Momentum Constituyente: ni fu ni fa
La definición del plebiscito del domingo 4 de septiembre fue desastrosa para los promotores del Apruebo (mi opción). Las reacciones comprensivas al por qué de esa derrota, emitidas a pocas horas del evento (en caliente), traslucen el abatimiento de los partidarios del Apruebo, y su impulso de achacar la derrota -entre otras causas posibles- a las fake news, al voto obligatorio que puso actores nuevos-desconocidos a decidir el proceso o la crítica a la “chusma inconsciente” que ni leyó el texto (tomando la expresión en préstamo del otrora presidente Alessandri Palma). El tiempo sanará las heridas y traerá análisis-comprensivos más “objetivos” y sesudos. Mientras esperamos, yo quiero examinar algunas explicaciones circulando en el mundo mapuche, serenando sus deducciones.
La primera de las reacciones al resultado es la crítica a los convencionales (mapuche). De ellos se insinúa que andaban en malas juntas o que estaban supeditados por la izquierda. Los que afirman esto no presentan evidencia que muestre estas supeditaciones. Por el contrario, lo que los convencionales ayudaron a instalar como derechos en el proyecto de Constitución se muestra acorde con ideas políticas que circulan en el movimiento desde hace años. Tampoco esta crítica aclara bien esto de “izquierda”, pues se usa el concepto pivoteándolo hacia ultraizquierda como si fueran lo mismo. En esta postura se insinúa que la ultraizquierda habría empujado a los convencionales al choque contra el sistema. La pregunta es: ¿estaban los convencionales mapuche empujando contra el sistema? O ¿estaban tratando, como muchos, de arreglar el sistema desde dentro del sistema?
En la percepción crítica y comunicados desacreditándolos de la CAM o AWNg, parece lo segundo. Pero si lo ponemos en términos de chocar, lo cierto es que las demandas mapuche han chocado contra el sistema desde el momento mismo en que fueron incorporados contra su voluntad al Estado -el sistema-, a fines del siglo XIX. ¿O es que se piensa que el pasado pre-proyecto de nueva Constitución era un mundo mejor? Si se piensa esto se puede terminar creyendo que: “Felizmente el triunfo del Rechazo otorga una nueva oportunidad para repensar de manera crítica el camino andado” (Marilaf, 7 de septiembre de 2022, El Dínamo).
Ahora, ¿se puede criticar a los convencionales? Claro que sí. Incluso algunos entre ellos comienzan a hacer su propia crítica. Elisa Loncon ha dicho recientemente: “lo de ayer fue una derrota fundada en errores individuales y colectivos que posterga el reconocimiento de los Pueblos Originarios” (9 de septiembre de 2020, El Desconcierto). Eso está bien, aunque lejos de asumir los errores propios, si se cree que se los ha cometido. Mientras tanto, off the record, comentarios sobre su actuación como constituyente dejan ver que sus intervenciones en debates públicos generaron nerviosismo en el Apruebo, como esa en que trató el tema expropiaciones en un foro organizado por la UC, y del cual los partidarios del Rechazo habrían sacado provecho para infundir miedo en sectores rurales del Wallmapu.
Pero, volviendo al punto, si se siguió el proceso, sin siquiera ser exhaustivo, se debe tomar consciencia de que los convencionales estaban divididos. Y aquellos más influyentes, y cercanos a los acuerdos con los partidos estatonacionales chilenos, no estaban acercándose a los más extremistas sino a los más institucionales. Las propuestas mismas estampadas en el documento presentado al país no eran para nada radicales (en términos comparativos con otros países), como para deducir una tendencia al “choque”. Con todo, sería injusto atribuir a los convencionales la derrota por haberse vuelto radicales o maximalistas. Mejor hay que reconocer que los conservadores hicieron bien su pega; los del Apruebo no.
