier “tú dijiste, ella dijo, yo le dije”.
Débora, en su proceder y sin darse cuenta, evidencia su posición, la más alejada del poder, y de ahí su desesperación por competir simbólicamente con el resto. En este personaje hay un magistral trabajo de conocimiento del cómo hablan, se desenvuelven y comportan estos sujetos populares. Del mismo modo, el personaje de la hermana Tabitha, interpretado por Paly Pavez, resulta también estremecedor en su genuina y perturbadora ceguera y tozudez. La obra, en suma, es en este sentido, puro talento.
Estrenada en junio del 2022 en el teatro Mori de Recoleta, y tras haberse presentado durante todo el resto del año pasado en distintas salas, Lafamiliateatro anunció que el 2023 buscarán recorrer el país con esta obra, una pieza necesaria para hacer pensar a quienes a veces les cuesta o lo olvidan, que además tiene inteligentes dosis de humor y emotividad, lo que la convierten en una experiencia más encima entretenida.