Los medios y los fines (A propósito de fake news y libertad de prensa)
Quisiera construir esta columna de opinión retomando tres retazos enunciados durante el último año y que en su conjunto evidencian un problema de fondo respecto a cómo algunos medios se entienden a sí mismos y cómo esta conciencia de sí tiene un impacto significativo en la calidad del debate público y en la construcción del país que debemos diseñar para orientar nuestra convivencia de manera razonable y con un mínimo civilizatorio.
Enuncio los retazos: 1) la columna “De la mentira a la posverdad: la complicidad de la TV abierta en la difusión de fake news”, aparecida en El Mostrador el 29 de junio; 2) la polémica vivida hace un tiempo atrás donde el Presidente Gabriel Boric, acompañado de gran parte de su equipo de trabajo, interpeló a una periodista sobre una pregunta que aseguraba cierta información que el mismo Presidente reconoce como inválida, acompañando su respuesta con una risa espontánea que fue interpretada por casi la totalidad del mundo periodístico como una ataque a la libertad de prensa; y 3) el debate que el periodista Daniel Matamala mantuvo en torno a una propuesta del entonces precandidato a la Presidencia Daniel Jadue.
A la luz de este tercer punto, retomo una reflexión que desarrollé en aquel tiempo e intuyo responde al problema de fondo que el conjunto de estos tres retazos deja en evidencia cada vez más; es por ello el tono pretérito de la siguiente exposición.
El periodista Daniel Matamala, en su muy interesante columna “El fin y los medios”, toma posición respecto a la propuesta programática del precandidato presidencial Daniel Jadue, quien plantea la necesidad de explorar formas de control de “objetividad de los medios”.
El periodista, frente a Jadue, construye su argumento desde la hipótesis que afirma que la prensa debe incomodar al poder y, para ello, se debe asegurar un espacio de independencia para ejercer este rol deontológico, rol normativo inherente a la esencia del conocido “cuarto poder”.
Me parece que sustentar una defensa desde un argumento deontológico clausura cualquier posibilidad de pensar y discutir formas de acceso a esa “objetividad”, pues moraliza un ejercicio crítico que incluso debiese ser capaz de repensar sus propios cimientos. Inmediatamente, digo que me parece plausible y relevante la discusión abierta por el candidato señalado, mas no agotaré esfuerzos en evaluar el rendimiento de la forma con la cual ha de buscar asegurar la tan ansiada “objetividad”; pienso que esto último es jugar a una futurología que da por supuesta una posición que ha de estar abierta a las dinámicas de la discusión sociopolítica. Sin embargo, dicha relevancia la encuentro en cuestiones que son muy poco periodísticas y quizás muy filosóficas pues este debate obliga, entre otras muchas cosas, a preguntarnos por aquello que pensamos cuando hacemos referencia a la objetividad, a la realidad y, por lo tanto, a lo público.
Generalmente, cuando se instala una discusión sobre el rol de los medios y su objetividad, la prensa de los grandes conglomerados asume con falsa modestia una posición mercurial: sólo mostramos hechos. Esta hipótesis sostiene implícitamente la existencia de una realidad exterior al observador o al investigador y a la cual el medio debe hacer justicia con apego a la verdad, pero sin explicitar que de alguna manera esa realidad está en disputa. Esta forma de asumir el rol periodístico es muy cercana a una visión realista clásica. Pero esa falsa modestia mercurial es cínica, pues durante la década del 70 se demostró que ese medio sí entiende claramente que la realidad social no es independiente a los devenires agonísticos del ser humano, incluso omitiendo el valor absoluto del respeto a los derechos humanos.
Por otro lado, me parece que cualquier recursividad al argumento sobre un ejercicio periodístico que debe incomodar al poder se sustenta en una pretensión etérea, higiénica y desmaterializada de las dinámicas de poder que configuran la realidad cuando no nos preguntamos por las condiciones de la objetividad.
No creo que el señor Matamala sea ingenuo y crea en esta misión angelical del periodismo. Es más: su trabajo periodístico demuestra un gran interés en el poder como fenómeno de investigación, sin embargo, la hipótesis desde donde construye su defensa por la independencia se lee desde esta posición.
Repito: me parece en extremo relevante la discusión abierta por el señor Jadue, más aún en tiempos de discusión constitucional, puesto que, como bien dice el filósofo alemán Markus Gabriel en su libro El sentido del pensamiento, hipótesis filosófica inserta en una investigación que en apariencia nada tiene que ver con los medios de prensa, de igual manera sirve para entender el punto central de esta columna; cito: “Los medios no son filtros que se interponen entre nosotros y la realidad, sino interfaces que garantizan que algo real aparezca ante nosotros” (2019, p. 265). Entonces, la pregunta que está en la base de esta discusión se puede formular del siguiente modo: ¿qué rol juegan los medios de comunicación, y entre ellos el periodismo, en estas dinámicas del aparecer?
