Los pecados del padre Adrián: El sacerdote denunciado por abusos que hace misas en Schoenstatt
No hay día que Jorge Ramos no se pregunte: ¿por qué fui? Han pasado más de diez años desde ese viaje a Antofagasta, pero sus ojos aún se humedecen al recordar lo que pasó esa noche de octubre de 2011, en la parroquia del Buen Pastor, con el sacerdote diocesano de Schoenstatt Adrián González.
“Estaba en sentado en un sillón viendo televisión cuando de pronto Adrián se abalanza sobre mí”, recuerda Jorge Ramos. El sacerdote lo coge de las mejillas y comienza a besarlo y abrazarlo apasionadamente. Jorge no sabía que estaba pasando, solo atinó a mirar una imagen de la virgen María que había en el salón.
Tampoco recuerda cómo se libró de las garras del sacerdote y corrió hasta la cocina a buscar un vaso de agua. “Adrián me persiguió, me abrazó por la espalda y me dijo te quiero mucho”, cuenta Jorge Ramos en ese entonces de 21 años de edad. Incómodo y desconcertado se encerró con llave en la habitación.
No sabía a quién contarle, no tenía dinero ni conocidos en la ciudad. Estaba solo. “Esa noche no pegué un ojo”, recuerda. Ambos se conocieron en 2009, en la Parroquia Santa Madre de Dios de Lo Espejo. Fueron presentados por Cristián Precht, exvicario de la solidaridad denunciado por abuso sexual. A finales de 2010, Jorge lo eligió como acompañante espiritual para discernir su entrada al seminario.
A la mañana siguiente, el sacerdote González apareció acompañado de Benedicto Arredondo, párroco del Buen Pastor y actual vicario General de la Arquidiócesis de Antofagasta. Se había confesado con él sobre lo ocurrido en la noche con Jorge.
“No malinterpretes la muestra de cariño que ocurrió anoche”, fueron las palabras que Jorge escuchó del sacerdote al pedirle explicación por lo que había sucedido en la noche. “Yo le dije que lo veía como un padre, un amigo y que con ellos yo no me relacionaba de besos”, recuerda. “Nunca más se repetirá”, fue la promesa del religioso.
Ramos, sin embargo, no fue el primero. Tampoco el último.
Más de diez personas denuncian haber sido abusadas por este religioso que por más de 20 años se desempeñó como sacerdote en la población La Bandera y en Lo Espejo, zonas estigmatizadas por la pobreza.
Obeso, de manos gruesas, canas en el pelo y sonrisa coqueta, es la imagen que los feligreses de San Ramón tienen de Adrián González, lugar donde formó a los pioneros de Schoenstatt, grupo integrado por jóvenes menores de edad con características sectarias.
En 2014 fue condenado por la justicia canónica a cinco años de suspensión del ministerio sacerdotal. La condena debía terminar en octubre de 2019, pero el Arzobispado de Santiago la extendió hasta el 11 de marzo de 2021. Hoy realizaría misas y prepararía retiros en el santuario de Schoenstatt de La Florida, a pesar de que el Arzobispado no lo destinó a ninguna parroquia como medida preventiva.
“Los castigos son demasiado laxos (…) este cura cumplió cinco años sin hacer misa, pero teniendo sueldo y viviendo cómodamente”, declara Jorge Ramos.
Andrea Idalsoaga, delegada para la Verdad y la Paz del Arzobispado de Santiago, señala a El Desconcierto que “en su minuto no se comprendió la magnitud de los daños hechos por el sacerdote González”.
El Desconcierto accedió a cuatro testimonios, varios de ellos aún trabajan en la iglesia y en sus casas no conocen este episodio, por lo que prefirieron reservar su identidad. Dos de estos cuatro jóvenes, presentaron una denuncia en la fiscalía el viernes pasado en contra del sacerdote Adrián González por abuso sexual.
La llamada
Dos de las víctimas del religioso diocesano llegaron hasta la Fiscalía de La Florida, a fines de la semana pasada, a interponer una denuncia penal en contra de Adrián González. Están esperanzados, aunque reconocen que todo se trata de “un saludo a la bandera”. Los delitos por los cuales imputan al religioso están prescritos, ya que ocurrieron a mediados de la década del 2000. La idea de J.A es acudir en los próximos días a la Oficina de Pastoral del Arzobispado de Santiago (OPADE) para denunciar al religioso, quien desde 2011 cuenta con una carpeta en el organismo tras una denuncia anterior. “El objetivo es atacar por todos los frentes que podamos”, señala J.A.
El camino de J.A. para llegar a la justicia comenzó en 2018. Tras enterarse del caso Karadima entendió que la relación que había mantenido con el sacerdote Adrián González, mientras participaba de la parroquia Doce Apóstoles en la comuna de San Ramón, era de carácter abusiva. Fue entonces cuando tomó conciencia de que los besos en la boca y los agarrones de trasero recibidos por el religioso schoenstattiano no eran normales.
