La Unión Europea de Giorgia Meloni
Históricamente, la democracia no existe como cosa en sí misma, como abstracción formal. Al contrario, la democracia es un movimiento político concreto, impulsado por fuerzas sociales y clases que luchan por objetivos particulares [Arthur Rosenberg]
Durante meses ha habido una alarma general: el fascismo está a las puertas de Italia. Decenas de artículos, tertulianos de diverso signo defendiendo las esencias de una democracia liberal, de nuevo, en peligro. Ha habido propuestas y contrapropuestas, se fabularon cordones sanitarios y algunos llegaron a defender vías de desconexión de Italia de la Unión Europea. Como era de prever, las derechas unificadas -una variante de lo que Luciano Canfora llama el partido único internamente articulado- ganaron las elecciones, derrotando a un Partido Democrático que, no sé por qué razón, le llaman socialdemócrata, y haciendo emerger al hasta ahora hundido Movimiento 5 Estrellas como la tercera fuerza política del país.
Han pasado pocos días y la calma ha llegado. La Meloni ya no es tan fascista o, al menos, está controlada. Rápidamente contactó con el todopoderoso Draghi e hizo llegar a la Comisión y al Presidente Mattarella su acuerdo con lo realmente importante; es decir, alineamiento sin fisuras con la política exterior de EE.UU., apoyo nítido a la OTAN, compromiso con Ucrania y, fundamental, aceptación de la política económica de la UE. Queda la formación del gobierno, el reparto de las carteras y el papel que va a cumplir Berlusconi en esta compleja historia. Italia, es bueno recordarlo, vive una permanente y difusa movilización social que se ha traducido electoralmente en favor de Giuseppe Contey su refundado Movimiento 5 Estrellas. El antiguo jefe de gobierno ha defendido a contracorriente la paz, propuestas sociales avanzadas y la centralidad del trabajo. Lo ha hecho moderadamente, captando el voto útil de la izquierda social y asumiendo el papel de verdadera oposición a las derechas unificadas. Ahora se habla de organizar una gran marcha en favor de la paz, elevar la movilización ciudadana y prepararse para un duro periodo de conflicto político.
Mi hipótesis es que el tipo de construcción europea elegida, las transformaciones que la guerra está produciendo en todos y cada uno de los países de la UE, el predominio político de la OTAN, convertirá lo que hoy es una excepción, en regla. Dicho de otro modo, las extremas derechas en alianza con las derechas tradicionales se están convirtiendo en los beneficiarios, en los actores relevantes de lo que podríamos llamar la etapa de la post Unión Europea; es decir, de una Europa que gira su centro de gravedad hacia el Este, más autoritaria y neoliberal, norteamericanizada que se convierte de facto en frontera de un protectorado político-militar en guerra permanente con Rusia.
¿Cuáles son estos cambios? Señalo solo algunos:
a) Alineamiento férreo de la UE con la política exterior de EE.UU. Es mucho más que la guerra contra Rusia. Las instituciones europeas apuestan claramente por el orden imperial norteamericano frente -y contra- el mundo multipolar que emerge aceleradamente con todo su peso demográfico, económico, político-militar y cultural. El objetivo es China, su contención, cerco y acoso con la finalidad, explicitada decenas de veces, de bloquear y neutralizar su progresiva conversión en una gran potencia capaz de disputarle la hegemonía al bloque anglosajón dominante.
b) La conversión de la OTAN en un supra poder europeo. Se reconozca o no, la UE vive une Estado de Excepción: se imponen los poderes de hecho y se suprime la legalidad jurídico-institucional. Las decisiones políticas en todos los asuntos trascendentales las toma la OTAN; es decir, EE.UU. Las sanciones, su concreción y desarrollo; las políticas de defensa y de seguridad en su sentido más amplio y estratégico; las medidas financieras y comerciales, la planificación tecnológica y, sobre todo, el cambio de matriz energética, las decide la Alianza Atlántica y las implementa la Comisión Europea.
c) El dominio económico y el control político de los EE.UU. sobre la Unión Europea se hace determinante.En estos días se habla mucho de que la UE está rompiendo con la dependencia energética de Rusia. Lo que no se dice es que se esto lleva aparejado una mayor dependencia de los EE.UU., no solo energética sino comercial, tecnológica y financiera. Es más, se puede estar iniciando un proceso de desindustrialización del conjunto de la Unión y, específicamente, de su núcleo central dirigido por Alemania. La administración Biden exige hoy un “coste de protección”, unas políticas de vasallaje y de sumisión que fuerzan a la Unión -y sobre todo Alemania- a subordinarse a los intereses económicos, tecnológicos y comerciales de una potencia en declive que necesita desesperadamente fortalecerse.
d) El eje franco-alemán ya no domina Europa. Diversos autores lo han señalado claridad: la guerra en Ucrania es, en muchos sentidos, una guerra contra Alemania, contra su hegemonía en la UE, contra su papel internacional y sus relaciones con Rusia y, sobre todo, con China. Rápidamente el centro de gravedad está pasando hacia el Este y se habla de un nuevo eje compuesto por Francia, Alemania y Polonia. Como suele ocurrir, las crisis revelan la realidad de las cosas: Europa es un protectorado político militar de EE.UU. y Alemania no es un Estado soberano. Solo esto explica por qué las clases dirigentes de ese país están aceptando un conjunto de políticas que la arruinan económicamente, que la desindustrializan y que le obligan a un cambio sustancial de su modelo productivo.
