Valparaíso, Marx y la Unesco
El pasado jueves 5 de mayo, mientras se celebraba el 204 cumpleaños de Karl Marx, llegaba a la ciudad de Valparaíso una delegación de la Unesco para supervisar el estado actual del casco histórico reconocido por este organismo intergubernamental. Se trataba de una comitiva liderada por la directora general de este organismo, la francesa Audrey Azoulay (ex ministra de Cultura de Francia), quien, de manera casi sorpresiva, se dejó caer en el sitio histórico reconocido como Patrimonio de la Humanidad hace 19 años, es decir, en el viejo y roído barrio puerto.
A la misma hora que la Unesco comenzaba el recorrido por la calle Serrano (calle que luego de la explosión del año 2007 se ha constituido en una locación ideal para grabar alguna película de la Segunda Guerra Mundial o lo que pudiera ser un próximo film sobre los ataques rusos a Ucrania), el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, publicaba en sus redes sociales una foto suya junto a la tumba de Karl Marx en Londres. Los pormenores de esta foto dan lo mismo, de si fue tomada ese mismo día o no, en contexto de vacaciones o de gira laboral. Lo importante es la conexión simbólica, esa coincidencia que a veces otorga el misterioso destino y que lleva a los escépticos a dudar respecto a la existencia de un guionista supraterrenal que va moviendo los hilos invisibles de nuestras rutinas.
Pues bien, ¿existe alguna conexión entre el cumpleaños de Marx y el casco histórico de Valparaíso? Sí, existe una conexión, pues Valparaíso fue una de las ciudades del mundo donde estalló la modernidad (y por ende el capitalismo) y Marx es uno de los grandes promotores de esta época en su fase embrionaria.
El año 2003 la Unesco declaró a la zona histórica de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad, pues reconoció en sus casas, edificios, callejones, cerros, escaleras y adoquines un testimonio único de los inicios de la modernidad y la globalización del siglo XIX, cuando la ciudad se convirtió en el puerto principal de las costas del Pacífico sur. Al mismo tiempo que el joven Marx llegaba a Inglaterra y se maravillaba con el florecer del capitalismo, algo que describe de forma magistral en el Manifiesto Comunista ("el capitalismo es una forma misteriosa y vital que ha alcanzado logros en la historia humana superior a cualquier hito que hemos podido imaginar (…) los acueductos romanos, las pirámides egipcias palidecen al lado de la fuerza que tiene el capitalismo"), el barrio puerto, con sus bares, burdeles y palacios, hipnotizaba a los navegantes británicos, estadounidenses y franceses. Era el estallido de la modernidad en Latinoamérica y se aparecía, cual Big Bang, entre la plaza Echaurren y calle Aníbal Pinto.
La foto de Sharp junto a la tumba de Marx en Inglaterra, a la misma hora que la Unesco visitaba las ruinas de la ciudad desde donde se fundó la globalización del sur del mundo, delata una especie de falla en la temporalidad de la existencia, en ese "ser y tiempo" que tanto perturba a filósofos y poetas.
En Valparaíso, la modernidad parece haber ido a contrarreloj o definitivamente se estancó en su fase inicial y ahora, que el reloj marca la hora de lo híper moderno, cuando las nuevas autoridades parecen más preocupadas de construir un tren rápido que de restaurar las calles consagradas como Patrimonio de la Humanidad (aun cuando el actual Ministro de Obras Públicas lideró un fallido intento por levantar un edificio universitario en dicho sector patrimonial y por ende conoce de sobra las penurias del lugar), vendría bien recordar que esas calles que hoy son sinónimo de ruinas, miseria, locura, sitios baldíos, delincuencia y líquidos percolados alguna vez se codearon, de igual a igual, con ciudades como Londres, cuando el capitalismo recién comenzaba su irreversible viaje.
Quizás, faltó que Marx visitara la ciudad de Valparaíso en esos días de esplendor del siglo XIX. No cabe duda que se habría sorprendido con la bonanza generada por el comercio, la circulación de mercancías y el hedonismo en un puerto al fin del mundo.
De seguro, Marx hubiera inmortalizado a ese Valparaíso en el mejor texto publicitario que ha tenido la modernidad: el Manifiesto Comunista. Pero lo cierto es que Marx nunca se interesó mayormente por Latinoamérica (salvo en su columna dedicada a Simón Bolívar, donde lo define como un general “cobarde y autoritario”). En una de esas, y dado el estado actual de Valparaíso, haberle incluido en aquel brillante panfleto, escrito junto a Engels, hubiese permitido al marxismo tener un ejemplo concreto para confirmar algo que ese texto advierte (y que lo constituye en su dimensión revolucionaria): el capitalismo, junto con ser una formación social formidable, al mismo tiempo, y con la misma intensidad creadora, produce miseria.
Es probable que Valparaíso sea el lugar donde más rápido se cumplió este vaticinio escrito por Marx en el amanecer del capitalismo, casi tan rápido como la velocidad del tren ofrecido para viajar al sitio donde reside la modernidad fallida.