Navidad: la insoportable liviandad del ser
Navidad es una necesidad. La necesidad impuesta por el capitalismo salvaje, instalada en el imaginario colectivo, de comprar regalos a cómo dé lugar. “Pascua feliz para todos”, es la canción icónica de esta fecha. Resulta patético, violento, presenciar en televisión, cómo la repite (con la variante “Navidad” en vez de pascua) el popular cantante Chayanne, en el rol de estrella principal. Detrás de él, un inmenso grupo de personas de Chile, Perú y Colombia: blancos, negros, caribeños, indígenas, niños y niñas, bailando cumbia cantando el famoso Feliz Navidad para toodos. Con un trasfondo y vestimentas de múltiples colores y paisajes bellísimos. Todos y todas muy “felices”, con risas de plástico de oreja a oreja. Y Chayanne continúa: En Falabella y Latinoamérica, feliz Navidad para todos.
El mensaje, más claro imposible: “compra, compra, para que en esta Navidad seas feliz”. El bombardeo publicitario desorbitado, morboso en la “tele” (lo que ve la gran masa) induce indefectiblemente, a la compra de múltiples bienes: desde celulares, juegos play station notebooks de última generación, pasando por cientos de juguetes, ropa, perfumes, comestibles y licores, hasta autos de marca 2023. Todo pagado en “cómodas cuotas”. Promoviendo insistentemente préstamos en bancos y/o grandes tiendas para tener acceso a regalar.
Un pueblo, millones de chilenos y chilenas, que con suerte tienen para comer lo mínimo básico, siguen como zombis esta manía y frenesí colectivos de gastar lo que no se tiene, sin importarles continuar sobreendeudados, para siempre, con tal de demostrar “amor” a sus seres queridos a través de las cosas.
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Un llamado histérico al apuro, a un consumismo desenfrenado, que transforma esta fecha, en la de mayores ventas del año. Y esto acompañado de rimbombantes árboles de pascua, atiborrados de adornos carísimos, más un Viejo Pascuero a quien los niños y niñas le envían una lista de ansiados regalos, que ven en la tele, que obviamente le llega a los padres. Todos regalos muy lejos de una simple pelota o un simple trompo. La advertencia es: sin muchos y costosos obsequios no hay amor. Esta “exigencia” del cruel mercado se ha transformado en el único sentido y espíritu de esta fecha.
Detengámonos un poco a recordar la definición de Navidad: “palabra derivada del latín naturitas o nacimiento”. Más extenso aún: “una festividad religiosa que se celebra el 25 de diciembre, cuando los cristianos conmemoran el nacimiento de Jesús de Nazareth”.
¿Desde cuándo se celebra Navidad? Según algunas investigaciones, hace alrededor de 1.600 años el Papa Julio I escogió el 25 de diciembre para festejar el nacimiento de Jesús. Se supone que los cristianos caían en un profundo estado de introspección y reflexión, efectuando un balance valórico del año, con votos de renovación para el siguiente. Para ellos, Cristo es la persona más pura y bella, que jamás ha pisado este planeta.
La pregunta es: ¿Dónde está Cristo, entremedio de este tenebroso submundo materialista? ¿Entremedio de esta enajenación y alienación del ser? Comprando como locos, apelotonados, casi corriendo, una gran mayoría en un mall, emblema del capitalismo neoliberal.
¿Quién o quiénes se encargan en la “tele” de comunicar que esta fecha es sólo un nuevo aniversario del nacimiento de Jesús?
¿Quién o quiénes informan a la gran masa de chilenos y chilenas que Jesús nació en un simple pesebre de un establo, con su madre María y su padre José, rodeado de animales, pastorcitos y los tres reyes magos? Que, por lo mismo, debiera ser una celebración en máxima austeridad. Y no de jolgorio, inundado de excesos.
Nada más lejos de esta conmemoración que este lujurioso consumo, entre regalos, árboles y adornos, cada año más sofisticados, con un Viejo Pascuero como el máximo símbolo materialista de Navidad, para las niñas y los niños.
¿Qué aviso publicitario promueve una cena de Nochebuena muy simple y barata? ¿Que lo razonable es compartir un tradicional pan de pascua y al otro día, en Navidad, despertar a las y los niños con las típicas “botitas” rojas de género, llenas de dulces y galletas de miel navideñas, hechas por los mismos pequeñitos en casa?
