La parábola de Trump

La parábola de Trump

Por: Cristián Zúñiga | 12.12.2021
Concebir la importación del programa de Trump en Chile con simplismo, como si se tratara de un paréntesis en el despertar del nuevo pueblo que aún está por venir, es una forma de eludir los desafíos que la circunstancia actual plantea. Puede que nuestros monstruos no tengan que ver con aquel claroscuro de Gramsci (cuando lo viejo se muere y lo nuevo tarda en aparecer), sino más bien con la tozudez reflexiva de quienes, hasta hace poco, creían imposible que en el país del despertar se pudiera repetir la pesadilla americana. 

Veinte días antes de la pasada elección presidencial en Estados Unidos, el diario The New York Times publicaba una editorial que comenzaba expresando: “La reelección de Donald Trump es la mayor amenaza que enfrenta Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial”. Este artículo concluía sobre cómo habían sido los 4 años del mandatario y la crítica era lapidaria: “Ha abusado del poder de su cargo y negado la legitimidad de sus oponentes políticos destrozando las normas que han unido la nación por años”. La editorial del prestigioso periódico también recalcaba el racismo y la xenofobia del Presidente, así como su postura aislacionista que caracterizó su política exterior, evidente en su retirada de tratados y organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo de Derechos Humanos y el Tratado de París.

Días después, pasada la elección, cuando Trump se negaba a reconocer su derrota y un grupo de incondicionales había atacado al Capitolio (protagonizando uno de los episodios más vergonzosos de la historia de los Estados Unidos), otra editorial, esta vez del prestigioso diario The Washington Post, sostenía que  “la responsabilidad de este acto de sedición recae directamente en el Presidente, quien ha demostrado que su permanencia en el cargo representa una grave amenaza para la democracia estadounidense. Debería ser removido”. El mismo texto continuaba expresando que “el Presidente no está en condiciones de permanecer en el cargo durante los próximos días. Cada segundo que conserva los vastos poderes de la Presidencia es una amenaza para el orden público y la seguridad nacional”. Pocas veces en la historia norteamericana las editoriales de los periódicos más importantes de ese país, uno de reputación progresista y otro más conservadora, coincidían en un mismo punto: el gobierno de Trump había generado un retroceso peligroso para los Estados Unidos. Por esos días también las redes sociales Facebook e Instagram habían suspendido las cuentas del Presidente estadounidense a raíz de sus publicaciones post elección, por considerar que constituían un riesgo para la seguridad pública.

No cabe duda que la huella de Donald Trump le quitó el brillo internacional a los Estados Unidos y provocó un abollón en su tradición democrática. Es más, el mundo entero quedó traumatizado luego de haber visto al Presidente del país más poderoso del planeta levantar rejas anti migración, negar el cambio climático, maldecir el multilateralismo y sostener su desquiciado proyecto político desde fake news y teorías de la conspiración. De hecho, hasta los mismos gigantes de Wall Street obtuvieron muchos menos victorias de las que esperaban durante ese gobierno. Nadie olvidará los días de caos de aquel periodo en USA, retratados de manera perfecta en la película Joker y galvanizados en aquella dantesca irrupción de sus excéntricos devotos a la Casa Blanca.

Hoy Chile, país que suele transitar al ritmo de la cultura estadounidense, tiene a su propio Donald Trump. El nuestro no es alguien con el desplante grosero y estrambótico del magnate americano, sino que una versión campesina y conservadora, donde en vez de modelos Playboy, aparece el rosario de Jaime Guzmán y, a falta de rascacielos, emerge una fábrica de salchichas alemanas. Sin embargo, los programas, ideas y estrategias de ambos personajes poseen muchas similitudes, por más que nuestra versión local lo niegue. Al igual que Trump, José Antonio Kast propone levantar una gran reja fronteriza (una zanja con reja), retirar a Chile de pactos y acuerdos multilaterales, aplicar estados de excepción para administrar conflictos culturales (como el de la Araucanía) y borrar con el codo los derechos de las mujeres, las diversidades sexuales, los jóvenes y pueblos originarios, entre otros. Y respecto a la estrategia comunicacional, ni qué decir, todo el país ha sido testigo de cómo Kast (e insignes parlamentarios del partido republicano) ha replicado el estilo de Trump a la hora de atacar a sus contrincantes hasta el límite de las injurias. 

Para muchos resulta increíble que Chile, país que hasta hace poco bailaba al ritmo de los cambios culturales de Las Tesis y prometia ser la tumba del neoliberalismo, terminara amenazado por un programa de gobierno similar al del ex Presidente estadounidense. Quizás, más de alguno, luego de ver los resultados de la primera vuelta, debe haberse preguntado ¿y cómo es que llegamos a esto? Es probable que las respuestas simplonas, esas que suelen reducir la complejidad de la vida a un sólo factor que explicaría la totalidad de las dimensiones, hayan apuntado a la tontería de la gente. Y es justamente ese simplismo (la flojera para pensar el malestar de la cultura actual, reduciéndolo todo al mantra del neoliberalismo o al maltrato de un pueblo virtuoso por parte de una malvada élite) el que ha servido como caldo de cultivo para el emerger de ideas similares a las de Trump en Chile. Súmele a esto una dosis de moralización de la política (puede que muchos chilenos se hayan aburrido del exceso de funas, descalificaciones generacionales y cancelaciones varias) y, a lo anterior, agregue una pizca de tajantes declaraciones constituyentes (es probable que algunos chilenos se hayan preocupado cuando les dijeron que era incierto el periodo del Presidente y del Parlamento por el que estaban votando).

Por eso, concebir la importación del programa de Trump en Chile con simplismo, como si se tratara de un paréntesis en el despertar del nuevo pueblo que aún está por venir, es una forma de eludir los desafíos que la circunstancia actual plantea. Puede que nuestros monstruos no tengan que ver con aquel claroscuro de Gramsci (cuando lo viejo se muere y lo nuevo tarda en aparecer), sino más bien con la tozudez reflexiva de quienes, hasta hace poco, creían imposible que en el país del despertar se pudiera repetir la pesadilla americana.