PERFIL| Mario Calderón: La décima de un joven cantor a lo poeta
Un par de caballos imponentes se asomaban calle arriba. Arriba del primero, un joven de veintitantos años vestía unos jeans desgastados y una camiseta –después me enteraría– del Tricolor, el histórico club de fútbol de la zona. Frente a él, su compañero dio un salto y montó al segundo animal mientras tiraba las riendas para controlarlo. Una manta plomiza lo abrigaba del incipiente anochecer y su chupalla de paja dejaba entrever su cabello blanco que contrastaba con el pelaje de la montura.
La escena fácilmente podría ubicarse en un pueblo de la zona sur de Chile, pero ocurre en la Región Metropolitana.
–Buenas tardes. Ando buscando la casa de los Calderón. ¿Sabrá dónde viven? –le pregunté al de más edad.
–Buenas tardes ñor’. ¿El que canta?
***
El nombre Mario Calderón Salas viene con muchos apellidos. Cantante, director musical, cultor, huaso, cantor.
Nació y creció en Champa, uno de los últimos pueblos antes de llegar a Angostura y cruzar hacia la región de O'Higgins. Perteneciente a la comuna de Paine y ubicado a 54 kilómetros de Santiago, este lugar forma parte de esas extrañas localidades que parecen congeladas en el tiempo pese a su cercanía con la urbanizada metrópolis capitalina.
Aquí las carretas tiradas por caballos no son turísticas sino que llevan verduras o materiales de construcción, las tradiciones religiosas aún forma parte central de su cosmovisión, la gente no se disfraza con mantas y espuelas, se visten así por costumbre, y oficios como el herrero y la componedora de huesos, quienes coexisten con mecánicos automotrices y centros médicos. Entre esos trabajos se encuentra el de Calderón. Un cantor a lo poeta que narra del presente y del pasado, de lo cotidiano y lo divino, de su historia y la de todos.
Siendo una de las expresiones orales-literarias más antiguas de la cultura popular chilena, el canto a lo poeta se vale de la décima para “hablar de temas mundanos, amor, desamor, tristeza y actualidad, en el canto a lo humano, o con una connotación religiosa en el caso del canto a lo divino”, explica el académico de la Universidad Mayor, Hernán Solís.
Con 35 años, Mario Calderón es de los exponentes más jóvenes en la zona. Sus amigos le dicen Cabezón, cuando nos encontramos en la calle Las Camelias entendí el porqué. Un rostro cuadrado y pelo corto me daban la bienvenida conduciéndome a un cuarto que él mismo construyó por sobre su hogar. Mismas manos que armaron la casa en el árbol que hizo para sus hijos y que, de forma casi poética, se miraban una a la otra.
“El que se pone gil lo paramos altiro”
–Aquí es donde me vengo a esconder –me dijo mientras subíamos una empinada escalera y una gata se colaba entre sus piernas–. Cuidado con la Linda. Pensamos que era macho y cuando quedó embarazada, el Vicente, mi hijo, le puso Linda Sorpresa –cuenta riéndose.
El primer olor con el que choqué nada más puse un pie en la habitación fue el del cuero natural. Las paredes y muebles estaban decoradas por premios, panderos, trutrucas, credenciales de festivales y chupallas, y un escritorio lleno de cinturones y aperos daba de frente a una ventana. La imagen en las mañanas debe ser envidiable. Un campo abierto e inmenso se abre de oeste a este mucho más allá de la vista, flanqueado por una hilera de árboles que limitan el terreno hacia el norte. Y es aquí, con esta vista, desde donde surge la inspiración para las décimas que crea y luego canta.
–Siempre estuve ligado al folclore, incluso fui director musical de varias agrupaciones, pero cuando uno empieza en esto no hace la diferencia entre una proyección y una expresión folclóricas. Por ejemplo, Cantares de Paine o Los Chacareros son proyección folclórica. Ellos a lo mejor no hacen la diferencia y quizás más adelante la van a entender. Yo aparentemente, porque tampoco estoy tan seguro, la entendí antes y en vez de ser intérprete de algo, soy un cultor de algo. Me metí en el mundo, aprendí a tocar guitarrón y guitarra traspuesta, a escribir la décima, a crear y a conocer los versos antiguos. Pero para hacerme un cultor, no un intérprete.
