La derecha es la culpable de todo lo que acusa

La derecha es la culpable de todo lo que acusa

Por: Miguel Mendoza | 14.04.2022
Ahora la derecha, por culpa propia, es una minoría ínfima que sólo puede consolarse con controlar en parte el poder económico, ya que otras praderas tan esenciales en el progreso armónico de un país, como lo es la educación, las perdieron hace más de 30 años.

En estos últimos años, hemos visto un decrecimiento económico y político, una degradación institucional que explotó el 18 de octubre de 2019. El gobierno de Sebastián Piñera no pudo con la calle y mutó hacia un desgobierno, cuyo legado nadie ha querido siquiera tener cerca.

Desde la fecha citada, la derecha se dedicó a culpar de todo a la izquierda por una supuesta conspiración Castro-Chavista o un complot de las FARC como germen monofactorial del estallido. Casi nadie en Chile Vamos entendió lo que ocurría o, simplemente, no lo quisieron entender.

La centroizquierda, por su parte, se encontró con un veranito de San Juan, algo que ni ellos sospechaban, pero que les cayó como anillo al dedo para volver al poder. Sin embargo, y al poco andar, debieron asumir que esa fuerza emergente no provenía de ellos, si no de los jóvenes, de otra izquierda que no quería que volviera a gobernar ni la centroderecha ni la ex Nueva Mayoría, otrora Concertación. Personas jóvenes y adultos menores de 40 años que se oponían al retorno de ese duopolio amigo de las grandes fortunas que han postergado a los pobres y marginales del país por décadas.

Recurriendo a la historia, podemos constatar que Jaime Guzmán, fundador de la UDI, ideólogo de la Constitución de 1980, admirador de la Falange española y del fascismo de Francisco Franco, defensor de la dictadura de Augusto Pinochet hasta su asesinato en 1991 a manos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, adoctrinó a jóvenes Opus Dei de la Universidad Católica, estudiantes de Derecho y de Economía con el objetivo de generar nuevos líderes para ese sector.

Se trató, años después, de una nueva casta política, conservadora en lo político y liberal en lo económico, entre ellos Joaquín Lavín y Pablo Longueira, para perpetuar su legado en los jóvenes de derecha. Con notable sagacidad, sabía Guzmán que era en los colegios y en las universidades donde la izquierda adoctrinaba y formaba a la juventud, y que sólo pasarían máximo dos generaciones para hacer colapsar la balanza y destruir toda su refundación política-económica que se hizo en dictadura. Preparó y se preparó para ello el ex senador.

Lo que Guzmán no vio venir fue que sus propios y aplicados discípulos se percataron de que la educación, aquel ansiado nicho de formación ideológica, era también un tremendo negocio desde los colegios hasta universidades. Se dedicaron, entonces, más bien a lucrar y abandonaron por completo a la educación pública, dejándola a merced a la izquierda más radical, incluyendo al Partido Comunista, que hasta hace unos treinta años era una fuerza minoritaria y ahora es un eje fundamental del actual gobierno del Presidente Gabriel Boric.

Muchas universidades públicas, como la Universidad de Santiago, la Universidad de Chile, la Universidad de La Frontera, la UTEM, entre otras, se han convertido en los años recientes en un semillero importante y fructífero de jóvenes izquierdistas revolucionarios, admiradores de Fidel Castro, del Che Guevara y, muy especialmente, de referentes intelectuales como Álvaro García Linera, y que levantan las banderas de un neomarxismo del plurinacionalismo (muy en boga en la actual Convención Constituyente) y del indigenismo supranacional que ya ha provocado ciertas polémicas con nuestros vecinos .

Sin embargo, el avance sostenido de dicha corriente izquierdista, que constituye una amenaza patente para varios otros sectores ideológicos, tiene una gran culpable y es, paradójicamente, esa misma derecha política y económica del país. A ese sector le importó mucho más el dinero fresco y el poder político de corto plazo, abandonando toda convicción por tener más poder y riqueza. Demasiado atentos a las arcas y la toma de decisiones, no lograron captar que esa olla a presión era un polvorín que, inevitablemente, les explotó en su cara y ahora tienen miedo de perder todos sus privilegios.

De aliados ni hablar: el centro político murió, y cada vez que intenta resucitar, no pasa de ser una ilusión óptica. Nunca en la historia de Chile la izquierda sin apellidos había tenido tanto poder; por esto mismo, y quizá por una suma de todo lo anterior, es que no hay líderes de verdad en la derecha. Ante cualquier atisbo de levantar la voz son “funados” o simplemente acallados por el clamor popular del neomarxismo del siglo XXI, que es mucho más atractivo que el liberalismo económico, que sólo ha generado riqueza a los más ricos del país. Y como si fuera el final de un chiste negro, carecen por completo de un mea culpa que les pudiera servir para enmendar los errores y retomar un camino para generar incidencia política y así poder reconquistar a la ciudadanía.

Ahora la derecha, por culpa propia, es una minoría ínfima que sólo puede consolarse con controlar en parte el poder económico, ya que otras praderas tan esenciales en el crecimiento y el progreso armónico de un país, como lo es por ejemplo la educación, las perdieron hace más de treinta años.