Adriana Hoffmann, nuestra Margarita Flores

Adriana Hoffmann, nuestra Margarita Flores

Por: Gino Stock | 30.05.2022
Quizás la próxima primavera de Chile pueda ser una revancha. Ella no pudo enterarse que, tras su Covid, una Convención presentaría al país un nuevo proyecto constitucional donde se reconocen los derechos de la naturaleza. Tantos años batallando por ello, y ahora puede ser posible. La de mi amiga Adriana, o Margarita, es una muerte que da vida.

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Tardé tanto en escribir sobre Adriana Hoffmann. Me ha costado. Y excúsenme que este texto sea tan personal, y autorreferente, pero no puedo hacerlo de otra manera. Es muy difícil hablar cuando la muerte ronda tan cerca. Consume el silencio. Lo cierto es que mientras mi amiga Adriana moría, yo ni me enteraba porque en ese mismo momento un pequeño grupo de audaces tratábamos de internarnos en la ladera de un cerro, en un oculto y denso bosque del sur que aún permanecía virgen. “Este es el bosque que le gustaría habitar a la Adriana”, pensé. Sin conexión de ningún tipo, no podía saber que justo en ese instante ella dejaba de existir. No estuve en su funeral. Tampoco con su familia. No pude despedirme.

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La conocí en los inicios de 1990, cuando nuestra amiga común Ximena Abogabir –magnífica e infatigable directora de La Casa de la Paz, que había sido discípula de su madre, Lola Hoffmann– nos convocó para escribir un libro muy preciso: el primer manual de conducta ambiental para cualquier chileno y chilena. Con ese ojo perspicaz que Ximena siempre ha tenido, estimó que esta dupla asimétrica de una botánica experimentada con un joven periodista de rala barbilla daría con su idea. Sólo nos unía la sensibilidad por la protección del medioambiente que ambos teníamos. Nunca nos habíamos visto. Debía estar escrito para todo público, en un lenguaje amable, incluso con toquecillos de humor, en medio del colapso ecológico ya entonces avanzado. Por eso elegimos la mano tierna y filosa de Guillo para dibujar el personaje (Margarita Flores) e ilustrar algunas partes del libro.

Después de seis meses de cómplice trabajo, cuando ya éramos una pareja sin par, tuvimos el texto listo. Se hacía difícil ponerle un título atractivo. Entonces Ximena, la del ojo clínico, nos citó a la hora de almuerzo a su oficina, con una gran jarra de pisco sour sobre la mesa. Delante había una pizarra y un plumón. A medida que íbamos vaciando la jarra, al que se le ocurría algo se levantaba para anotar casi en escritura automática los títulos posibles. Soltando la mano. Poniendo y sacando, a efecto del sour mediante, al final consensuamos en el nombre más incorrecto: De cómo Margarita Flores puede cuidar su salud y ayudar a salvar el planeta, que rompía todas las reglas de urbanidad editorial, un oprobioso desafío para quien fuera a diseñar la tapa.

Así nació esa hija, la Margarita Flores, mi primer libro, y uno más de los tantos que Adriana ya había publicado dando cuenta de la flora chilensis en las distintas zonas del país, editados por la Fundación Claudio Gay, entidad constituida por sólo dos miembros: Agustín Edwards y Adriana Hoffmann; el primero la financiaba, la segunda recorría Chile, hacía la pega y después escribía.

Increíblemente, el libro de la Margarita Flores se difundió y vendió como pan caliente, agotando varias ediciones en poco tiempo, siendo material de apoyo para la educación escolar, puesto que no había otra referencia para adentrarse en los asuntos medioambientales en los colegios. Ella decía que ambos éramos los padres de esa Margarita, pero yo siempre pensé que la bella margarita –la simbólica flor blanca de la inocencia– era ella misma.

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En 1992 creó una ONG de invaluable aporte en la defensa ambiental: Defensores del Bosque Chileno. De la mano de otras mujeres (también varones, claro), como la periodista Malú Sierra, se atrincheraron para defender el bosque nativo que por entonces se exportaba sin contemplación hecho astillas para producir celulosa y fino papel en Japón. Así crecía Chile. Varias luchas que emprendieron (junto a ecologistas como Sara Larraín, Juan Pablo Orrego, Manuel Baquedano, Godofredo Stutzin, Ignacio Cornejo, Douglas Tomkins, Codeff, la Casa de la Paz, Renace, en fin) terminaron derrotadas, pero algunas batallas emblemáticas lograron ganarlas, como el cierre de los megaproyectos Terranova (en Valdivia) y Trillium (en Tierra del Fuego), que pretendían hacer astillas cientos de miles de hectáreas de bosque nativo.

