El Afganistán de Vladimir Putin
La moralmente inaceptable invasión rusa de Ucrania fue emprendida con un objetivo político claro: demostrar a Occidente que la “línea roja” que había trazado, no aceptar el ingreso de Ucrania en la OTAN, era un casus belli para el Estado ruso. Sin embargo, a pocos días de haber sido lanzada su resultado militar está aún en disputa y los costos políticos y económicos para Rusia se disparan.
Esta situación se debe en buena medida a una debilidad fundamental de los supuestos políticos detrás de la decisión de invadir. En efecto, el gobierno ruso parece haber calculado erróneamente tanto la situación política ucraniana como la rusa. Pero, incluso más allá, parece haber fallado en entender las consecuencias de las nuevas formas de comunicación virtual en una guerra abierta de ejércitos regulares.
Lo anterior deja al gobierno ruso, y en particular a Vladimir Putin, expuesto a una decisión difícil entre alternativas estratégicas críticas, todas con severos costos. Una es conceder sin haber logrado el mínimo objetivo en relación al masivo despliegue militar empleado de derrocar el gobierno del presidente Zelensky, otra es reajustar su estrategia e ir por la victoria militar aun con los enormes costos políticos, humanos y comunicacionales asociados. El problema para Putin es que se ha puesto en una situación en la cual todas las alternativas suponen una severa pérdida de poder personal, que incluso podría costarle el cargo.
Es evidente que el del presidente Putin es un gobierno autoritario y antidemocrático, sostenido en la represión de la disidencia, la propaganda y la corrupción masiva. Pero ningún análisis de contexto resulta suficiente para las políticas expansionistas de la OTAN. Su cuestionable expansión hacia el Este se ha justificado desde la perspectiva del deseo de los países democráticos de Europa del Este de protegerse del expansionismo ruso. Esto es perfectamente legítimo: desde siempre los países pequeños han buscado protegerse de los grandes que los amenazan bajo el abrigo de otro grande. Pero desde el punto de vista de la seguridad global sorprende que se haya pasado por alto que la combinación de un líder dictatorial, orgullo nacional herido, tensiones étnico-nacionales, y alto poder militar son una receta infalible para provocar crisis militares, incluidas las dos guerras mundiales. Occidente pudo cumplir su autodeclarada misión de “protección de la democracia” sin expandirse, sino que tomando un camino más pragmático, semejante al del presidente Kennedy con Kruschev en 1962: la neutralidad militar de Europa del Este a cambio de garantías explícitas de respeto a la soberanía nacional sin ningún cuestionamiento de fronteras.
La debilidad de los supuestos políticos de la invasión
Uno de los elementos más llamativos en el desarrollo de los acontecimientos es la facilidad con la que cualquiera pudo enterarse de los elementos centrales del plan de batalla ruso. Bastaba buscar en Twitter entre especialistas estratégicos. Esto sólo pudo ser posible por la completa falta de discreción del gobierno ruso para acumular masivas cantidades de tropas y equipo militar alrededor de Ucrania. Por cierto, hipotéticamente podía responder a un tradicional modo de presión política, pero es también evidente que debilitaba las perspectivas militares rusas al proveer información detallada a sus adversarios de tropas comprometidas y opciones disponibles.
Lo dicho es sólo un síntoma del hecho fundamental de que Putin parece haber fallado estrepitosamente en la valoración política de la situación. El despliegue militar inicial ruso, que comprometió menos de la mitad de sus operativos disponibles en los primeros dos días de invasión, se sostenía en el supuesto de una victoria rápida que permitiera negociar desde una posición de ventaja. Sin embargo, parece haber fracasado en anticipar políticamente las capacidades defensivas ucranianas porque se ha concentrado en su disparidad en poder de fuego sin considerar variables políticas enormemente relevantes en una guerra: la disposición al sacrificio del gobierno y pueblo ucranianos, y la relativa desmotivación del ejército y el pueblo rusos. Si el de Zelensky era un gobierno desacreditado, su brava reacción a la invasión lo ha convertido en el líder indiscutido del país. Al mismo tiempo, la decisión ucraniana de concentrar la defensa en las ciudades significa el peor de los mundos para el alto mando ruso: el gobierno ucraniano no caerá sin tomar las ciudades, lo que multiplicará las bajas rusas, las víctimas civiles, y ya está mostrando al mundo un derramamiento de sangre no visto en Europa desde las guerras de los Balcanes.
