Educación ciudadana y violencia social
No es posible afirmar que las ciudades han sido espacios históricamente violentos. Es más, a través de la historia éstas han sido el baluarte de la libertad y la seguridad frente al miedo y el temor que suscitaba el espacio inhóspito y el territorio sin ley.
Es así que la ciudad como espacio normativo crea la ley y las policías para disuadir al agresor y castigar al crimen, otorgando derechos y garantías para proteger, dar justicia y facilitar la convivencia entre las personas.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las ciudades, ya sea por su densidad poblacional, su forma/diseño, relaciones o condiciones sociales determinadas, se irán tornando más agresivas y violentas. Pero lo que es claro es que la ciudad como cuerpo complejo e inerte, en sí misma, no es culpable de esa violencia. La ruptura ocurre entre quienes la habitan.
Los romanos distinguían entre civitas y urbs. Esta última corresponde a lo que hoy llamamos y conocemos como ciudades, pero la primera, la civitas, se refería al conjunto de ciudadanos que forman esa ciudad.
Si pensamos en la Grecia clásica, donde se asumía la dependencia del individuo con respecto a la sociedad para realizarse a sí mismo y alcanzar la felicidad individual, ser ciudadano no sólo implicaba no ser esclavo, sino también tomar parte activa en el devenir de la polis y en los asuntos que afectan al conjunto de sus miembros.
Pero, para responder a lo anterior, se hace necesaria una base lo bastante sólida de internalización de valores y conductas que proporcionen un sentido profundo de responsabilidad individual y comunitaria para, sólo así, ser capaces de construir una sociedad basada en el respeto, la tolerancia, la cooperación y la libertad de todos.
En el Primer Estudio Nacional de Formación Ciudadana (2017), un porcentaje importante de estudiantes de octavo básico declaraba actitudes que no estaban orientadas a la resolución pacífica de conflictos (66%), afirmando que el fin justifica los medios (65%) y que la violencia es un medio para lograr lo que uno quiere (33%).
Así, en el último tiempo, hemos sido testigos de expresiones de violencia no sólo asociadas a la criminalidad, sino también en el espacio escolar, familiar o en lo cotidiano, desde abusos a linchamientos, desde amenazas de masacres a tiroteos y, para explicarlo, es cierto, la pandemia al alterar la sociabilidad y aflorar problemáticas psíquicas que repercuten en el control de la agresión puede responder también a ello. Sin embargo, no podemos dejar de tomar en cuenta elementos fundamentales que influyen en la formación de nuestro carácter y personalidad, y que nos lleva a actuar de uno u otro modo.
En el Chile de hoy tanto la ciudadanía como su ejercicio es comprendida de forma limitada y restringida al derecho a voto, vinculada a la figura del representante político. Esto supone una importante situación de deficiencia civil, que puede resultar en un gatillante fatal a la hora de querer enfrentar la violencia social que nos afecta.
Por diversas circunstancias, el debilitamiento de los lazos que nos unen no sólo ha traído la perdida de solidaridad entre las personas, sino también distintas expresiones de violencia que en el tiempo han venido estallando en diferentes formas. Es así que, para vivir en sociedad, debemos entender por qué estamos juntos y por qué debemos empeñarnos en sostener lo común junto a otros, para sólo de esa forma lograr comprender y reconocer el sentido normativo que regula nuestra convivencia cotidiana. Es lo común lo que nos acerca a vigorosos valores que fortalecen el vínculo y la disposición a cooperar colectivamente en sociedad, porque inmiscuirnos ampliamente en cuestiones sociales sólo cuando suscitan un interés individual no produce un impacto mayor a nivel social.
En todo esto la educación resulta fundamental. Es la educación ciudadana la responsable de promover el reconocimiento de una identidad individual como parte de un medio social, no sólo que implica derechos y deberes en la vida pública y privada, sino el entendimiento de la existencia de libertades ligadas a una vida en común, cuya base de relacionamiento lo comprenden principios como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, el diálogo y la no discriminación. Es el lugar donde se aprende la resolución pacífica de conflictos basada en el reconocimiento de los otros iguales. Donde se recalca la idea de que las personas se deben vincular fraternalmente porque persiguen objetivos comunes como, por ejemplo, el bienestar de cada uno como parte de una comunidad.
Y en Chile la educación para la ciudadanía no sólo posee una tardía actualización, afectando a algunas generaciones, sino que peligrosamente los procesos de implementación últimos, relacionados con el Plan de Formación Ciudadana (Ley N° 20.911), de 2016, que esperanzadoramente crea la asignatura de Educación Ciudadana para 3° y 4° medio en 2020, han sido deficientes, alertando, según algunos estudios, problemas serios de diseño y monitoreo, mala articulación y baja preparación por no especialización de docentes del área e incluso censura institucional.
Este es el espacio en que se juega el aprender a convivir y en cuyas interacciones sociales se debe educar urgentemente para la acción sobre problemas reales en entornos reales en que se desenvuelven los futuros ciudadanos- Porque, en su rol socializador, las escuelas y el espacio escolar se convierten en el mayor constructor de subjetividades, transmisor de valores, actitudes y conocimientos mediante los cuales se contribuirá, más tarde, a la construcción de la identidad individual y social.
Debemos como sociedad hacernos cargo de esto; vincularnos más a nuestras escuelas para generar cambios sustanciales en áreas tan determinantes para la vida en común, ya que, si bien no pretendo argumentar que ésta constituya la causa central de la violencia actual, su debilitamiento contribuirá sin mayores restricciones a su incremento.
Lo mas relevante de la educación ciudadana es que su correcta implementación, en un plano simétrico de igualdad entre todos los participantes, nos permite reflexionar e involucrarnos en las condiciones que afectan a los futuros ciudadanos, revelando su mundo, con sus contradicciones y conflictos, pero también develando los sesgos institucionales que, en muchos casos, han de restringir las posibilidades de transformación para todos.
Hace un tiempo Michael Apple se preguntó ¿puede la educación cambiar la sociedad? En mi opinión, la respuesta no sólo es clara sino evidente.