Un segundo asunto que llama la atención en los discursos autoflagelantes es el certificado de defunción temprana que algunos han comenzado a levantar al concepto “plurinacional”. Se asume que los votantes en general, y los indígenas en particular, habrían mostrado su rechazo a esta idea. ¿Cuál es la evidencia que soporta afirmar esto? Por el momento ninguna concluyente. No devienen de investigación exhaustiva-respetable. Por ahora todo es conjeturas-intuición, nada posible de sacralizar irrefutablemente.
Rosa Catrileo (ex convencional), en la vereda opuesta a los sepultureros de la plurinacionalidad, ha dicho recientemente que, a su parecer, el/la votante indígena actuó de la misma forma que el resto de los votantes del país. Esto es, influido por los mismos miedos que operaron en los demás votantes, como el discurso de que perderían sus casas (8 de septiembre de 2022, entrevista en CNN en vivo). Agarrándose de los miedos, un cientista social mapuche nos dice: “el nacionalismo siempre se fortalecerá si un ‘enemigo’ amenaza la unidad de la nación. La receta se cumplió a cabalidad. Los pueblos indígenas fueron transformados en enemigos internos y aquello constituyó un ancla poderosa del Rechazo” (Antileo, 5 de septiembre de 2022, Memoria Mapuche). Pero ¿explica eso los abultados números pro-Rechazo en zonas de alta población mapuche? ¿Habrá ocurrido allí que los mapuche, cual judíos en la Alemania nazi de los años 40, reprimieron su opción plurinacional dado condiciones desfavorables o es que, después de un siglo de lavado de cerebro -léase educación estatonacionalista-, un número importante de ellos se piensan chilenos y por tanto también vieron la patria común en peligro? Respuestas más sólidas solo emergerán en futuras investigaciones.
No obstante, refirámonos a si este era el momento oportuno o no para poner la idea de plurinacionalidad en la sociedad estatonacional. La pregunta que nace aquí es ¿cuándo es el momento oportuno? No olvidar que conservadores y no pocos progresistas de la sociedad hasta octubre 2019 bloqueaban el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas y muchas de sus demandas particularmente políticas. Luego, ese mismo año, viene el estallido social y la sociedad estatonacional entra en un ciclo de movimientos políticamente alucinantes (en términos de interpretaciones e impacto), en que los conservadores mordieron el polvo al ser derrotados por el 80% de aprobación a una nueva Constitución en 2020 (que además debía escribirse por una Convención Constituyente). Y un año más tarde no consiguieron el 1/3 de asientos en dicha Convención que les hubiera permitido bloquear cambios negativos a sus intereses.
El triunfo del domingo 4 no estaba en la expectativa de nadie hasta pasado el primer cuarto del 2022. ¿Por qué los constituyentes indígenas no habrían de haber pensado que había condiciones para tirar la idea? La política es movimiento y en ellas hay que tomar riesgos. Hoy arriba, mañana abajo, pero nunca per se, puedes volver a subir como también a bajar. Lo que es digno de admirar es cómo los conservadores, luego de estar en el pantano, lamieron sus heridas y lograron reponerse al punto de ganar el plebiscito (señales de esa recuperación venían observándose desde el clima electoral 2021 y se las dejó fluir). Tomaron sus riesgos y ganaron.
Una tercera perspectiva en los análisis autoflagelantes viene dada por la sugerencia a cambiar tácticamente eso de la plurinacionalidad por algo más consensual y light: pluriculturalidad o multiculturalidad. Esta idea, en la opinión de sus promotores, sería más masticable por la sociedad estatonacional (léase el nacionalismo de las élites de la nación estatal tanto de derecha como progresistas). Se verbaliza de este modo: “Solo es cuestión de tiempo conseguir un nuevo orden constitucional, pluricultural…” (Namuncura, 8 de septiembre de 2022, El Mostrador); y “Hablar de multiculturalidad pone paños más fríos lo vuelve más amigable” (Caniguan, 8 de septiembre de 2022, La Segunda).
