Colapsopraxis: Urge pasar a la acción
El pasado 5 de junio, Día Mundial del Medioambiente, varias organizaciones ecologistas (Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Greenpeace, SEO/BirdLife y WWF) se unieron bajo el lema «No nos queda tiempo, necesitamos acción urgente» avisando una vez más del peligro de la inacción ante la crisis ecosocial a la que nos enfrentamos. Nos recuerdan la clara relación entre los problemas sociales y los medioambientales y cómo la solución pasa por un cambio de modelo. Piden «a los gobiernos acción urgente para que los lobbies no controlen el bien común para su propio beneficio y acción urgente de la sociedad para que reclame un medioambiente sano y de calidad».
Un par de días antes, científicos de la National Oceanic and Atmospheric Administration publicaron un artículo en el que alertaban de que en el observatorio situado en Mauna Loa se habían sobrepasado las 420 ppm de CO2 durante el mes de mayo. Antes de la Revolución Industrial, los niveles de CO2 estaban alrededor de las 280 ppm y las cifras a las que nos enfrentamos actualmente solo son comparables a las del Plioceno, hace unos 4,1-4,5 millones de años. A pesar de que los científicos continúan avisándonos de que nos acercamos a una catástrofe global seguimos sin reaccionar. Según palabras de uno de sus científicos senior, Pieter Tans: «el dióxido de carbono está a unos niveles que no habíamos experimentado antes, pero esto no es nuevo, ya que lo sabemos desde hace unos 50 años y, aun así, hemos fracasado en hacer algo realmente útil. ¿Qué es necesario que ocurra para que despertemos?».
Conocemos la teoría
Decisiones radicales, acción urgente, adaptación profunda… Parece que los adjetivos que usamos para describir todo lo relacionado con el colapso ecosocial denotan cada vez una mayor constatación de su gravedad y de que tenemos un plazo mínimo para reaccionar. El tiempo de margen que teníamos para realizar una transición se está acabando. Si no aprendemos desde ya a vivir con menos energía y materiales y si no cambiamos nuestra forma de producir y consumir perderemos la opción de poder elegir entre decrecer de una manera utópica, racional y socialmente justa, o bien, de una forma distópica y dolorosa para la mayor parte de la humanidad.
Hace una década podríamos haber enfocado la transición de una manera más suave. De hecho, escuchábamos en alguna charla y leíamos en los Papeles ecosociales de Fuhem sobre el movimiento lento, la simplicidad voluntaria o las iniciativas de transición.
También aprendíamos de Ted Trainer cómo era La Vía de la Simplicidad. En 2012 nos animaba en este libro a buscar un camino alternativo que «se caracterice por la frugalidad, la autosuficiencia, el localismo, la cooperación, una economía orientada a las necesidades y bajo control participativo, y valores positivos». Trainer nos advertía del peligro de tener un enfoque reformista, ya que el sistema existente no puede arreglarse y debe ser reemplazado. Nos invitaba a construir sistemas radicalmente nuevos, pero no de una manera precipitada, sino con un trabajo sensibilizador como base, ya que «la vía de la simplicidad no puede funcionar sin una motivación en la cual la gente halle fuertes recompensas y valores intrínsecos a vivir de manera sencilla, cooperativa y autosuficiente». Si construir pequeños espacios resilientes ya nos parece una ardua tarea, el autor nos recuerda que nuestro objetivo último deben ser los cambios estructurales y que estos «solo tendrán lugar a gran escala cuando mucha gente comprenda la necesidad de los mismos y esté dispuesta a apoyar la acción política que pueda conseguirlos». Así que ya vamos muy tarde, si hay que realizar un colosal trabajo educativo.
Parece que Ted Trainer y el colapsólogo francés Pablo Servigne en algunos aspectos son del mismo sentir. Este último hace casi una década reconocía que la transición no solo necesita un movimiento poderoso de base, sino también una visión política a largo plazo. De 2011 a 2015 escribió varios informes y un libro sobre la resiliencia. En ellos nos presentaba algunas de las claves para una transición, que sea lo menos traumática posible. Nos explicaba que debíamos apostar por un cambio anticipado y planificado. Para ello sería necesario aceptar colectivamente que el antiguo sistema debe desaparecer y, por otro lado, estar convencidos de que precisamos una gran cantidad de «islotes» de resiliencia pequeños, autónomos y diversos, construidos por la ciudadanía y protegidos a mayor escala por las instituciones. Ahí es nada.
