Libros a la guillotina: El descarte de patrimonio biobliográfico por el Estado
Entre el diverso material bibliográfico que había, compré dos ediciones marcadas como propiedad de bibliotecas escolares: Alsino, de Pedro Prado (Nascimento, decimosexta edición de 1982) y Breve historia de las fronteras de Chile, de Jaime Eyzaguirre (Editorial Universitaria, sexta edición de 1976), lo que me hizo pensar en el tema de esta columna: las políticas sobre descarte de patrimonio bibliográfico en instituciones públicas vinculadas al mundo del libro.
Pese a lo controversial que es la destrucción de libros, su ocurrencia es común y constante. No solo instituciones públicas como las bibliotecas descartan libros que probablemente llegarán a guillotinarse; también la industria editorial guillotina libros que sabe no se van a vender ni como saldo y cuya existencia es un costo de bodega importante. Esos libros no sobrevivirán.
Botar libros
La destrucción de libros es una realidad velada. Sin embargo, ¿qué se descarta cuando se da de baja un libro viejo? ¿Qué se bota cuando se bota un libro antiguo?, ¿se descarta el contenido obsoleto o se bota su olor y aspecto a viejo?
El descarte bibliográfico que realizan instituciones que albergan libros responde a diversas necesidades. Por una parte, se descarta un libro porque está estropeado. Por otra, mientras que la sobreproducción editorial mundial crece a pasos agigantados todos los años, lo que es una característica propia de la industria del libro, según Gabriel Zaid las bibliotecas cuentan con el mismo espacio para el resguardo del material bibliográfico; la suma de estos dos factores provoca que la llegada de un libro implique la salida de otro.
Es imposible que una biblioteca pueda albergar la nueva producción anual de su industria del libro. Por otra parte, se descarta material bibliográfico porque se vuelve obsoleto, esto afecta a los géneros referenciales vinculados con el conocimiento científico y técnico, pero no le sucede a la literatura de ficción, la que sobrevive al juicio de la pertinencia del contenido. Por otra parte, ¿se descartarán libros solo por ser ediciones viejas, antiguas? No lo sé, espero que las ediciones marcadas con sellos de bibliotecas no hayan sido descartadas por su aspecto.
Comprendiendo que el descarte bibliográfico es parte de nuestra experiencia con los libros y una necesidad para instituciones públicas; es necesario repensar el valor patrimonial del libro viejo, pues son documentos históricos que permiten reconstruir una historia del libro en Chile, y poner en práctica nuestra memoria. Tomaré como ejemplo los libros comprados en la venta de bodega de Green Libros. Primero, Alsino, de Pedro Prado no solo es fundamental en términos literarios, sino también es una edición de Nascimento, cuyo trabajo editorial es fundamental y nace del aporte de un inmigrante portugués, quien viene a Chile y ante la muerte de su tío residente en el país, don Juan Nascimento, hereda su librería e imprenta.
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Segundo, Breve historia de las fronteras de Chile, de Jaime Eyzaguirre, llamó mi atención no por su contenido, sino por otro detalle vinculado a la Editorial Universitaria, casa editorial que publica el libro. Este libro de Eyzaguirre se publica en Cormorán, una edición del 1976. Son datos que hacen suponer que el diseño editorial le pertenece a Mauricio Amster. En estas ediciones de Universitaria es posible también encontrar cubiertas de Susana Wald y ediciones proyectadas por Mariano Rawicz. Mauricio Amster juega un papel fundamental en la historia de la gráfica chilena y en la de la industria del libro, con otros inmigrantes españoles que llegaron en el Winnipeg, entre ellos los hermanos Soria y Mariano Rawicz. Con todos estos antecedentes, estos libros ya no son meros libros viejos, y el descarte de estas ediciones puede ser reconsiderado.
Las políticas del descarte
Me interesa entonces invitar a repensar las políticas de descarte de patrimonio bibliográfico que realizan las bibliotecas escolares privadas y públicas, en incluso las individuales. Es necesario, por el bien de la investigación bibliográfica y de la memoria de este país, que en nuestras acciones de descarte de libros, si es parte de nuestro trabajo, consideremos la perspectiva histórico-bibliográfica. Hay ediciones importantes de rescatar y resguardar que no importan por su contenido literario o no literario; en ellas hablan otras historias paratextuales, vinculadas a la historia del libro más que a la historia de la literatura.
Hay ediciones que son documentos históricos; sin esos libros no podríamos hablar de, ni recordar a, José Camilo Gallardo, Josefina Mariscal, Rafael Jover, Nemesio Antúnez, Mauricio Amster, Gustavo Barrera, Juan Nascimento, Carlos-George Nascimento, Arturo Soria y tantos más a quienes ya no podemos acceder y que dan cuenta del trabajo de editores, diseñadores editoriales y tipógrafes e impresores que han editado, diseñado y publicado todos esos libros.
Por último, esta invitación a repensar nuestras políticas de descarte de nuestro patrimonio bibliográfico se suma a una nueva invitación a solucionar una carencia: Chile no tiene un museo del libro y de la imprenta, que posibilite a las personas aprehender la importancia del libro en la construcción de la sociedad y la historia que se ha desarrollado en este territorio desde 1776. Si no aprendemos a valorar el relato que nos entregan los libros, seguiremos descartando material bibliográfico que se puede vincular con la pedagogía, por eso invito a quienes tengan a cargo desde bibliotecas escolares hasta bibliotecas públicas a usar esos libros que iban a ser desechados, para montar un pequeño museo del libro. El día del libro está a la vuelta de la esquina.