Las comunicaciones, un ejemplo privilegiado del fracaso político ruso
Otro de los elementos relevantes, a menudo olvidado y que ilustran la idea central de este texto, es el flanco comunicacional de la guerra. Es claro y evidente que una invasión a gran escala como la ocurrida iba a provocar condena mundial y una simpatía con el pueblo víctima de la agresión. Por otro lado, Rusia cuenta con las capacidades técnicas militares para desarrollar una efectiva “guerra electrónica” que pudo haber incluido la caída de internet en los puntos críticos del conflicto, sin embargo no lo hizo. Para la totalidad de expertos que uno puede encontrar en las redes esto resulta un misterio.
La hipótesis más probable para explicar este comportamiento tiene que ver justamente con la debilidad de los supuestos políticos de una invasión. En efecto, si se cumplían las condiciones de un gobierno ucraniano débil, una parte de la población ruso-étnica favorable a la invasión, una alta efectividad del ejército ruso y un rápido colapso ucraniano, el marco de una guerra abierta a las redes sociales mostraría la capacidad disuasiva rusa.
Sin embargo, lo que hemos visto es lo contrario: decenas de videos de vehículos rusos destruidos, daños severos en la infraestructura civil ucraniana y heridos civiles. Asimismo, proliferan en las redes noticias de movimientos de fuerzas rusas de las cuales uno se puede enterar en pocos minutos mientras se mantienen en completo silencio los movimientos defensivos ucranianos. Los llamados a la resistencia ucraniana resuenan a lo ancho de las redes y los costos comunicacionales para el Kremlin no paran de subir.
Todo este cúmulo de noticias, sumado a la creciente censura a los medios afines al gobierno ruso, probablemente forma parte de una estrategia de “guerra comunicacional”, por lo cual es evidente que no toda la información se ajusta a la verdad. Pero cuando la analizamos como un flanco al interior de un conflicto es evidente que provoca efectos más allá de su ajuste a los hechos. Desde este punto de vista, la derrota comunicacional de Rusia en el conflicto parece clara e irremediable, más allá de lo que ocurra en el campo de batalla. Y precisamente podemos explicarla si asumimos la grave falla de cálculo político del Kremlin, tanto a la hora de optar por el camino militar como a la hora de establecer los supuestos políticos del ataque. Incluso si el ejército ruso prevalece, que sigue siendo lo más probable, su derrota política puede considerarse establecida.
El ocaso de Putin y la inestabilidad global
La disparidad militar entre los contendientes es tal que los rusos están en condiciones de ajustar su estrategia y en los últimos días se puede ver aquello en el desarrollo de los enfrentamientos. Lo que ya no puede prevenirse es la derrota política de Vladimir Putin. La invasión era un camino de “última ratio”, y por tanto una jugada a todo o nada. Ningún resultado que no fuera una victoria rápida con relativamente pocas bajas civiles era conveniente. Las opciones que quedan disponibles representan dos opciones de derrota política personal para Putin. La primera es abrirse a un acuerdo con el actual gobierno ucraniano, esto es, aceptar la imposibilidad de removerlo. Esta posibilidad implicaría casi con certeza aceptar que Ucrania escapará por largo tiempo de la influencia rusa y muy probablemente ingrese a la Unión Europea.