Cabe enfatizar que la realidad pertinente a la labor periodística no es una que está alejada de los intereses del poder, puesto que al desnudar esas oscuridades hace carne o materializa sus propias hipótesis ideológicas de base, ya sea a favor de las conclusiones reveladas o en contra… ¿Podríamos decir, entonces, que la labor periodística al escrutar la realidad entrega, queriendo o no, insumos a quien ejerce el poder? Por ello creo que esa independencia periodística defendida no existe bajo el estado de cosas actual pues escruta la realidad desde campos de sentidos hegemónicos.
Ese sueño de la independencia absoluta sólo es posible ahí donde no hay una realidad previa y, por lo tanto, ha de poder construirla desde un grado cero o una posición originaria imposible. Entonces, ¿cómo hemos de pensar la realidad? Citaré nuevamente a Markus Gabriel: “Es la circunstancia de que hay objetos y hechos sobre los que podemos estar equivocados porque no se explicitan debido a que tengamos ciertas opiniones acerca de ellos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la realidad no es una cosa o un contenedor en el que se ubican las cosas. La realidad es, más bien, una categoría modal” (2019, p. 304). Por lo tanto, la realidad también es una forma de poder que ha de orientar el pensamiento y la toma de posición frente a ella.
Cabe señalar que mi argumento se construye desde los desarrollos de la ontología de los campos de sentido, sosteniendo que no existen realidades sin espectadores ni tampoco reducida solamente a lo “concreto”, sino que ha de ser real todo aquello que aparece en un campo de sentido. Por ello Markus Gabriel ha de afirmar que los unicornios sí existen, pero en el campo de sentido de un cuento infantil, por ejemplo, pero no ha de existir en el campo de sentido de las ciencias naturales. Conviene notar, entonces, que estos campos son modos del aparecer de la realidad.
En este sentido, la hipótesis de los campos de sentido es la antítesis de los discursos sobre el mundo y la totalidad. El mundo no existe, pues no hay posibilidad de aprehender el todo, por lo tanto a lo que sí podemos acceder es a la realidad bajo reglas de ordenación de sentido. Sobre esto Markus Gabriel parafrasea a Frege: “Sin duda hay distintas reglas de ordenación, que nos posibilitan el acceso a pensamientos verdaderos […] podemos describir el mismo objeto como cinco árboles, o como un grupo de árboles” (2019, p. 331).
En esta línea argumentativa creo que los medios juegan un rol relevante en la forma de hacer presente realidades sociales bajo reglas de ordenación, pues los medios son el relato del acontecimiento. Al igual como Markus Gabriel dice que los unicornios existen en el campo de sentido de un cuento infantil, podemos decir que la propuesta programática del señor Jadue sobre los medios es autoritaria y totalizante desde el campo de sentido de la prensa “libre” o desde los relatos de cierta posición conservadora reaccionaria.
En este sentido, me parece que discutir el rol de los medios en torno a la objetividad exige que esos mismos medios esclarezcan sus oscuridades, porque todo poder (el cuarto le llaman) tiene sus propios puntos ciegos que se ocultan siempre, tras la mueca cínica del rostro de turno o la estética del cuestionario incisivo que violenta la temporalidad de la reflexión, el discurso, el diálogo y el pensamiento. Por lo tanto, la discusión no puede caer en la tentación inmediata de la defensa de la independencia escrutadora y plural pues, previo a eso, es necesario transparentar el rol que juegan los medios en las reglas de ordenación de la realidad.
En este andamiaje conceptual quizás el asunto no es el problema de la objetividad, sino la disputa por las condiciones de esa objetividad que en Chile goza de una concentración casi absoluta. En este orden de ideas, me parece que la apelación inmediata al principio de defensa de la independencia se transforma en un artilugio funcional a los medios hegemónicos para asegurar en parte su sobrevida, puesto que es un uso bastante vacío del concepto.
Por otro lado, me parece que toda la discusión actual no se ha detenido a leer y a reflexionar el fondo del problema presentado en su momento por el precandidato presidencial Jadue, problema que no ha sido abordado ni disputado desde el inicio de la Transición y en cambio ¿qué estamos presenciando?: una sobrerreacción de los grandes conglomerados de medios ante una respuesta dada al fragor de un debate televisivo que el aspirante a la Presidencia esbozó improvisadamente y de una forma muy poco rigurosa.
Creo (arriesgo ingenuidad) que fue una sobrerreacción de las editoriales y columnas de opinión ante una risa nerviosa del Presidente y su gabinete, siendo esta reacción un arma infalible que destroza a la libertad de prensa y, finalmente, una validación de las mentiras referidas al proceso constituyente dentro de las reglas de la deliberación política, equiparando engaños con argumentos razonables.
El problema de fondo es preguntarnos por las condiciones que nuestra sociedad demandará y garantizará a la prensa y a los medios en esa disputa por el aparecer de la realidad, porque obviamente los fines no justifican los medios: más bien los medios siempre justifican los fines. He ahí su poder y, a la vez, una demanda de responsabilidad infinita.