Al destacar estas frases no se quiere implicar que sus emisores no guarden la secreta esperanza de la autodeterminación futura para los mapuche (al menos alguien lo deja entrever claramente), sino que en el momento histórico que se vive hay que ir al pasito por las piedras. ¡Quizá tengan razón! O quizá eso no sea más que adaptarse a la idea de cambios “en la medida de lo posible”. Mientras cada uno lo piensa y toma decisiones, lo que sí se puede afirmar como esclarecido por el plebiscito, es que hay por delante una gran tarea en pedagogía política, dirigida tanto mapuche como hacia la sociedad estatonacional, en perspectivas que el concepto plurinacionalidad, nación y autonomías cobren sentido o sean cabalmente comprendidos. Y esa es una tarea que no se puede dejar en manos de los miembros de la nación dominante, aunque ayuda desde allí siempre será bienvenida.
Pero aquí hay un punto que despejar. ¿Somos una minoría étnica o etnonacional (una nación)? Las poblaciones afrodescendientes no son naturales a América, corresponden a población exógena trasplantada contra su voluntad (o migraciones del presente), igual que los europeos (los primeros sin poder, los segundos empoderados). Los afrodescendientes -como los haitianos hoy en Chile- podrán dar luchas por la igualdad con los descendientes europeos o mestizos (europeo-indígena), por iguales derechos civiles, contra el racismo y la discriminación; pero difícilmente podrán demandar un territorio histórico para una utopía autodeterminista en Chile (algunos países, como Colombia, comienzan a abrirse a considerar autonomías a municipios con población negra, descentralización política).
Los pueblos o naciones indígenas tienen existencia precolombina o pre-arribo europeo, por tanto, sus luchas son por reparar injusticias como la expoliación territorial y la destrucción etnocida de sus vidas políticas soberanas. Su lucha cobra todo su sentido en la medida que reivindican para con ellos el derecho a la autodeterminación de los pueblos en sus territorios históricos de manera de empoderarse políticamente allí (aunque sea bajo la modalidad autonomía). Para los haitianos y otras minorías étnicas en el país hay que luchar por multi o pluri culturalidad; para los mapuche, por autodeterminación bajo la forma autonomía. El país tendrá que reconocer en algún momento los derechos políticos de las (etno)-naciones (que lo demanden), aunque lo disfrace como quieran para atenuar el impacto en las mentes estatonacionalistas (lo pongan en la Constitución o en leyes orgánicas secundarias). La plurinacionalidad tiene sentido, razón, guste a “ellos” o no.
Cierro. Los mapuche son una sociedad nacional que perdió todo en el siglo XIX: territorio, saqueo de sus pertenencias, soberanía nacional, libertad, y han sido sometidos a políticas etnocidas o asimiladoras desde entonces. La pregunta que surge de ese diagnóstico es: ¿han perdido algo en el plebiscito del 4 de septiembre?
Si se toman los resultados del plebiscito, y se considera que bordeando el 40% de la población de este Estado, multi o plurinacional, ha dicho que está de acuerdo en conceder a los Pueblos Indígenas (principalmente mapuche) el autogobierno bajo la forma de autonomías territoriales (además de considerar que en las autonomías regionales debería haber espacio de representación para tu grupo nacional), ¿puede ser eso considerado perder? O es eso un capital cívico-humano que hace tres años, antes del estadillo, nadie sospechaba existía y en ese volumen. ¿Se puede excluir sin consecuencias, a partir de ese dato, a los Pueblos Indígenas -particularmente mapuche- en nuevos procesos constituyentes o políticos?
Cuando se ha perdido todo y se está allá abajo en el frío de la historia el resto es solo ganancia-subir al calorcito. La paciencia indígena tiene siglos de esperanzas, y tarde o temprano llegará la recompensa. Hoy estuvimos cerca (sin ser siquiera ideal lo que se nos proponía), mañana quizá tocaremos el cielo (cómo saberlo). Las cosas están ni fu ni fa, pero eso sí, los antagonistas dibujados más claros. Han caído muchas caretas por estos días.