En el libro Petit traité de résilience locale (2015) nos cuenta que, aunque el colapso ya sea inevitable, sí podemos atenuar ciertos efectos: anticipando una gran vuelta intencional hacia lo local, reinventando una aproximación a lo colectivo (bienes comunes), con una economía low-tech, participando en iniciativas de transición, desarrollando una alimentación sin petróleo y un largo etcétera de múltiples caminos, que tienen en común el ser resilientes. Este libro propone cuatro aproximaciones al concepto de resiliencia:
- Cuál podría ser nuestra visión común de la resiliencia. El hecho de que no exista consenso ni siquiera sobre su definición refleja nuestra dificultad a la hora de ponernos de acuerdo sobre una visión del mundo. La resiliencia, tanto de una sociedad como de una comunidad local, depende no solo de cada elemento sino, sobre todo, de las interconexiones entre todos sus elementos. Un pequeño cambio puede provocar que la resiliencia de todo el sistema cambie radicalmente. Por lo que nuestro objetivo sería aumentar la probabilidad de mantener trayectorias deseables en ambientes turbulentos.
- Cómo afrontarla ante un desafío global. Por ejemplo, con una reducción de la complejidad y de la interdependencia (estimulando la creación de nuevos empleos locales que usen una tecnología low-tech), reorganizando las ciudades (limitando la dependencia a los combustibles fósiles, racionando la energía…), o bien, con una nueva concepción de las infraestructuras (haciendo frente a los cortes de electricidad e implicando a los usuarios con campañas de sensibilización).
- Cómo vivirla a escala local. Se tendrá que aplicar un nuevo diseño a los territorios (por ejemplo, las biorregiones) que necesitarán adaptarse en respuesta a la evolución de sus necesidades y a autoorganizarse movilizando los saberes tradicionales y el conocimiento del medio natural. Además, la mayor parte de las actividades deberán servir para mantener y regenerar las funciones ecosistémicas, produciendo bienes comunes, reduciendo la huella ecológica, creando órganos de gestión energética, etc.
- Cómo desarrollarla desde una perspectiva interior. Este autor enfatiza en que un cambio de rumbo hacia nuevos horizontes pasa necesariamente por un camino interior y por poner en cuestión nuestra visión del mundo. Nos cuenta que, a nivel personal, la clave es psicológica y nos insta a ver la transición como una aventura en la que depositar nuestra esperanza y energía. Mientras, a nivel colectivo, tenemos que ir tocando el fundamento de nuestro comportamiento, reinventando nuestros mitos, yendo del mito del progreso a un esfuerzo colectivo de imaginación y anticipación ante los mejores escenarios posibles. Quizá imaginar, planear, construir localmente el descenso de energía… sea el reto de nuestra generación.
Por otro lado, para dar la vuelta a nuestro imaginario, Servigne nos invita a hablar en positivo. No hay ninguna duda de que este cambio semántico juega un papel fundamental en el éxito del Movimiento de Transición. Tenemos que prepararnos para un futuro más austero, más autosuficiente, que favorezca lo local… Pero este paso hacia nuevas formas de vida no tiene por qué plantearse como algo decadente o menguante. Antes bien, la transición invita a construir, a aumentar nuestra resiliencia, a una renovada prosperidad de muchas economías locales, diversificadas, fuertes y estables, basadas en la justicia social y la protección de la biosfera.
En el informe sobre resiliencia en tiempos de catástrofe, se nos presenta el mito de que el individuo cuando está solo es un ser racional, mientras que en grupo puede llegar a ser primitivo y bárbaro (presunción que ya rebatimos en la reseña del libro que escribió con Gauthier Chapelle sobre la ayuda mutua). En relación con el mito de que los humanos en el momento de una catástrofe somos presas del pánico de masas y nos dejamos llevar por comportamientos egoístas, la experiencia nos dice que lo normal es que la gente se comporte de manera calmada y no pierda su capacidad de discernir. Antes de nada, los individuos buscamos seguridad, no la violencia; más bien somos cooperativos y altruistas. Es más, cuando el colapso se acerca, contamos con lazos sociales que nos unen, construimos relaciones de confianza recíproca y colaboramos hacia un objetivo común.
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Todos estos comportamientos están asociados a la aparición de nuevas normas sociales, emergiendo un nuevo orden social. Lo más importante y urgente para prepararnos ante el colapso es la construcción de tejido social a nuestro alrededor (resiliencia colectiva o comunitaria) porque para tener éxito dependemos de la cantidad y calidad de tejido social ya existente. Esas competencias sociales locales son nuestra única garantía de resiliencia en tiempos de catástrofe. ¿Qué puede pasar a largo plazo? Como decíamos, la batalla se sitúa en el terreno del imaginario y de la creación de nuevos escenarios de futuro (2013). Inventar nuestro propio futuro nos libera del sentimiento de impotencia, nos permite concentrarnos en lo positivo y participar en la construcción de proyectos empoderantes.
