Inflación y alzas de tasas de interés: ¿remedio peor que enfermedad?
Durante dos años la humanidad ha estado pendiente de los devastadores impactos sanitarios y sociales de la pandemia del Covid-19. Todos supimos que ello conllevaba, asimismo, efectos económicos. La caída del Producto Interno Bruto (PIB) en América Latina y el Caribe (ALC) en 2020 alcanzó a cerca de -10% y en Chile a -5,8%. El desempleo en el mismo año fue de 10,6% en ALC, según la Organización Internacional del Trabajo, y en Chile llegó a 10,7% (939.139 personas desocupadas), según el INE.
Todo parecía volver a la normalidad cuando las cifras de fines de 2021 en el país se recuperaron a tanto como un 11,7% de crecimiento del PIB (cifra superior a todos los pronósticos) y el desempleo hacia el primer trimestre de 2022 ya había recuperado las cifras iniciales previas a la pandemia.
No obstante, el proceso de transformación laboral y económico que ocasionó la pandemia está lejos de ser asimilado por los expertos y las autoridades. La inflación es un fenómeno que exige el máximo de prolijidad en el análisis para evitar caer en los simplismos tradicionales como lo señala el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, al destacar que la sola alza de las tasas de interés que se está aplicando en Estados Unidos -y en Chile- puede llevar a que el remedio sea peor que la enfermedad (Stiglitz J. and Baker D, “Inflation dos and don´ts”, July 2022).
Si se ignoran las causas de un fenómeno, las soluciones pueden ser muy ineficaces. Stiglitz recuerda que la crisis regional de los años 80 en ALC, que hizo llamar “la década perdida” a este periodo, se gatilló por un alza desmedida de las tasas de interés que hizo que ni los países ni las personas pudieron pagar sus deudas. Esta década fue de crecimiento cero o negativo del PIB y aumento generalizado de la pobreza incluido en Chile que, en 1982, la receta neoliberal llevó el desempleo real a más del 25%.
Las recetas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en la época -razón del desprestigio posterior de ambas instituciones- fueron las del Consenso de Washington: liberalización total de mercados, desregulación de salarios, eliminación de protecciones productivas y todo esto, con alzas en las tasas de interés argumentando que esto reduciría la inflación.
El profesor Stiglitz llama la atención acerca de que, si el efecto inflación es del lado de la demanda (sobre liquidez por el lado de la demanda que implica que la oferta no puede responder), el aumento de las tasas de interés -al menos teóricamente- debiese incentivar a aumentar el ahorro y bajar el consumo. No obstante, si el problema es del lado de la oferta, las tasas de interés no tienen cartas significativas en este juego. Lo que parece estar sucediendo es una situación específica que mezcla Covid-19 con el conflicto en Ucrania.
Lo que se produce en la actualidad es un cambio estructural en la oferta de bienes. Seamos simples: por ejemplo, la demanda de petróleo, incrementada por el aumento de stocks que hacen los países desarrollados en situaciones de inestabilidad internacional, no se resolverá con un cambo en las tasas de interés.
Asimismo, una confluencia de problemas llevó a la escasez de semiconductores. Además de los problemas de larga data dentro de la industria, como la capacidad insuficiente en las fábricas de semiconductores, la pandemia de Covid-19 introdujo desafíos sin precedentes. Por ejemplo, los fabricantes de automóviles redujeron sus pedidos de chips a principios de 2020 a medida que las ventas de vehículos se desplomaron. Cuando la demanda se recuperó más rápido de lo previsto, en la segunda mitad de 2020, la industria de semiconductores ya había cambiado las líneas de producción para satisfacer la demanda de otras aplicaciones (https://www.bbc.com/mundo/noticias-55955119). Esto generó desequilibrios oferta-demanda que son importantes y generan inflación.
Sume. Las cuarentenas de la población a nivel mundial impulsaron las ventas de computadoras y otros dispositivos -que usan semiconductores- para que las personas pudieran trabajar desde casa, y también compraron nuevos dispositivos para ocupar su tiempo libre, especialmente para atender a las niñas y niños que ahora no tenían escuela.
Agréguese que la incertidumbre frente a la pandemia había reducido toda demanda de bienes que no servían a una situación de confinamiento generalizado. No obstante, en 2021, con la implementación de los sistemas de vacunas, la reducción de la percepción de peligro letal de la pandemia por parte de las poblaciones y, sobre todo, los enormes gastos públicos que se hicieron en la humanidad para mitigar los impactos de la pandemia en los sectores vulnerables sin respaldos de seguridad social, se reactivó la demanda mundial.
Chile inyectó alrededor de 6% del PIB a través de los IFE y otras asignaciones públicas. El economista J. M. Keynes, en los años 30 del siglo pasado, insistió en que el Estado puede limitar que las crisis golpeen aún más a los sectores vulnerables, proporcionando empleos que mantengan la demanda efectiva y, encadenadamente, que mantengan la producción de las empresas. Esta política, que tuvo muchos años de éxitos en la Europa de post guerra, fue retrocediendo ante la irrupción mundial del neoliberalismo, que redujo la intervención del Estado. Este efecto positivo similar se logró en Chile -pese al gobierno de la época, que se opuso a los retiros desde las AFP- porque los hogares retiraron desde el sistema AFP alrededor del 15% del PIB.
De otra parte, el transporte en 2020 se ralentizó de manera dramática. Los intercambios mundiales se detuvieron, empero el “relance” de 2021 puso en competencia a las empresas navieras (95% de los intercambios internacionales se producen por esta vía). lo que implicó, hasta ahora, un alza de precios de los transportes.
Asimismo, se ha especulado en la influencia en el precio del trigo por el conflicto en Ucrania, lo que es cierto, pero “en 2020 Ucrania produjo el 4% de la producción mundial de trigo, y Rusia el 10%. Juntos, producen casi la misma cantidad de trigo que la totalidad de la UE” (ttps://atalayar.com/blog/ucrania-y-la-producción-de-cereal-consecuencias-de-la-guerra-en-la-región-mena). Es decir, faltan antecedentes para evaluar si el conflicto justifica tal aumento de precios en los mercados.
El galardonado profesor Stiglitz concluye que “dada la magnitud de las recientes interrupciones del suministro derivadas del confinamiento estricto, la escasez de semiconductores, los problemas de producción en fórmula para bebés y productos de higiene, y los efectos de la guerra en los suministros de granos, petróleo y fertilizantes, la inflación era inevitable”. Si esto es así, ¿qué tienen que ver las tasas de interés?
La pregunta relevante, ahora que la inflación está instalada, es qué hacer al respecto. Las tasas de interés que suben lo suficientemente alto de hecho amortiguarán el crecimiento de los precios, pero lo harán “matando la economía”, dice el Premio Nobel.
Se argumenta en economía que la reducción de la inflación permite que los salarios -que se ajustan menos rápido- se degraden menos. Esta misma afirmación permite al menos reflexionar acerca de que los salarios no están impulsando -sino más bien amortiguando- la inflación.
El impacto del alza de las tasas de interés sobre las deudas, sobre los arriendos y sobre las inversiones de los hogares en viviendas particulares, es notable en las economías. En un país como Chile en que el endeudamiento de los hogares alcanza al 74% del ingreso disponible, como señala el Banco Central, el alza de las tasas de interés tiene un impacto especial sobre los grupos de menores ingresos que no tienen como adelantar pagos de deudas. Cabe reflexionar entonces si el remedio no es peor que la enfermedad.