Fue un descubrimiento duro, ya que el sacerdote era su confesor, bautizó a sus hijas, celebró su matrimonio, incluso por un tiempo dependió económicamente de él. “Era nuestro referente”, comenta J.A.
A comienzo de septiembre de este año, J.A. contactó a sus antiguos amigos de la capilla Sagrado Corazón de Jesús de San Ramón, para preguntarles si ellos también habían sido atacados por González. "También te tocó el padre Adrián", fue la respuesta que obtuvo de la mayoría de los jóvenes consultados, percatándose que no era el único que se habían sentido incómodo con el sacerdote.
“Como era el guía de estos chicos me siento responsable de lo que pasó. Es mi deber que esto no quede impune”, señala J.A., quien está decidido a llegar hasta las últimas instancias, incluido un proceso de reparación.
La llamada de J.A. sacudió las emociones y recuerdos olvidados de los jóvenes que, al igual que él, veían a González como un padre. Los besos en la boca, los agarrones de trasero y las tocaciones genitales eran vistas como una muestra de cariño del sacerdote hacia sus más cercanos.
“Quiero sacarlo a la luz, por qué me di cuenta de que esto le puede pasar a otras personas”, indica M.A, quien tras la llamada de J.A empezó a cuestionarse el comportamiento que Adrián González tenía con los jóvenes con interés vocacional de la capilla Sagrado Corazón de Jesús.
Pioneros de Schoenstatt
Atraído por una compañera de colegio que asistía a confirmación, M.A entró a la capilla Sagrado Corazón, perteneciente a la parroquia Doce Apóstoles, donde González era párroco desde 2005. Dos años después fue invitado a participar de los Pioneros de Schoenstatt, un selecto grupo que se diferenciaba del resto de la pastoral en la cual participaban más de 100 jóvenes.
Se trataba de una agrupación pastoral creada por el sacerdote en la zona sur de Santiago inspirada en el movimiento de Schoenstatt. Era una comunidad cerrada, integrada por hombres entre 15 y 18 años que soñaban con ser sacerdotes. El religioso había replicado esta idea en la Ermita de Schoenstatt de la población la Bandera, mientras era párroco en Jesús Señor de la Vida, entre 2000 y 2005, oficiando como una suerte de reclutador de vocaciones.
Si bien la mayoría de los abusados reconoce al religioso como miembro de Schoenstatt, Patricio Moore, miembro del Consejo General de los Padres del movimiento religioso, aseguró a El Desconcierto que lo que hacía González era un trabajo “inspirado en los valores schoenstattianos, pero no era un trabajo de Schoenstatt”. El sacerdote, en rigor, trabajaba como un asociado al movimiento, pero como sacerdote diocesano respondía al Arzobispado de Santiago.
Era un grupo afiatado, se reunían todos los viernes a conversar sobre la biblia, compartir experiencias y madurar la fe. “Nos sentíamos los elegidos de Dios para llevar una misión en la zona sur”, recuerda C.R uno de los primeros elegidos del sacerdote.
Todos provenían de familias trabajadoras y humildes, que al llegar a Schoenstatt se encontraban con una realidad de opulencia y riqueza nunca vista. La mayoría participaba de la parroquia desde pequeños, habían preparado todos sus sacramentos ahí y veían en ella un lugar seguro, en medio de una zona dominada por el narco.
M.A. tuvo que someterse a una consulta al interior del grupo para ingresar. Para él era algo novedoso que le iba permitir crecer en su fe, situación que se fue tornando cada vez más adictiva.
Se reunían todos los viernes a conversar sobre la biblia, compartir experiencias y profundizar sobre el movimiento de Schoenstatt. Las reuniones se realizaban en una casa “juvenil” fundada por González, a la que solo podían entrar hombres. “Nos pedía que nos cuidáramos de las mujeres”, indica C.R.
El sacerdote era el guía espiritual y confesor, además de orientador de sus relaciones afectivas. Todo estaba bajo su dominio. Incluido algunos ritos que los hacían distintos al resto de los jóvenes que participaban de la parroquia: los besaba en la boca. En público era un beso “cuneteado”, en privado más apasionado, casi un beso de novio, recuerda J.A.
-¿Cuál fue tu sensación cuando te dio el primer beso?
Quedé en shock, paralizado. Lo único que atiné fue darle una palmada en el hombro y en mi mente pensaba que eso no estaba pasando.
Los abusos y manoseos se repitieron por más de diez años. Los besos, en rigor, se disfrazaban como muestras de cariño. A sus elegidos nunca se les paso por la mente que estaba mal, ya que veían al religioso como un amigo y pensaban que lo hacía porque se sentía solo. “Te anulaba la conciencia en algún punto”, recuerda C.R.