Empezamos a caminar
Hay que huir del pesimismo, más que del realismo: alcanzar un mundo que respete los límites del planeta va a conllevar unos cambios sin precedentes. Pasar a la acción es la única manera que tenemos de salir del embrollo y, afortunadamente, ya existen iniciativas que están funcionando, que podríamos analizar, aprender de ellas y adaptar lo aprendido en nuestras comunidades locales. Probablemente una de nuestras tareas, hoy en día, sea dar a conocer esas alternativas.
"Tenemos grandes retos por delante: el decrecimiento de la economía de los países del Norte Global, regenerar los ecosistemas y la justicia social, y mejorar la calidad de vida de los países del Sur global, a la vez que aprendemos de ellas y ellos".
Los movimientos de transición llevan años reinventando prácticas y modos de vida que comparten una visión austera, solidaria y democrática. Podemos encontrar información sobre cómo construir resiliencia en nuestra comunidad en la Red de Transición, o bien, ver alternativas diversas de asentamientos, que se han diseñado de forma participativa para que sean sostenibles a largo plazo, en los espacios de encuentro de ecoaldeas.
Por otra parte, el colectivo Steady State Manchester ha publicado A Viable Future. Explorations in post-growth que trata diferentes tipos de opciones creativas en escenarios de postcrecimiento. Pasan de la teoría a la práctica, combinando una perspectiva local (alternativas populares) con un prisma global en un marco de crisis ecosocial. Proponiendo, por ejemplo:
- Comprender e imaginar los límites a los que nos tenemos que adaptar en una etapa de poscrecimiento.
- Construir, entre todas y todos, un futuro viable que ponga en el centro a las personas, las comunidades, al planeta y no a las finanzas.
- Repensar radicalmente nuestras prioridades.
- Luchar contra la tóxica adicción al crecimiento económico, aportando todo tipo de ejemplos, desde campañas a nivel local como políticas económicas.
- Desmontar falsas soluciones, como el Green New Deal, el desacoplamiento, la economía circular…
- Dar la vuelta al camino de privatizar las ganancias y socializar los costes y las pérdidas.
- Invitar a todo el mundo a contribuir en la construcción de resiliencia colectiva.
Todo ello con propuestas prácticas en distintos sectores (económico, social, medioambiental, político, de gestión…). Igualmente, hace unos días, Ecologistas en Acción ha publicado el nuevo informe Alternativas ecosociales para colapsar mejor, en el que muestran cuatro proyectos que ejemplifican algunos de los aspectos más importantes de las tareas esenciales para el sostenimiento de la vida. En concreto, hablan sobre el proyecto agroecológico del municipio de Urduña, el trabajo de la cooperativa Cal Cases sobre vivienda, la cooperativa A3 calles sobre los cuidados y la comunidad energética Alumbra que trata la cuestión energética. Necesitaríamos más publicaciones como estas, en las que se divulguen las iniciativas que están funcionando, no para replicarlas tal cual, pero sí para que nos sirvan como fuente de inspiración.
Necesitamos pasar de la colapsosofía a la colapsopraxis
Cuando Pablo Servigne estuvo la primavera pasada en Barcelona, presentando el libro Colapsología (traducción al castellano de Comment tout peut s’effondrer de 2015) nos contó que su objetivo inicial era publicar 3 libros relacionados con el colapso: el que acabamos de mencionar para dar herramientas para comprender lo que nos está pasando; un segundo libro, Une autre fin du monde est possible publicado en 2018, que trata la colapsosofía o la parte emocional y, por último, una publicación sobre la colapsopraxis o la parte práctica (política, luchas, acciones…). Esta última no se ha publicado aún. Servigne nos contó que Jean-Pierre Dupuy hablaba del catastrophisme éclairé como la necesidad de anunciar la desgracia con el fin de que esta no se produzca. Y ese es el lema de muchas y muchos divulgadores del colapso, intentando transmitir la urgencia de pasar a la acción.
El hecho de que nos urjan los cambios no debe hacernos bajar la guardia, ya que se van a presentar muchas propuestas que reflejan el llamado gatopardismo (cambiarlo todo para que nada cambie). Tenemos que seguir teniendo una mirada crítica cuando nos hablen de transiciones rápidas, que no incidan sobre la necesidad de decrecimiento de los países del Norte global, ni se mencionen cambios de modelo sino que, por el contrario, rezumen cierto nuevo capitalismo verde.