Fue el momento en que la botánica más importante que ha habido en Chile, Adriana Hoffmann Jacoby, ejerció como la más enconada activista ambiental. De entonces quedó una magna y dramática obra: un libro gordo llamado La tragedia del bosque chileno.

Reconocida por la ONU como una de las 25 líderes ambientalistas de la década del 90, también obtuvo el Premio Nacional del Medio Ambiente que le entregó la Conama; y el Premio Luis Oyarzún, galardón de la Universidad Austral para homenajear al autor que publicó ya en 1973 su Defensa de la tierra. Pero los premios van y vienen. Lo que no: por su exploración botánica por Chile, mi amiga Adriana-Margarita llegó a identificar nada menos que 106 nuevas especies de cactus, lo que la hizo una eminencia mundial en la materia. En 2015 la acompañé cuando el Ministerio del Medio Ambiente inauguró en su honor la “Academia de Formación Adriana Hoffmann”. Margarita Flores seguía difuminando pétalos blancos.

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Sin embargo, en las finales, los premios y honores valen poca cosa. No pudo haber nada peor que a Adriana-Margarita, en el verano del año 2000, la hayan nombrado directora de la Conama (la misma Comisión Nacional del Medio Ambiente que el año anterior la premió, antecesora del ministerio respectivo). Días antes de hacerse público, me llegó el rumor y yo, conociéndola tanto, dije que era absolutamente imposible. La llamé por teléfono y, para mi sorpresa, el rumor era cierto. ¿Pero cómo?, le dije: me alegra que te hayan convocado, pero me temo que te estás metiendo en una charca de cocodrilos y una margarita como tú puede salir deshojada. “Lo sé, pero me llamó (el presidente electo) Lagos y me sedujo: no pude decirle que no”.

En efecto, en Conama entró a lidiar con cocodrilos. Con la buena fe, ingenuidad y blancura que siempre la caracterizó, creyó que podía cambiar las cosas desde dentro, justo en el periodo de mayor desarrollo neoliberal extractivista, cuando los empresarios dijeron que amaban al señor Lagos. Duró apenas un año y medio en el cargo. Lo pasó pésimo. La dejaron sola. Sintió la traición de quienes la habían convencido de aceptar el cargo. Y se enfermó. De pena.

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Los últimos años de Adriana Hoffmann fueron solitarios. Vivió con su hija Leonora, e incluso alcanzó a emprender viaje a los bosques milenarios que tanto amaba. Hicimos un intento de trabajar una edición actualizada del libro de la Margarita Flores, hace años agotada. Pero no se pudo: pese a su tremenda fortaleza, la todoterreno hija de Lola no pudo, no pudimos. A esta Margarita la deshojaron cuando prístina e ingenua creyó que podría ganar la batalla desde dentro, pero nunca volvió a ser la misma. La desilusión. Nada más ajeno en Margarita-Adriana que el poder.

La pandemia (tuvo Covid antes de que existieran vacunas) vino a rematar estos últimos años donde, pese a todos los galardones que yo mismo aquí he enumerado, se fue quedando en la más grande soledad. Desilusionada, Adriana llegó a decir: “La especie humana es bien precaria, muy fácil de sucumbir a sus deseos más mezquinos”. Da mucha tristeza oírle decir eso.

A fines de enero –para su cumpleaños, acuariana– de este año, un mes antes de que Margarita-Adriana nos dejara, el periodista José Miguel Jaque la visitó y publicó en Ladera Sur un conmovedor relato: “El otoño de Adriana Hoffmann” (https://laderasur.com/articulo/el-otono-de-adriana-hoffmann/). Fue la despedida.

Quizás la próxima primavera de Chile pueda ser una revancha. Ella no pudo enterarse que, tras su Covid, una Convención presentaría al país un nuevo proyecto constitucional donde se reconocen los derechos de la naturaleza. Tantos años batallando por ello, y ahora puede ser posible. La de mi amiga Adriana, o Margarita, es una muerte que da vida.