En otros casos, las conductas inapropiadas fueron en aumento. M.A. recuerda que en el verano de 2009, cuando tenía 17 años y estaba en la oficina de la Parroquia Doce Apóstoles, González tomó de pronto sus mejillas para abrir su boca y besarlo a la fuerza.
El sacerdote tenía tanta fuerza que era imposible desprenderse de él, pese a los intentos de M.A. Todo era muy extraño y bizarro. De pronto Adrián González le bajó la cremallera y comenzó a tocarle los genitales. “Ahí yo pensé que eso no era normal y le agarré la mano hasta que la sacó”, señala. Nunca más quiso quedarse solo con el sacerdote.
En otra ocasión estaba sentado en las escalinatas de la parroquia cuando por la espalda apareció el sacerdote y le mordió el cuello. “Era una marca negra, ni siquiera morada”, recuerda M.A.
La intención de González era causar la indignación de la novia del joven. Durante días tuvo que ocultar la marca que dejo el sacerdote en su cuello, por la vergüenza que causa este símbolo utilizado en el mundo de la prostitución para señalar propiedad.
Las tocaciones y besos no desarmaron al grupo, aunque el traslado del religioso desde la parroquia Doce Apóstoles hasta Madre de Dios de lo Espejo, fue la excusa perfecta para abandonar la agrupación. “En su despedida de la parroquia nosotros prometimos que íbamos a estar siempre con él”, recuerda M.A, quien junto a sus compañeros, vestidos de traje y corbata roja, formaron una cadena de protección en torno al sacerdote.
La caída de Adrián
Tras los hechos ocurridos en Antofagasta con Adrián González, Jorge Ramos decidió refugiarse en sus estudios y alejarse de la Iglesia. Su familia no entendía nada, hasta que en 2013 decidió contar que había sido abusado por el religioso cercano a Schoenstatt. “A mi madre le generó mucho dolor saber, ya que ella no se había despegado de la iglesia”, recuerda.
La iglesia abrió una investigación previa el 17 de julio de 2013, tras denuncia de Ramos, la cual concluyó al año siguiente con la suspensión de González por cinco años y su traslado al Hogar San José, de la congregación Santa Teresa de Jesús Jornet, ubicado en Lo Barnechea, en donde convivió con Fernando Karadima, quien desde 2011 permanecía recluido en el mismo hogar.
“Cuando salió la sentencia estaba muy feliz, ya que a lo habían enviado a trabajar a un hogar de ancianos sin contacto con jóvenes”, comenta Jorge Ramos.
Los pioneros, su grupo de confianza, no creyó en la denuncia y todos lo escoltaron al hogar. “Sabiendo que él hacía lo mismo con nosotros, lo seguimos apoyando”, indica M.A., quien recuerda que las personas de la capilla citadas a declarar defendieron al sacerdote. “Hoy no comprendo por qué pensaba así”, comenta M.A.
[caption id="attachment_796662" align="aligncenter" width="720"] Adrián González y Jorge Ramos[/caption]
La denuncia contra González no fue una novedad en el Arzobispado de Santiago ni en el movimiento de Schoenstatt. El 17 de junio de 2005, el obispo auxiliar de Santiago, Ricardo Ezzati, recibió una carta de un joven de iniciales J.M.V. que denunciaba al religioso diocesano por “insinuaciones y tocaciones” perpetradas en 2002, mientras vivían juntos en la ermita de Schoenstatt de La Bandera.
Los hechos fueron confirmados por el promotor de justicia Eliseo Escudero en un acta escrita el 13 de julio de 2005, en la que solicita una investigación previa o proceso para indagar la existencia de un delito en la iglesia.
En julio de 2005, el cardenal escribió a González para informarle de la denuncia en su contra y pedirle que "no admita a vivir bajo su techo a jóvenes. Es necesario actuar con la mayor prudencia", señaló en una carta a la que tuvo acceso La Tercera en 2019.
“Se me cuestionó porque la carta estaba muy bien hecha”, recuerda a El Desconcierto J.M.V, quien fue impulsado por el sacerdote Ignacio Pérez a escribirla. Este testimonio fue tomado en cuenta ocho años más tarde.
La delegación para la Verdad y Paz del Arzobispado de Santiago, encargada de la política de prevención de abusos, al ser consultado por El Desconcierto respecto a las denuncias en contra de González, señaló que “en los próximos días un grupo de jóvenes hará efectiva una denuncia en contra de este religioso”.
Patricio Moore, miembro del Consejo General de los Padres de Schoenstatt, confirmó que el religioso paga por vivir en la Casa San José, ubicada en La Florida, y descartó que el sacerdote sea miembro del movimiento religioso.
Sus víctimas están confiadas en que la Fiscalía de La Florida va a abrir un expediente y desconfían de que la iglesia vaya a hacer algo en este caso. “Yo no creo mucho ya en lo canónico. La Iglesia me ha decepcionado”, sentencia M.A.