Un ataque "importado" a la Convención Constitucional
La Convención Constitucional ha traído consigo un profundo cambio de paradigma. Por primera vez en la historia de Chile, la ciudadanía se pronunció abrumadoramente (80/20) a favor de generar una nueva Constitución por medio de un organismo ad hoc, eligiendo democráticamente a los constituyentes y excluyendo a los parlamentarios. Adicionalmente, la elección se realizó con paridad de género y con escaños reservados para los pueblos originarios.
La reacción no se hizo esperar: se ha desatado una colosal campaña, emprendida por la oligarquía y el imperio, en que se están empleando todas las formas de aniquilación: la mentira, las fake news, la calumnia, los ataques verbales y físicos contra convencionales, las embestidas exquisitamente orquestadas en las redes sociales y el escándalo ante cualquier suceso que, en otros ámbitos (el gobierno, el Parlamento, el poder judicial, el empresariado, las Fuerzas Armadas y de Orden, etc.), pasaría inadvertido para los grandes medios de comunicación y en especial para la televisión abierta.
Los poderes fácticos han decidido que una nueva Constitución podría serles desfavorable e intentan jugarse porque no llegue a ver la luz. Las fuerzas del Rechazo, fuertemente derrotadas en el plebiscito de entrada, sueñan con salir victoriosas en el de salida. La derecha chilena no ha sido capaz de dar sustento teórico ni ético a su postura de rechazo al proceso constituyente y uno de sus manotazos ha consistido en traernos intelectuales (o pseudo intelectuales) extranjeros a convencernos de que estamos haciéndolo todo mal, tratando de capitalizar sobre el descontento generalizado en la sociedad.
David Rieff y las culturas “woke” y “anti-woke”
Al respecto, una entrevista en El Mercurio (10 de septiembre de 2021) llamó mi atención. El entrevistado es David Rieff, hijo de Susan Sontag, connotada intelectual norteamericana (escritora, cineasta, filósofa, maestra y activista política, conocida como “la dama oscura” de la cultura norteamericana) que hizo su principal aporte en derechos humanos e ideología izquierdista. A poco andar, resulta evidente que Rieff no siguió los pasos de su madre (ni tenía obligación de hacerlo) y es claramente un conservador de aquellos que declaran no ser de derecha ni de izquierda… ¿sino todo lo contrario? El hombre es un preocupado de nuestra Convención Constitucional y de los temas que en ella están en discusión. Visita Chile y confiesa entre sus contactos criollos al convencional Patricio Fernández y al escritor Arturo Fontaine. Uno de sus ámbitos de interés teórico es la cultura woke, término que utiliza en su crítica de los debates en la Convención. Woke es un sinónimo de woken (participio del verbo to wake: despertar) y también del adjetivo awake: despierto. Se originó en la cultura negra de los EE.UU. entre los años 30 y 40 del siglo pasado y originalmente significó “conciencia del prejuicio racial y la discriminación”. En 2012-2014 tuvo un renacer en el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan).
Woke se ha utilizado para describir movimientos izquierdistas e ideología académica relacionada con la “teoría crítica sobre la raza” con el objeto de promover la justicia social para sectores de la población que sufren de dicha forma de discriminación. Esto ha ocurrido fundamentalmente en países de habla inglesa. El pecado original de lo woke fue y sigue siendo el elitismo. Su discurso central ha sido desarrollado en centros académicos de gran prestigio y su lenguaje a menudo ha sido hiper especializado al punto de convertirse en incomprensible para la inmensa mayoría de aquellos a quienes pretende representar (ver, por ejemplo, Barr, 2018, en www.ethikapolitika.org). La dominación woke de las esferas académicas y políticas superiores en los EE.UU., y lo que se vio como una tendencia a censurar la expresión de ideas contrarias, condujo en 2020 a críticas tanto desde la derecha como desde la izquierda. Como consecuencia, surgió la reacción anti-woke y el término woke comenzó a ser utilizado por intelectuales de centro y de derecha de manera irónica e incluso como un insulto dirigido a movimientos e ideologías izquierdistas a los que se acusaba de fanatismo o de hiper sensibilidad.