En las negociaciones en curso el gobierno ucraniano no parece dispuesto a renunciar a las membresías tanto a la UE como a la OTAN. El presidente Zelensky no parece tener margen de maniobra a este respecto, tanto por la popularidad actual de la causa ucraniana como por la radicalidad de ciertas fuerzas nacionalistas que respaldan su gobierno. Pero incluso, si Ucrania aceptara no ingresar a la OTAN, podría convertirse en un Major non-Nato ally, como Taiwán o Brasil, lo que le permitiría un fortalecimiento militar que haría imposible una nueva invasión convencional rusa. En suma, se trataría de una derrota geopolítica para Rusia cuya única ventaja para Putin sería la posibilidad de conservar el poder, lo que sería posible pero en ningún caso seguro.
La segunda opción es ajustar la estrategia para lograr la caída del gobierno y la toma de las grandes ciudades ucranianas. Lejos, es la opción más brutal pues implicaría la entrada aún más masiva de equipos y tropas rusas y el aplastamiento de la resistencia civil, lo que hace evidente el costo político y comunicacional de esa alternativa. Sin embargo, parece ser la única alternativa que mantiene la credibilidad de la disuasión militar rusa y la mantención de su influencia geopolítica en Ucrania.
Las negociaciones en curso se encuentran entonces ante un callejón sin salida: Ucrania necesita resultados rápidos, pero Zelensky no puede ofrecer ni siquiera parte de lo que Rusia pide, sin embargo extender las negociaciones en teoría sólo fortalece la posición negociadora rusa en la medida que consolida el control del territorio ucraniano. Es posible imaginar una posición intermedia que implique renuncia de Ucrania a la OTAN y la UE a cambio de manutención del gobierno y respeto a su integridad territorial con la excepción de los territorios ocupados en 2014, pero ninguno de los gobiernos está en posición de aceptarlo.
El caso es que es sumamente dudoso que esta opción fortalezca a Putin. Conseguir un objetivo geopolítico importante pero limitado a costa de una carnicería y el sufrimiento económico, político y moral de la población rusa hacen posible incluso pensar en su remoción. Esto pues, mientras parte importante de los analistas se ha centrado en la figura de Putin, lo cierto es que no es más que el líder y el resultado de una enorme casta burocrática que dirige el país más extenso del mundo desde los tiempos de la URSS y lo vuelve viable. Sólo esa fuerza estatal permite existir a un país que no tiene la potencia económica para sostener la cantidad de pueblos que gobierna, aislado política y económicamente, y cada vez se vuelve más inferior a occidente en términos militares.
Si a ello sumamos la posesión del arsenal nuclear más nutrido del mundo, es claro que en las próximas décadas Rusia será protagonista de buena parte de los conflictos más explosivos para el mundo. Esto no significa, como han señalado muchos analistas, que estemos ante una “nueva Guerra Fría”. La antigua Unión Soviética estaba sostenida por una “religión secular” de alcance global, el comunismo, que felizmente o no inspiraba a millones de seguidores en todo el mundo, con partidos y líderes sociales poderosos que le adherían. Ese difunto país hizo muchas cosas peores y nunca, al menos post Segunda Guerra Mundial, pudo ser aislado ni sancionado de la forma casi universal que hemos visto ahora. La Federación Rusa es una superpotencia militar en franca decadencia política y económica, que sólo puede proyectarse vendiendo hidrocarburos, que es justamente lo que el planeta debe dejar de hacer para superar la crisis climática.
En definitiva, a sólo un par de meses de la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán para entregar el país a los talibanes, Putin parece haberse encerrado en su propio Afganistán. Como en 1979, emprendió una guerra con supuestos políticos propios de los conflictos anteriores y ahora se enfrenta a decidir entre malas alternativas. Habitualmente los dictadores responden a estos dilemas sin consideración por el costo humano, lo que hace temer lo peor. No parece haber otro camino auténticamente progresista que fortalecer lo que queda de la organización internacional, la ayuda humanitaria y la agitación por la paz.