La falacia del rechazar para reformar y del aprobar para mejorar
Resulta sorprendente la resiliencia del establishment político chileno. Frente a la brutal desestabilización política nacional que supuso el estallido, y el actual proceso constitucional, siguen instalados en la argucia política y el gatopardismo. La derecha invita a “rechazar para reformar” y parte de la ex Concertación, hoy socialismo democrático, a lo de “Aprobar para mejorar”.
¿Qué tienen en común ambas aproximaciones? Que pretenden hacen creer a las y los ciudadanos que esa brutal inestabilidad política, que hace que los Presidentes no retengan una aprobación medianamente razonable ni por un mes, es un problema de texto. Hay que pasar el corrector de Word.
El problema que tiene Chile no es el reto político real de cómo avanzar hacia una sociedad más democrática inclusiva y estable, sino de alcanzar un texto impoluto. Eso implica, claro está, que existe un “grupo de ciudadanos/ciudadanas selecto” capaces de producirlo, si no se corre el riesgo de repetir el ejercicio para volver al punto en que estamos. Uno se pregunta mediante qué mecanismo democrático se puede asegurar que ese y sólo ese grupo resulte escogido para redactar la nueva Constitución, o para mejorarla. ¿Será el actual Parlamento, con los peores niveles de confianza institucional del país?
Claro que el texto importa, pero en términos políticos el texto no es nada. El único hecho político relevante es la aprobación del texto. Por eso es que la derecha ha apostado por el Rechazo desde un principio. ¿Cuál es el hecho político que implica el Apruebo? Simple: la derrota definitiva del sistema político imperante hasta el estallido.
Significa que ciudadanas y ciudadanos chilenos, sin atenerse a la coerción de las estructuras de poder tradicionales del país, son capaces de ponerse ellos mismo los términos en que querían llevar adelante su convivencia. Eso inaugura una era política para el país. Por ello resulta tan mezquina el lema “Aprobar para mejorar”. No sólo revela la profunda incomprensión de lo que está en juego históricamente, sino que revela el temor a la pérdida que este cambo supone para ese sector.
Claro que el texto importa, y es muy bueno, en muchos sentidos. Pero es sólo un texto. Lo importante es la adhesión social que pueda generar, el nuevo espacio político que inaugura, y será esa nueva dinámica democratizadora la que verá qué hace con él, pues no es más que un texto. Este es un mínimo de confianza para con la sociedad chilena.
La apuesta del “Rechazar para reformar” y del “Aprobar para mejorar” consiste en evitar que tenga lugar el hecho político radical que ha supuesto el estallido y el proceso constitucional, que ciudadanas y ciudadanos chilenos sin atenerse a la coerción de las estructuras de poder tradicionales del país son capaces de ponerse ellos mismos los términos en que querían llevar adelante su convivencia.
Así pretenden evitar que sea esa nueva política la que pueda revisar el texto cuando sea necesario, y apuestan a que lo haga la vieja política de siempre, atada a los intereses de siempre. Lo que está en juego no es un imposible texto impoluto, sino el cambio estructural del sistema político chileno hacia uno menos oligárquico y más genuinamente democrático.