El sabotaje del Nord Stream 2 tiene la voluntad de permanencia: desconectar definitivamente Alemania de Rusia; hacer irreversible la dependencia de la UE de EE.UU. Que Polonia reclame ahora nuevas reparaciones económicas derivadas de la Segunda Guerra Mundial pone de manifiesto quién está ganando en esta guerra y cómo los viejos problemas geopolíticos renacen una y otra vez. Aquí sí se puede hablar de la venganza de la geografía.
Se podría continuar. ¿Qué consecuencias tiene todo esto en el funcionamiento de las instituciones europeas y en las débiles y recortadas democracias que la componen? Aquí tiro del hilo que Juan Torres ha ido desliando en varios artículos. Se viene argumentando que la integración europea es un proceso de cesión progresiva de soberanía cuyo final sería la constitución de los Estados Unidos de Europa. Es lo que podríamos llamar el imaginario federalista cuya función no es otra que legitimar el tipo de poder esencialmente no democrático que es hoy la UE. Lo que se busca (esto lo teorizó hace muchos años Hayek) es limitar, recortar la soberanía popular de todos y cada uno de los Estados en todo lo referente a la política económica, constitucionalizando un conjunto de reglas que impone el modelo neoliberal y que fortalecen el poder de las grandes corporaciones financieras-empresariales. Los Estados nacionales siguen existiendo, pero sin soberanía económica. No caben más políticas que las que decide la UE y las que permite el Banco Central Europeo.
Las poblaciones van asumiendo que gobierne quien gobierne se acaban haciendo las mismas o parecidas políticas. El poder de las democracias para cambiar la realidad económico-social, para mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras y asalariadas, es cada vez menor; sometidos a un doble poder despótico, a saber: el de las instituciones de control y vigilancia de la Unión Europea y a eso que se ha dado en llamar los “los mercados”, es decir, el poder organizado de una plutocracia que domina la vida económica y que logra imponer siempre sus intereses frente a unas poblaciones cada vez más indefensas y confundidas.
Habría que decirlo con verdad: estas democracias no son democracias verdaderas, ya no se corresponden con unos textos constitucionales que tenían pretensión de normatividad, primacía y hoja de ruta para una ordenada y pacífica democratización de la sociedad y de las instituciones. El Estado Social, la Constitución del trabajo, los poderes de las clases asalariadas han sido desmontados paso a paso, sistemáticamente, por la acción concertada de una Comisión Europea todopoderosa y un Tribunal de Justicia Europeo especializado en la dura tarea de desmantelar los Estados nacionales y promover una integración europea a la medida de las grandes empresas financieras e industriales.
Cuánto capitalismo puede soportar la sociedad es el título de un conocido libro de Colin Crouch que deja claro cuál es nuestro problema: la contradicción cada vez más aguda entre la lógica de un capitalismo depredador y el funcionamiento de una democracia constitucional comprometida con las clases trabajadoras, con la ciudadanía. El Estado Social asumía la contradicción y la hacía productiva: el principio democrático debía organizar nuestra sociedad creando las condiciones materiales para que la libertad y la igualdad fuesen reales y efectivas. La soberanía popular no era un añadido formal o un requisito simbólico sino un programa para domar a los “poderes salvajes” del capitalismo y garantizar la justicia social.
Hay algo paradójico en la defensa de la democracia liberal entendida como la única y verdadera democracia. ¿Acaso nuestras democracias realmente existentes no nacieron como alternativa histórica a unas democracias liberales socialmente injustas y políticamente controladas por los grandes poderes económico? ¿El fascismo no tuvo su origen en la crisis de esas democracias liberales y en su incapacidad para reconocer el conflicto social y la autonomía de las clases trabajadoras? Nuestras democracias sociales eran algo más que liberales, eran su alternativa. Reconocernos como democracias solo liberales significa aceptar la derrota, colaborar con la involución cultural y política de unas sociedades cada vez más desiguales, sin futuro y sin esperanzas.
Georgia Meloni no creo que sea fascista en sentido estricto; esto no la hace mejor. Es liberal-conservadora, nacional-católica, soberanista sin soberanía popular, alineada con la OTAN y partidaria, como Úrsula von der Leyen y Josep Borrell, del mundo unipolar organizado y dirigido por los EE.UU.; es, sobre todo, aliada estratégica de la gran industria italiana, de los poderes económicos fuertes y de las grandes oligarquías locales. La Europa que viene se parece mucho a ella.