Segunda vuelta: trascendental definición ética

Segunda vuelta: trascendental definición ética

Por: Felipe Portales | 02.12.2021
Todo esto convierte en imperativo ético el voto en segunda vuelta a favor de Boric, independiente de cualquier otra consideración. Y aunque factores objetivos y subjetivos lleven a no generarse ilusiones de que su triunfo vaya a traer cambios relevantes en nuestro país. Lo que sí podría tener un gran impacto positivo para el futuro de Chile es que, en la Convención Constitucional, el FA y el “Colectivo Socialista” reviertan su subordinación del 15 de noviembre de 2019. Y que aprovechen democráticamente que la derecha no obtuvo el veto del tercio, para sumarse a la mayoría de convencionales de izquierda en la obtención de una nueva Constitución que siente las bases para sustituir el “modelo chileno” impuesto por la dictadura, y posteriormente legitimado y consolidado por la Concertación.

Se ha exagerado la importancia política de la próxima segunda vuelta presidencial. De partida, parecemos olvidar que el próximo Presidente será uno de transición entre el fin de la Constitución del 80 (refrendada por Lagos y todos sus ministros en 2005) y la nueva que se aprobará el próximo año. Y lo mismo valdrá para el Congreso recientemente electo, parte del cual (la mitad del Senado) ¡fue electo en 2017, es decir, antes de la revuelta social de 2019!

Disminuirá aún más la importancia política del próximo Presidente teniendo en cuenta que –cualquiera que sea electo– no contará con mayoría parlamentaria para obtener nuevas leyes a su gusto en lo que dure su periodo. Asimismo, se ha exagerado la posibilidad de que el pinochetismo de Kast pueda traducirse en una agudización de la represión ya existente, particularmente en territorios mapuches. Parecemos olvidar también de que las Fuerzas Armadas y Carabineros disponen de total autonomía operativa de acuerdo a la Constitución y a la Ley Orgánica Constitucional de las Fuerzas Armadas y Carabineros impuestas por la dictadura y legitimadas posteriormente por la Concertación.

Autonomía que fue reconocida por varios dirigentes opositores cuando en 2018 se generó un debate a raíz de los montajes de Carabineros en la Operación Huracán y de la profusa corrupción en altos mandos del Ejército y de Carabineros. En sendas entrevistas a CNN Chile, tanto el diputado (de Revolución Democrática, y miembro de la Comisión de Defensa de la Cámara) Jorge Brito, el senador independiente (y miembro de la Comisión de Defensa del Senado) Carlos Bianchi, el ex subsecretario general de Gobierno de Lagos (y ex DC) Jorge Navarrete Poblete y el senador (y ex ministro PS) José Miguel Insulza reconocieron dicha autonomía. Especialmente descarnado fue Insulza (recordemos, figura clave como canciller de Frei Ruiz-Tagle en los esfuerzos gubernativos exitosos para impedir la condena de Pinochet en Europa; y luego aquí en Chile como ministro del Interior de Lagos), quien señaló que “desde 1990 las Fuerzas Armadas y Carabineros se mandan solas”. Y autonomía que llevó por un lado a Carabineros a emplear discrecionalmente durante la revuelta de 2019 el bárbaro método que mutiló ocularmente a centenares de personas. Y que, por otro lado, llevó al Ejército a mostrar una gran moderación represiva (¿efecto de la gran cantidad de oficiales condenados en Punta Peuco?) e incluso a mofarse del Presidente cuando éste enarboló la peregrina idea de que el país estaba en guerra…

Además, algunas voces opositoras han levantado un insólito espantajo respecto de que Kast podría terminar con la Convención Constitucional. Ello sería abiertamente inconstitucional y tendría la misma gravedad de un autogolpe de Estado, lo que se convertiría en una locura que contaría evidentemente con el rechazo de la derecha económica nacional y extranjera; de las propias Fuerzas Armadas y de la comunidad internacional; para no hablar de la legitimación que ello haría de una verdadera insurrección popular…

Por otro lado, se exacerba indebidamente la esperanza de unos, o el temor de otros, con lo que pueda significar una Presidencia de Boric. Parecemos olvidar el insólito vuelco experimentado por aquel –y por la mayoría del Frente Amplio– cuando el 15 de noviembre de 2019 se subordinó a la derecha y a la ex Concertación (haciéndolo incluso a título personal y provocando el quiebre de su propio partido) en la suscripción de un acuerdo que, a todo evento, impedía el establecimiento de una asamblea constituyente que pudiese aprobar por mayoría una nueva Constitución, al estipular para toda opción en el plebiscito de 2020 la “aprobación” (dado el revelador silencio de todos sobre la materia, la gran mayoría que votó no pudo tener siquiera conciencia de lo que ello significaba) del antidemocrático quórum de dos tercios. Y teniendo en cuenta que todas las elecciones previas desde 1989 apuntaban a que la derecha tradicional lograría fácilmente el tercio… lo que sorprendentemente no obtuvo en la elección de convencionales (aunque sí, y lejos, en la reciente elección).

