¿Cuándo es el mejor momento para iniciar una reactivación económica socio-ecológica?
No hay duda que la pandemia ha dado un fuerte golpe en la economía nacional, especialmente afectando en materia laboral a los que menos tienen y a las PYMES. Ha sido tal el impacto, el que no tiene precedentes, que se ha proyectado un retroceso económico igual a las condiciones laborales y económicas de 20 años atrás, destacando un millón de nuevos pobres como consecuencias de las políticas económicas y laborales del gobierno, todo esto bajo un criticado manejo de la economía bajo el contexto de COVID-19. Uno de los principales indicadores de esta situación es el hecho de que la ayuda no está llegando a los más vulnerables, y la idea de un cuarto retiro de los ahorro previsionales es la principal medida para darle un respiro a la gran mayoría de chilenos y chilenas que hoy necesitan que la economía se reactive. No obstante, hacerlo bajo los mismos principios y estrategias conocidas, no es la mejor idea ni el ideal de cómo debemos asegurar nuestro futuro.
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Ya se han celebrado, con algo de pillería eso sí, anuncios de reactivación económica como el que la economía creció en un 18% en el mes de mayo, en comparación con igual fecha del año pasado, es fácil decirlo después de una gran depresión económica como la del 2020 y que este fue el resultado de los retiros y fondos de emergencia, o que la desocupación bajó en 4,2 puntos, mientras el desempleo se mantuvo en un 8,9% en el mes de Julio. No obstante, esto permite decir que ya se ven señales de que la economía se está reactivando, al mismo tiempo, no vemos que esta reactivación esté basada en la idea de proyectar un futuro con una nueva mirada, lo que se traduce en comprender los procesos productivos, sociales y económicos desde una manera totalmente distinta, que asegure una reactivación socioecológica sustentable y nos permita transitar de manera justa y equitativa hacia un nuevo modelo económico, a pesar de haberse anunciado por este gobierno que la reactivación sería sustentable en 2020, no hay evidencia concreta de eso.
El año pasado vimos como el modelo productivo y económico neoliberal incrementó los impactos de la pandemia al ofrecer respuestas basado en la política del sálvese solo, con sus propios seguros y ahorros. Esto afectó con fuerza a las clases populares y grupos de especial protección, y abrió la puerta para considerar que todo nuevo proyecto de inversión se celebre por ser parte de la esperada reactivación. Esto parece suceder sin detenernos, aunque sea por un segundo, a preguntarnos cómo podríamos salir de esta situación, pero por sobre todo quizás cuestionarnos si esta era una lección que podemos aprender y ser capaces de poner sobre la mesa una discusión en serio sobre una reactivación económica sustentable que ponga en primer lugar el bienestar de las personas y el resguardo de los bienes comunes, dejando atrás esa política de crecer aunque signifique sacrificio, que durante medio siglo se le transmitió a la ciudadanía en función del progreso, en una suerte de un todo vale.
Claramente es lamentable que llegáramos al punto donde nos encontramos hoy para recién plantear dicha posibilidad. Aunque aquellos puntos se han levantado durante décadas desde los movimientos sociales y ambientales del país que han acusado de manera sistemática los golpes del modelo productivo extractivista y agroexportador. Lo importante es que hoy existe una real y concreta posibilidad de enfrentar la reactivación económica basado en las capacidades que tenga el país de pensar un nuevo modelo de desarrollo, no solo por voluntad del actual gobierno y el sector privado, sino que también considerando lo que tendrá que decir la Convención Constitucional.
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Farrearse esa posibilidad como resultado del frenesí por un crecimiento económico basado en el mismo ideal de tener números azules en la economía está a la vuelta de la esquina. El espejismo del exitismo planteado por el presidente basado en los anuncios mencionados y una inflación del 3,7% dentro de los rangos aceptados por el Banco Central, contrasta fuertemente con los complejos desafíos fiscales que presentó CEPAL especialmente para Chile, en el que señaló que los ingresos totales el año 2020 cayeron 1,8 % del PIB comparado con 2019 y la deuda pública aumento de un 27,9% del PIB en 2019, a un 32,5% del PIB a 2020.
Existe un gran riesgo de perder de vista la oportunidad de reactivar la economía de una manera armónica con el medio ambiente y la sociedad. Esto porque nuevamente la lógica de recuperación no incluyen ni posicionan a las personas y menos a la naturaleza como eje central del modelo de reactivación, la necesidad constante de plantear un “retorno a la normalidad”, asumiendo a priori que lo correcto es lo anterior a la pandemia sin un ápice de cuestionamiento que fue aquello lo que nos condujo a la agudización de la situación crítica en contexto de COVID-19.
Dentro de este esfuerzo de reactivación, hay que comprender que aquí no hay nada que salvar, sino más bien comenzar a abandonar para transformar y proyectar una transición justa y sustentable hacia un nuevo modelo que genere los mecanismos de resiliencia y adaptación social frente a la situación de la triple crisis que nos vemos enfrentados hoy.
El mejor momento para iniciar una reactivación socioecológica era ayer, pero eso no significa que no podamos comenzar hoy. La macroeconomía no puede ser capaz de subordinar al resto de la sociedad desnaturalizando el respeto a la vida y el resguardo de nuestros bienes comunes naturales. Pero esto no llegará solo, debemos identificar, planificar y operativizar los cambios necesarios hoy, para evitar perder quizás la única posibilidad de construir una sociedad distinta que nos permita enfrentar la crisis social, económica y climática.