Ballets folclóricos, agrupaciones comunales y conjuntos escolares universitarios son algunos de los ejemplos que pululan en forma de proyecciones folclóricas, entendidas como una “difusión folklórica con sus diversas alternativas de temática y de procedimientos comunicativos y mostrativos”, según el investigador Manuel Dannemann, y donde las expresiones artísticas se dan en espacios distintos a los que originalmente nacieron.
Por eso Mario tiene cuadernos llenos de décimas que hablan de sus malestares personales y sociales, pero también de las decisiones que algún político tomó con fecha y nombre, porque su trabajo es, cual juglar del siglo XXI, hablar sobre lo que piensa y cree su comunidad.
La inevitable pregunta que nace cada vez que la tradición se enfrenta a la modernidad se hizo presente aquí, tal como cuando vimos desfilar a esa diversa y bella fila de constituyentes vestidos con sus ropas tradicionales. Aquella tarde de domingo, también apareció el electo hijo del ministro Alfredo Moreno vestido de huaso “tradicional”, lo que en redes sociales fue comentado en relación con el estereotipo del huaso "de derecha".
–¿Cómo convive este mundo rural con lo moderno, especialmente cuando existe esta idea de que lo rural es sinónimo de terrateniente, de patrón de fundo?
–Son prejuicios nomás. Yo siempre he sido de izquierda, pero no partidista. A los 14 años ya había leído El manifiesto, así que estoy lejos de ser como esa caricatura. Es cierto que hay historias realmente horribles sobre el machismo y la violencia en el campo, así que encuentro muy válido que la gente se sienta pasada a llevar con el tema. Mi papá fue tremendamente violento y alcohólico. Yo no tomo ni copete. Se utilizan estereotipos antiguos para meternos a todos, y no es na’ así po’. Aquí no hay ningún cuico terrateniente ni pesado, y el que se pone gil lo paramos altiro. Y, ¿cómo hacemos para sacar esa idea? En eso estamos tratando de aportar nosotros.
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El último sábado del quinto mes –desde hace casi 200 años– se le canta a la Cruz de Mayo, una de las actividades religiosas más importantes de la zona. Y el tiempo de pandemia no fue la excepción.
Entrando de uno en uno, cuatro cantores y dos cantoras hacían su ingreso a la capilla de la antigua Hacienda Aculeo para, por primera vez en su historia, grabar la festividad y luego compartirlo a la comunidad desde la iglesia que servía como lugar de oración para el inmenso fundo que componía lo que hoy conocemos como Champa y todos los pueblos hacia el oeste.
Ninguno ni ninguna lleva el típico traje de huaso que vemos cada septiembre. Mantas, abrigos y la chupalla de paja que queda a un lado por respeto a sus creencias son su vestimenta para la ocasión.
–Uno no se disfraza de algo, o no personifica algo, sino que se viste nomás. Yo sé que ellos se sienten identificados conmigo y mejor aún, se sienten bien representados. No hago las cosas porque quiera ser algo o alguien, sino que yo represento a un grupo determinado y a una cultura determinada –comenta cuando le pregunto por sus vestimentas.
María Antonieta Contreras tiene doble militancia. Es socióloga y Magíster en Arte, Pensamiento y Cultura Latinoamericana, pero además es payadora, o en otras palabras quien usa la décima en duelos. Algo así como la batalla de gallos en el rap, pero generalmente menos destructivo con su oponente. Para Contreras, la idea del huaso terrateniente, la instauración de la cueca como baile nacional e igualar a la paya con la rima es resultado directo de la política cultural de la dictadura, donde “existían personajes como El Monteaguilino, El Clavel o Lalo Vilches a los que no les cuestiono su origen ni si son campesinos de verdad o no, pero sí que montaban un personaje que causaba risa”, donde la presencia de la mujer era prácticamente nula gracias a la hegemonía patriarcal que poco a poco se comienza a quebrar, incluso en actividades tan conservadoras como la de la Cruz de Mayo.