Rieff y su elogio del olvido
“Todo será olvidado”, afirma David Rieff en su libro Elogio del olvido (2017), oponiéndose a la bien conocida frase de George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a repetirlo”. Y agrega: “No existe la memoria colectiva, sólo la individual (…) (La colectiva) ha conducido con demasiada frecuencia a la guerra más que a la paz, al rencor y al resentimiento más que a la reconciliación y a la determinación de vengarse en lugar de comprometerse en la ardua tarea del perdón (…) Si tengo que elegir, prefiero la paz a la justicia”. Su argumentación continúa: “Si hablamos de genocidio, decir ‘nunca más’ nunca ha impedido nada. La memoria del Holocausto no impidió el genocidio en Uganda. Y lo de Ruanda no impidió el de Siria. (…) No aprendemos mucho de la historia. En ese sentido estoy en desacuerdo absoluto con el movimiento de los derechos humanos. (…) Creo que esta idea de la memoria colectiva es una anti política, una manera de no enfrentarse con un debate serio. Y para mí es un error enorme”.
Una mirada “anti-woke” a la Convención Constitucional
En su entrevista en El Mercurio, Rieff revela liviandad y desconocimiento de la situación chilena y califica de woke aquellas posturas que no comparte en el debate de la Convención Constitucional. A propósito de la memoria y de la importancia que el análisis del pasado ha tenido en la Convención, afirma que “el olvido puede ser una opción razonable”. Esta opinión sin duda tendría el respaldo unánime de la oligarquía, la extrema derecha y todos los violadores de derechos humanos y justificadores de crímenes ocurridos desde mucho antes de 1973 y hasta hoy. Da la impresión que Rieff ya encontró un entusiasta discípulo en Sebastián Sichel. La idea de que hay que superar el pasado y mirar sólo hacia adelante ha sido, en Chile, una constante en el ideario derechista y ultra derechista.
La falta de interés y confeso desacuerdo de Rieff con el movimiento por los derechos humanos pareciera querer ignorar que lo más posible es que en la Convención haya una gran mayoría a favor de que el Estado chileno ratifique o suscriba los convenios y protocolos internacionales sobre derechos humanos para elevarlos a rango constitucional, lo que obligaría en el futuro a todos los gobiernos del país a respetarlos. No basta con mirar hacia otro lado para que estos demonios desaparezcan.
En relación al protagonismo de los pueblos originarios en la Convención Constitucional, Rieff se muestra totalmente ignorante del gran paso adelante que implican tanto la participación de las primeras naciones en la gestación de la Carta Magna como la elección de Elisa Loncon en el rol de presidenta de la Convención. Esto cobra especial trascendencia en un país cuya cultura oficial ha estado, por siglos, plagada de racismo y clasismo. Por otra parte, su torpe displicencia ante el feminismo refleja su total desconocimiento de que el patriarcado chorrea sangre, y de que la lucha en su contra constituye el más importante flujo civilizatorio del presente.
La presencia de Rieff en Chile en las actuales circunstancias históricas no es casual. Alguien paga por sus viajes, por sus charlas en varias universidades, por sus encuentros con diversos personajes y le da tribuna en una larga entrevista en un importante medio nacional. Seguro que habrá nuevas visitas y mayor difusión de sus ideas. Para eso, la plata sobra. Por ello, me resulta obvio que el compuesto señor Rieff se sintió muy molesto con la reciente exhibición de La batalla de Chile, de Patricio Guzmán, en el canal La Red, que rompió 45 años de censura en los medios chilenos y expuso ante el gran público hechos que él recomienda olvidar.
Acaso una manera de constatar la irrelevancia final de la participación de Rieff, y otros como él, en el debate acerca de la Convención Constitucional consista en advertir que un plebiscito de salida es, a fin de cuentas, una consulta popular: pueden votar en él los millones que salieron a las calles en octubre y noviembre de 2019 a protestar contra la desigualdad, el abuso, la corrupción, y un sistema inhumano que está estructurado en beneficio del 0,001% superior de ingresos. A estos pueden sumarse los sectores que sufrieron en mayor medida, con sus vidas, su salud y su modesto patrimonio, los efectos de la pandemia. Todo el dinero y la sofisticación discursiva del mundo pueden ser insuficientes para birlarnos una pequeña victoria en nuestra larga marcha hacia un Chile más digno.