Sí, es cierto: Sichel es un peligro para la democracia
La conmemoración de los 48 años del golpe cívico-militar, los 51 años del triunfo de la Unidad Popular y el Día Internacional del Detenido Desaparecido, se han desarrollado innumerables actividades y homenajes nacionales e internacionales, pero sobre todo miles y miles de actos de memoria organizados y realizados en las calles y territorios de nuestro país. En cada uno de ellos, la memoria de la tragedia de la dictadura pinochetista se ha entrelazado y fundido con las sistemáticas y masivas violaciones de derechos humanos desatadas por el gobierno de Sebastián Piñera, desde la revuelta popular del 18 de octubre de 2019.
Y no podría ser de otra manera. Nuestra historia reciente ha vuelto aún más clara que la lucha, la movilización, la exigencia de juicio, castigo y reparación que encabezaron las agrupaciones de familiares de víctimas de la dictadura superaba con creces los marcos a los que los negacionistas intentaron limitarla y era, sobre todo, una tarea de futuro, para garantizar la “no repetición de la violencia estatal” y el terrorismo de Estado en nuestra patria.
La crisis de derechos humanos que Chile vive, desde el año 2019, ha expuesto de la forma más cruda el fracaso de la transición pactada de los años 90 y su continuidad, la política de los acuerdos, así como de los pactos de silencio y del derecho a veto que se garantizó a la derecha política y económica que fue cómplice de la dictadura. Asimismo, ha expuesto la incapacidad de la institucionalidad vigente para impedir la repetición de los crímenes de lesa humanidad y la persecución desde el Estado de la expresión legítima de manifestación y movilización popular, como derechos inalienables de una democracia plena.
Este es el contexto en que, en las últimas semanas, he criticado y denunciado las intervenciones públicas del candidato de la derecha, Sebastián Sichel, porque no se trata únicamente de expresiones que agravian nuestra memoria histórica, sino principalmente porque, en perspectiva del futuro del país, exponen una completa incomprensión del valor fundamental del respeto a los derechos humanos en una sociedad democrática y replican los discursos negacionistas, responsables de la trágica repetición de la violencia estatal que hemos sufrido.
Lo cierto es que el hoy candidato presidencial Sichel ha eludido pronunciarse sobre la responsabilidad que cabe a Sebastián Piñera y a cada uno/a de quienes, como él, han sido parte de su gobierno en la sistemática violación de derechos humanos gatillada como respuesta al estallido social. Su documento redactado con motivo del 11 de septiembre es una muestra más del mínimo valor que le otorga a los derechos humanos.
Sea por conveniencia electoral, en su disputa con la ultraderecha, sea por falta de convicción personal o subordinación a la derecha económica y política que respalda su aspiración presidencial, Sebastián Sichel ha cerrado filas con los negacionistas. Y desde esa posición emana su comprensión de los derechos humanos "como excusa" para impedir el control del orden público. Desde esa posición, deslindando de forma absurda responsabilidades por su distancia "generacional", replica la añeja amenaza de la transición de "cuidar nuestra democracia" y "que no nos quedemos mirando al pasado". En cualquier país democrático estas expresiones lo inhabilitarían como candidato presidencial.
Y es por ello que, desde la memoria y el presente doloroso de nuestra patria, pero por sobre todo proyectando las esperanzas que la abrumadora mayoría de nuestro pueblo ha cifrado en el proceso constituyente y en la urgencia de transformaciones políticas, económicas y sociales, seguiremos confrontando, denunciando y repudiando a quienes avalen, justifiquen o amparen los crímenes de lesa humanidad y las violaciones sistemáticas y masivas de derechos humanos que impiden el desarrollo y el bienestar del pueblo chileno.
Como decía mi madre, la activista de los derechos humanos Sola Sierra: “Verdad total y justicia plena, nada más, pero nunca nada menos”. Y ahora le agrego: verdad total, justicia plena, hasta que la dignidad se haga costumbre.