Y fue un vuelco tan significativo que permitió que El Mercurio “le abriese sus puertas” y que junto con la derecha le “perdonasen” actitudes muy radicales como los saludos funerarios al “comandante”; los fervientes apoyos a Maduro; su sonriente exposición con la polera del rostro acribillado de Jaime Guzmán; y su insólito viaje a Paris a entrevistarse con uno de los asesinos del líder gremialista.

También, hemos visto luego de la primera vuelta el evidente afán de Boric de “ocultar” lo más posible al PC y a Daniel Jadue; un frenético afán de “demostrar” que él es mucho más moderado de lo que la derecha y los grandes medios hegemónicos lo están presentando; y una insistente disposición a modificar su programa que ya no tiene nada de “revolucionario”. A su vez, también puede decirse que no hay tampoco un verdadero miedo de la derecha a un triunfo de Boric. Si ese hubiese sido el caso, habría recurrido al expediente de apoyar en primera vuelta a Yasna Provoste, como lo hizo en 1964 incondicionalmente con un candidato como Eduardo Frei que incluso postulaba una “revolución en libertad”; y que señaló, en este sentido, que no estaba dispuesto “a cambiar una coma de su programa ni por un millón de votos”. Lo que llevó a cabo particularmente con la Reforma Agraria, suscitándole los odios de la derecha al PDC y su total renuencia en 1970 a apoyar a Tomic, arriesgándose a que saliese Allende, pese a que lo seguía temiendo completamente.

Más todavía cuando Provoste, producto de haber sido ministra de Lagos, proporcionaba la “garantía” de ser una de las suscriptoras de la actual Constitución. Y, además, que siendo ministra de Educación de Bachelet había concelebrado –tomándose sus manos en alto– con los líderes de la derecha cuando en conjunto legitimaron la LOCE (Ley Orgánica Constitucional de Educación) impuesta por Pinochet, aprobando una muy similar LGE (Ley General de Educación).

Nos olvidamos también que en varias elecciones presidenciales o plebiscitos la derecha ha “mostrado” un miedo que efectivamente no ha tenido. Así fue hace poco más de cien años con Arturo Alessandri a quien motejó nada menos que como el “Lenin chileno”… O cuando en 1938 buscó aterrorizar grotescamente con la guerra civil española en contra de la candidatura del Frente Popular, encabezada por el radical de su ala derechista, Pedro Aguirre Cerda. O cuando en 1988 buscó amedrentar a los ya atemorizados “súbditos” de la dictadura con la ridícula idea de que la derrota de Pinochet significaría el “caos”.

Pero sí: en la segunda vuelta se plantea un dilema ético de grandes proporciones. Este es de que –independientemente de que no puede lograr una legislación en tal sentido– la candidatura de Kast constituye un total agravio a la mujer chilena y a sus derechos, más aún cuando se ha sabido que su candidato “estrella” (¡y electo diputado!) del más emblemático distrito de la Región Metropolitana, Johannes Kaiser, ha proferido públicamente un repulsivo elogio a quienes violan mujeres, además de un abierto desprecio del voto femenino. Sería una infinita vergüenza y descalabro nacional que –sabiéndose ello– llegase Kast a ser Presidente.

Por si lo anterior fuese poco, Kast ha demostrado varias veces su apoyo a los criminales de lesa humanidad condenados en Punta Peuco (particularmente a Krassnoff Martchenko), siendo ovacionado las veces que allí ha concurrido. Y Kaiser ha reforzado lo anterior justificando los horrorosos crímenes cometidos por la dictadura en Pisagua, luego del Golpe. De este modo, sería casi seguro que –usando las irrestrictas facultades presidenciales en la materia (que tanto Chile como muchos otros países tienen como resabio monárquico)– procediese a indultarlos. Esto desmontaría el único triunfo a favor de la justicia obtenido por la lucha de años de las agrupaciones y organizaciones de derechos humanos en contra de la sistemática búsqueda de impunidad de los gobiernos concertacionistas (particularmente en contra del proyecto de ley Aylwin de 1993; el proyecto de ley Frei y el acuerdo Figueroa-Otero de 1995; y el proyecto de ley de inmunidad de Lagos de 2003). Si hasta el propio Lagos fue capaz de indultar al asesino que degolló a Tucapel Jiménez, ¡de qué no sería capaz Kast al respecto!...

Todo esto convierte en imperativo ético el voto en segunda vuelta a favor de Boric, independiente de cualquier otra consideración. Y aunque factores objetivos y subjetivos lleven a no generarse ilusiones de que su triunfo vaya a traer cambios relevantes en nuestro país. Lo que sí podría tener un gran impacto positivo para el futuro de Chile es que, en la Convención Constitucional, el FA y el “Colectivo Socialista” reviertan su subordinación del 15 de noviembre de 2019. Y que aprovechen democráticamente que la derecha no obtuvo el veto del tercio, para sumarse a la mayoría de convencionales de izquierda en la obtención de una nueva Constitución que siente las bases para sustituir el “modelo chileno” impuesto por la dictadura, y posteriormente legitimado y consolidado por la Concertación.