Sichel y Gepetto

 Sichel y Gepetto

Por: Cristián Zúñiga | 03.10.2021
El candidato Sichel (al igual que el ex candidato Golborne) ha quedado atrapado en una avalancha provocada por el mismo. Una avalancha que suele visitar a los inexpertos de la política: esos que buscan llegar a la cima en el menor tiempo posible, buscando los atajos que sean necesarios, subvalorando el poder de los enemigos y creyendo que están ahí gracias a sus exclusivos méritos. Todo indica que, una vez más, Piñera, cual Gepetto perverso, quedará con otro muñeco a medio terminar: uno que prontamente, inservible, será lanzado al piso de aquel desordenado taller en el que el tío rico jugaba a ser político.

El año 2009 Sebastián Sichel tenía otro apellido cuando postulaba su candidatura a diputado por la Democracia Cristiana: su nombre era Sebastián Iglesias y era apoyado por emblemáticas figuras de la falange, como Claudio Orrego, Soledad Alvear y Frei Ruiz-Tagle. Por ese entonces, el señor Iglesias también se develaba como un furioso opositor al primer gobierno de Piñera, tanto así que el 13 de junio de 2010 escribiría en su cuenta de twitter el comentario: “Piñera vale callampa”. Bueno, hasta ese entonces podía entenderse la rabia que un ex funcionario del primer gobierno de Bachelet (Sebastián Iglesias fue funcionario de Sernatur y del Ministerio de Economía) podía sentir hacia una derecha que llegaba al poder amenazando “sacar la grasa del Estado”. Una vez constituido el nuevo (y fugaz) conglomerado de la Nueva Mayoría, Sebastián Sichel (ya había dejado atrás el apellido otorgado por su padrastro) quebraría con Claudio Orrego, uno de sus padrinos políticos, y renunciaría a la DC para sumarse al movimiento de Andrés Velasco (Fuerza Pública). Luego, fue parte del partido Ciudadanos, fundado por el empresario Juan José Santa Cruz (quien hasta hoy es uno de sus incondicionales), con quien luego deciden dar un paso a la derecha y se suman a la campaña presidencial de Piñera el año 2017. Cuando asumió Piñera su segundo gobierno, nombró a Sichel como vicepresidente de Corfo y en junio de 2019 lo designó como ministro de Desarrollo Social. En junio de 2020, pese a ser uno de los mejor evaluados ministros del alicaído gobierno post estallido, Piñera sacó a Sichel de Desarrollo Social y lo nombró presidente del Banco Estado. Sichel dijo haber votado Apruebo en el plebiscito del 25 de octubre y en diciembre de 2020 renunció al Banco Estado para asumir su candidatura presidencial. Su primer eslogan de campaña fue “Se puede”, mismo con el que daría el gran batatazo en la primaria de Chile Vamos, donde superaría al emblemático Joaquín Lavín y se constituiría en la carta presidencial de la UDI y RN.

No cabe duda que la vertiginosa carrera de Sichel podría inspirar a algún guionista de Netflix, pues se trata de un personaje que logró revertir una difícil historia de infancia, pudo abrirse camino en medio del peligroso mundo de la política profesional y, en base a sus méritos personales, fue capaz de ocupar importantes cargos en los gobiernos de Bachelet y Piñera, para luego encumbrarse como candidato a la Presidencia de Chile. Lo que en el siglo XX le tomaba varias décadas a un político (ese largo camino de funcionario, político y autoridad que recién en la ancianidad llegaba para premiar con una candidatura presidencial) Sichel lo lograría en tan sólo 12 años.  Qué duda cabe: es una historia que podría funcionar como coaching motivacional para los amantes del ideal de la meritocracia. Sin embargo, el ideal de la meritocracia fue uno más de los relatos que llegarían con fecha de vencimiento al gran mall del capitalismo tardo moderno. Michel Sandel, en su libro La tiranía del mérito, plantea que uno de los principales malestares de la sociedad actual radica en la sensación de estafa que fue generando la promesa del ascenso social en base a la pura eficiencia económica. Esto es algo que Piñera y su proyecto (o no-proyecto) político deberían tener más que claro, pues este fenómeno cultural ha sido el gran talón de Aquiles de sus gobiernos.

Pero no es primera vez que Piñera intenta instalar en la derecha a un candidato presidencial (a quien dejar la posta) desde un diagnóstico erróneo. El año 2013 presentaría (junto a su primo Chadwick) a Laurence Golborne, usando similar estrategia que con Sichel, es decir, ubicando a uno de sus ministros mejor evaluados, sin militancia política y con una trayectoria de vida meritocrática. Recordemos que al poco tiempo de lanzada la candidatura de Golborne se conocerían hechos de su vida privada que terminarían sepultando su aventura presidencial y motivando su renuncia a la política: Laurence aparecía vinculado a los cobros unilaterales realizados por Cencosud y era parte de una empresa con inversión en un país de aquellos denominados paraísos fiscales.  Son muy parecidos los perfiles de Golborne y Sichel y es probable que sus desenlaces también lo sean.

Y es que al igual que Golborne contaba, una y otra vez, historias sobre su infancia transcurrida en la comuna de Maipú, el candidato Sichel, desde un comienzo de la campaña, ha puesto por delante su biografía personal como una especie de escudo para evadir importantes asuntos políticos (como explicar su postura sobre el aborto o los migrantes). Es así que nos enteramos de sus problemas de infancia, cuando en un programa televisivo de conversación y cocina, los expuso como si se tratara de una terapia con el psicólogo. Sabido es que, para quienes aspiran a llegar a la Presidencia de un país, los asuntos privados, aparecen como un preciado botín para el periodismo que ejerce el contrapoder en pos de advertir al votante sobre posibles delitos, enfermedades, vicios o peligrosos secretos que pudiera esconder el candidato que aspira a conducir el Estado. Pero en este caso los asuntos privados fueron expuestos por la TV (en horario Premium) para sacar rendimiento político, aun cuando se trata de un drama que afecta a muchas familias chilenas (violencia, abandono, enfermedades psiquiátricas).

Ahora Sichel aparece molesto por una entrevista en la que su padrastro aparece desmintiendo casi todo lo afirmado por el candidato respecto a sus padecimientos de infancia. Es un asunto demasiado fuerte, pero fue el mismo Sichel quien lo puso como recurso político, al igual que cuando le enrostró a Boric su “falta de trayectoria vital” por no tener hijos. Y esto aparece justo en una semana donde Sichel ya había tenido que salir a dar explicaciones por otro error propio: reconocer que hizo retiro de su 10% (el error de no considerar que en algún momento alguien se lo preguntaría).

El candidato Sichel (al igual que el ex candidato Golborne) ha quedado atrapado en una avalancha provocada por el mismo. Una avalancha que suele visitar a los inexpertos de la política: esos que buscan llegar a la cima en el menor tiempo posible, buscando los atajos que sean necesarios, subvalorando el poder de los enemigos y creyendo que están ahí gracias a sus exclusivos méritos. Todo indica que, una vez más, Piñera, cual Gepetto perverso, quedará con otro muñeco a medio terminar: uno que prontamente, inservible, será lanzado al piso de aquel desordenado taller en el que el tío rico jugaba a ser político.