Efectos antisociales de la pandemia en Chile
A propósito de la reciente publicación de un artículo sobre la teoría urbana del urbanista chileno Jaime Garretón en un especial de la editorial Springer sobre aplicaciones de la cibernética en Latinoamérica titulado Jaime Garretón’s cybernetic theory of the city and its system: a missing link in contemporary urban theory, quisiera compartir un recuerdo tatuado en mi memoria desde mis años de estudiante en la Universidad del Bío-Bío. Esto, con el objetivo de poner sobre la mesa y poder así observar, desde una perspectiva socio-urbana, uno de los efectos colaterales más singulares de la pandemia en Chile.
Una de las características más prominentes de la teoría urbana de Garretón consiste en que no deriva de un estudio de otras ciudades -como es la norma en teoría urbana canónica- sino de un estudio del fenómeno conocido como “comunicación cara a cara”. Es decir, para Garretón, en rigor, el urbanismo no sería un arte de construir edificios (misión más propia de la arquitectura) sino de construir o, si se prefiere, de cobijar, promover y sostener comunidades y sociedad enteras por medio o con la ayuda de edificios. Garretón, diría, con ayuda de un sistema de edificios. Más específico aun, diría, con ayuda de un sistema de plantas de edificios. En este sentido, Garretón fue uno de los pioneros del así llamado urbanismo centrado en personas. Que a la fecha su obra no haya tenido la difusión que han tenido otros autores más conocidos es un asunto circunstancial que se discute en detalle en el artículo en cuestión. Pero no nos desviemos.
Habiendo explicado en profundidad cómo el fenómeno de la comunicación cara a cara literalmente presupone la co-presencia de dos seres humanos enfrentándose o dándose la cara dentro de un rango de distancias determinado, y cómo esto constituye el acto social primordial, Garretón ilustraba a continuación, con el ejemplo de un encapuchado, aquello que constituiría el acto antisocial por excelencia: a saber, cubrirse el rostro en el espacio público.
Según el diccionario panhispánico, un encapuchado sería una “persona que va cubierta con una capucha con dos aberturas a la altura de los ojos para ver sin ser reconocido”. Según una definición más culturalmente apropiada de Wikipedia, “un encapuchado en una manifestación es un individuo que participa de alguna actividad pública cubriendo parcial o totalmente su cabeza y/o rostro a fin de no ser identificado, permaneciendo en el anonimato normalmente por alguna razón política, religiosa o miedo a las fuerzas policiales”. No cabe duda de que a esta definición habría que agregar el enmascaramiento facial producto de la declaración de pandemias.
Que estas jueguen o no un papel decisivo en el control de una pandemia como la decretada actualmente es, desde el punto de vista científico, un debate no exento de controversia. Lo verdaderamente preocupante, no obstante, es que un pueblo entero, como es el caso chileno, siga enmascarándose en el espacio abierto en circunstancias de que esto dejó de ser requerimiento sanitario el 14 de abril del 2022.
El fervor del culto a la mascarilla quirúrgica en Chile ha llamado incluso la atención de observadores internacionales. Norbert Wiener, padre de la cibernética, postulaba que la comunicación cara a cara es el “mortero que mantiene a una sociedad unida”. Frente a esto, cabe preguntarse: ¿no será este fenómeno síntoma grave de un eventual colapso estructural social? ¿Y no será esto acaso producto de incesantes olas, brotes y variantes de miedo que han azotado al país de forma sistemática desde hace ya décadas?