¿Quién recuerda en la “tele” que Jesús es un ejemplo a seguir de humanidad y que siempre estuvo en la vereda de los pobres, los enfermos, los carenciados, los abandonados, los presos, los desamparados, muy lejos de los fariseos, los ricos y poderosos de aquella época?
Por último, ¿quién en la tele hace la distinción entre lo trascendental y virtuoso y lo banal y utilitario?
Lo trascendente y virtuoso no tiene costo alguno. Se expresa en la bondad de un abrazo. En un sincero “te quiero”. En sentir al otro. En dar todo el amor de sí por nada a cambio. En la solidaridad. En la generosidad. En la fraternidad, el compañerismo, la hermandad. Es lo que perdura en el tiempo, lo imprescindible, lo eterno.
Lo banal y utilitario, en cambio, es el “comprar” el amor a través de bienes materiales. Entregar cosas útiles, normalmente a través de una transacción monetaria (puede ser mucho o poco, pero utilitario al fin). Estar muy lejos del real sentir del “otro”. Es el egocentrismo, donde no cabe más que el yo. El individualismo. El abrazo no sentido. Un amor y unión aparentes. Utilizar al otro por un beneficio o ganancia personal. Es lo insustancial, lo superficial, lo frívolo, lo perecedero.
Es la eterna distinción entre el “ser” y el “tener”. Lo primero genera real felicidad o plenitud, basadas en la unión, armonía, goce y paz. Lo segundo genera vacío interior, vacuidad. Una felicidad y alegría efímeras. Lo banal nos borra el alma. Nos borra como humanos. Por lo tanto, es la profunda y estructural causa de la violencia.
La frustración (imperceptible) que genera a los niños, niñas, jóvenes, por no recibir el o los regalos soñados –entre otras grandes frustraciones de vida– es el engendro de la rabia, resentimiento, incluso odio, que se manifiesta en la adolescencia y adultez.
Según lo anterior, la Navidad se ha transformado en una festividad desalmada, o sea, sin alma. En la que el dinero, para comprar regalos, toma un rol protagónico y único. El hoyo negro del materialismo, la competencia y la ganancia o lucro, a cualquier costo, invisibiliza el verdadero sentido de esta fecha.
Y la televisión ¿visibiliza a las y los millones de chilenos deprimidos, desesperados, angustiados, dolidos, porque están presos, viven solos o en la calle, en campamentos y no tienen ni siquiera un pollo para cenar? ¿Se informa en las pantallas la cantidad de hombres, mujeres, jóvenes, que se suicidan justo en estas fechas?
¿Quién se hace cargo de esos niños y niñas que tienen internalizado, desde que nacen, que la Navidad es recibir todo lo material que les ofrece la tele, como fin primero y último? ¿Que, por lo mismo, piden, demandan, muchos regalos al viejo pascuero, símbolo netamente utilitario e individualista?
¿Qué mamá y/o qué papá, sea cual sea la casta o posición económica, le relata a sus hijos, como un verdadero cuento, que en estas fechas se celebra solamente un nuevo cumpleaños de Jesús? Y que Jesús nació en extrema austeridad, inundado de amor y paz. Que, por lo mismo, lo único fundamental en Navidad es recibir amor puro y sincero.
¿Quién o quiénes se hacen cargo de esta gigantesca frustración de los niños y niñas, por no recibir ningún regalo? Pero también de aquellos niños y niñas de padres y familias acaudaladas, que reciben tantos, decenas de regalos y los deja igualmente vacíos y muy frustrados.
Imposible que la felicidad, basada en el consumo, no provoque violencia. Una violencia que se muestra todos los días, en los principales titulares de la televisión. Sin hacer la más mínima mención a las causas de aquellos actos desalmados. En su mayoría de jóvenes, cada vez con menos años.
El mercantilista espectáculo en que se ha transfigurado Navidad, nos habla de un drama psicosocial: la insoportable liviandad del ser.
El trovador cubano Silvio Rodríguez resume esta fecha (en su canción de Navidad) de esta manera:
El fin de año huele a compras, en horas buenas y postales, con votos de renovación…
Y yo qué sé del otro mundo, que pide vida en los portales, me doy a hacer una canción.
La gente luce estar de acuerdo, maravillosamente todo parece afín al celebrar.
Unos festejan sus millones, otros la camisita limpia y hay quien no sabe qué es brindar.