Sin embargo, tampoco es momento para tomárnoslo con calma. En estos últimos años se está desarrollando un movimiento, de origen inglés, sobre la adaptación profunda (deep adaptation) o radical (según la traducción francesa adaptation radicale). Jem Bendell nos cuenta que en 2018 envió un informe a una publicación especializada en el desarrollo sostenible y dadas las razones que argumentaron para no publicar su artículo, como no quería desdecirse de la esencia de su mensaje (que era la inevitabilidad del colapso de la civilización industrial a corto plazo) se animó a publicarlo en el sitio web del Institute for Leadership and Sustainability (IFLAS) de la Universidad de Cumbria, donde daba clases. Idea que, posteriormente, plasmó en un libro titulado Deep adaptation: navigating the realities of climate chaos.
En los meses siguientes el artículo fue leído cientos de miles de veces, suscitando numerosos debates sobre la perspectiva de un cambio climático catastrófico que pone en peligro la vida en el planeta e inspirando a movimientos como el de desobediencia civil por el clima, la biodiversidad y la justicia social, Extinction Rebellion, que nació unos meses después. Desde entonces se está desarrollando un nuevo pensamiento que promueve la adaptación radical a las nuevas condiciones que vamos a vivir o, mejor dicho, que estamos empezando a vivir. Este movimiento despliega todo un abanico de iniciativas que pretenden imaginar maneras de limitar los daños, salvar lo que sea posible y abrir un campo de posibilidades para el futuro.
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Asimismo, Jem Bendell creó el Deep Adaptation Forum, con el fin de invitar a la participación para que aportemos ideas sobre cómo plantar cara a este terrible reto. El pasado febrero, la revista Yggdrasil le hizo una interesante entrevista titulada: «Il est grand temps de proposer des stratégies bien plus audacieuses que les stratégies d’adaptation classiques». Este texto propone un programa de adaptación radical (Deep adaptation agenda) bajo cuatro principios fundamentales, a los que denomina 4R:
- Resiliencia, planteándonos lo que es o no preciso preservar.
- Renuncia, que supone el abandono de ciertos privilegios, creencias o comportamientos que solo empeoran la situación. Por ejemplo: el abandono de algunos tipos de consumo o de ciertos sectores industriales…
- Restauración, que implica que las comunidades y los individuos volvamos a encontrar esas actitudes y maneras de vivir, dejadas de lado por esta civilización dopada con combustibles fósiles. Por ejemplo: retomar una alimentación local y de temporada, aumentar la producción de bienes y servicios a nivel comunitario…
- Reconciliación, preguntándonos qué nos podría ayudar a afrontar las dificultades que se avecinan.
"Recopilando el desafío que nos presenta Servigne: tenemos que actuar con la cabeza, comprendiendo lo que está pasando (colapsología), con el corazón, imaginando otros mundos y encontrando ánimo (colapsosofía) y, con las manos, luchando contra el viejo sistema y construyendo alternativas (colapsopraxis)."
Hay quien piensa que es irresponsable, sobre todo si procedes del mundo universitario, anunciar un colapso inminente de la civilización industrial, por el impacto que pueda tener en aquellos que lo lean o escuchen. Antes bien, Jem Bendell piensa que lo irresponsable es no compartir este análisis. De la misma manera, Yayo Herrero comenta esta idea en un artículo del especial de la revista Ecologista sobre «¿Transiciones o colapso? El ecologismo social ante el necesario cambio de rumbo». En él nos dice que no tenemos casi ninguna certeza sobre si seremos o no capaces de forzar las transiciones necesarias, pero sí hay dos cosas claras: «la urgencia en el cambio y que tenemos la responsabilidad de intentarlo, cambiar el rumbo suicida de la historia y reinventar un mundo social y ecológicamente sostenible».
Concluimos, como comenzamos, con las palabras de Alberto Garzón (2022a): «Hacer frente a estos retos (…) tendrá que ver con la capacidad de articular amplias alianzas sociales y políticas. (…) En esa amplia comunidad deben poder participar las iniciativas locales y las propuestas globales, las tradiciones clásicas y las corrientes renovadas, la acción social y la acción institucional, y todo en un ejercicio de construcción de tejido social que beba de un imaginario y un horizonte de paz, justicia, igualdad y derechos sociales dentro de los límites del planeta».