–Dicen que mi bisabuela era cantora junto a su hermana. Tocaban arpa y guitarra y animaban las fiestas con tonadas de salón para los patrones, pero solo para las celebraciones. El hombre hacía esta otra parte que era, decían ellos, un poco "más alta", que tenía un nivel intelectual mayor. Eso es lo que veían ellos, dentro de su machismo. Pero hoy en día cantores que tienen 90 años o más, que en ese tiempo probablemente habrían dicho "está bien, la mujer donde le corresponde", hoy en día son los que plantean que tienen que estar las mujeres en la rueda.
–¿Qué más ha cambiado entre el ayer y el hoy del canto a lo poeta?
–Te doy un ejemplo cercano. Cristian Mardones que es mi maestro y mi papá putativo, dice que cuando cantó por primera vez a los 16 años usó un verso de la tradición que era de un caballero de Aculeo que estaba en esa rueda de cantores. Empezó la décima y el señor le dijo: “Párese. Usted no puede cantar ese verso”. Y dentro de su timidez lo quedó mirando pasmado y otro cantor preguntó: “¿Por qué no?”... “Porque ese verso es mío y él es muy niño”. Y lo sacó de la rueda. Lica [Mardones] realmente es introvertido y si no hubiera tenido la fuerza, no hubiera cantado nunca más con esa vergüenza que pasó. Antes los viejos eran así, te cortaban nomás. ¡Y que un cabro chico se pusiera a cantar con los viejos era imposible! Hoy abrimos el espacio para que todo el que quiera y pueda, entre a la rueda”.
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Y es que entrar a cantar a lo divino no es difícil. La verdadera prueba es mantenerse.
–En la vigilia se va subiendo a fundamentos cada vez más altos. Si se va a cantar a la cruz, lo primero es un saludo a la cruz. Después se puede cantar por la pasión de Cristo, después por el nacimiento y así sucesivamente. Pero a medida que vas avanzando en la noche los fundamentos se acercan al antiguo testamento y los más viejos son los que manejan esos libros de la historia bíblica.
–Y que requiere un conocimiento inmenso, imagino.
– Claro pue’. Los viejos y las viejas se saben La Biblia al revés y al derecho. Y ahí van quedando, o más bien, vamos quedando fuera de la rueda los más jóvenes. De ahí viene el dicho "morir en la rueda": te quedaste callado, fuera.
***
– Cuando me propuse estudiar esto, sentía que a pesar de que había mucha gente que estaba preocupada por la desaparición del mundo rural nadie tomaba la iniciativa. Nadie pensaba en que nosotros somos importantes, nuestra cultura, nuestros antepasados, nuestros ancestros, sus costumbres, ¿por qué tienen que morir si fue tanto esfuerzo? Pa' que toda esta gente tenga donde vivir tuvieron que pasar muchas cosas, mucha agua bajo el puente. Murió mucha gente, se sacrificaron, pasaron hambre, pasaron frío... ¿Por qué tenemos que dejar que se muera? Por eso hago lo que hago.
Tras una pausa en la que sus palabras quedaron resonando cual metrónomo en mi cabeza, continuó.
–Hay una décima que hice al respecto que dice:
Uno nace lo que es
Y yo nací pa' cantar
Y con mi canto vibrar
Al derecho y al revés
Como en el agua es el pez
Y como pájaro al viento
Vivo mi vida contento
Y entregando mi canto
Así me curo de espanto
Dejando atrás los lamentos
–Abrazar el canto y tu misión en esta vida
–¡Ya no correr más! Asúmete, este eres tú, quiérete y mira pa' delante. Hace un tiempo atrás fui a cantar al Teatro Municipal de Paine de esmoquin negro impecable, humita y zapato reluciente, y cuando fui al auto a dejar la bolsa del terno me di cuenta de que dentro del auto estaba la montura de mi caballo, andaban riendas sueltas y estaba todo lleno de tierra. Volví riéndome y pensé: “estos dos soy yo. El del chunchul y el de la tierra”, ¿cachai?