VOCES| ¿Otra vez fondos concursables?: Dejavú, el apagón cultural de la pandemia
El jueves 19 de agosto no daba más de felicidad. Después de dieciocho meses de suspensión de todas mis salidas culturales volví a pisar un espacio de encuentro con la cultura, esta vez a través de la música en el primer concierto presencial de Nano Stern en el Nescafé de las Artes.
Llevaba días emocionada por esta invitación. Quien me regaló la entrada sabía que un ticket a un evento cultural me devolvería la sonrisa, y así fue. Llegué con minutos de antelación, ese día llovía intensamente, por lo tanto busqué el primer cafecito aledaño al teatro para esperar al amigo, comprar la clásica medialuna y algún planchadito jamón-queso antes de entrar a escena. Necesitaba sentir y vivir el ritual.
Para quienes hemos sido parte del mundo cultural, organizando ferias, programaciones culturales, además de tener el hábito y constancia de visitar los teatros, museos, cines, conciertos, ferias y festivales, el dolor que nos ha provocado no tener estos espacios abiertos, verlos apagar sus luces, derrumbarse y no saber si volverán a estar en pie, ha sido una herida más de esta crisis sanitaria.
Sin embargo, es interesante analizar el fenómeno de esta nueva “habitualidad” que tenemos que ejercer las personas en los diferentes espacios públicos, a propósito de la pandemia. Rápidamente nos aprendemos las reglas y vamos mostrando el carnet, pase de movilidad y ticket de entrada. Ya los teatro cuentan con personal duplicado para estas tareas y así la fila circula más rápido. Gracias a esa activación, por fin ingresamos al hermoso teatro. No puedo negar la emoción que sentí de volver a estar ahí. Conmensurada por la nostalgia de que la última vez que vi a Nano en vivo fue en la misma Feria Internacional del Libro de Santiago, FILSA, en su última versión presencial el año 2018, cuando era gerente de la Cámara Chilena del Libro, donde yo misma lo había invitado, en aquella feria que yo misma había organizado. Y sentí un dejavú de recuerdos.
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Es mucho lo que se ha provocado con la pandemia, principalmente la fracturación del mundo cultural. Muchos hemos sido los que perdimos nuestro trabajo y nos hemos visto en estos 18 meses obligados a realizar actividades de sobrevivencia o a buscar nuevos empleos. Ni hablar de cómo los emprendimientos nos han salvado la vida a productores, gestores culturales, directores, cineastas, sonidistas, montajistas, músicos, artistas callejeros, feriantes, actores, talleristas, y la lista podría seguir eternamente. Y hoy, cuando parece que empieza a salir el sol, veo que surgen lo mismos y nuevos problemas y no es tan fácil volver a abrir el telón y hacer que esta mala película llegue a su fin.
El mundo cultural en la práctica no es interés más que de quienes lo integramos. Nosotros hemos sido los conectados con nosotros mismos, conociendo de primera fuente qué pasó con nuestros compañeros del sector, nuestros amigos y colegas. ¿Acaso al gobierno le ha importado lo que sucedió con el mundo artístico y cultural durante estos meses? ¿Acaso la ministra tomó la bandera de lucha para llevar a la mesa las pellejerías que se vivieron en el sector y alguna estrategia de salvación? Nadie hizo nada, pero ahora que empieza a haber hambre de diversión y celebración todos tienen que resurgir como por obra y gracias del espíritu santo.
En el concierto anhelado, Nano no podía empezar a cantar de tanta adrenalina que seguramente sentía al estar ahí. Dieciocho meses después de la incertidumbre provocada por la crisis sanitaria y el estancamiento automático de un estallido social, no es fácil volver a pararse en un escenario, con un telón que decía “Reencuentro” y resumir en un saludo inicial toda una emoción contenida por meses. Sin embargo, sentí que esto no era un simple concierto. Nano se detuvo a entregar mensajes, leyó parte de su libro publicado en pandemia haciéndole publicidad a la editorial. También entregó mensajes políticos, habló de género y de interculturalidad, invitó a dos cantantes más, incluso sumó a su hermana a cantar, para dar espacio, en este, el primer concierto de dos que programó en el Nescafé, a sus colegas como un acto –desde mi perspectiva– de desesperación y solidaridad. O bien, porque nadie sabe qué pasará, en el entendido que esta pandemia nos robó el futuro, el piso y quizás por cuánto tiempo más.
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Probablemente la reactivación del sector cultural no sea una tarea fácil, pero el gobierno es ciego, sordo y mudo, y continúa con la añeja y criticada estrategia de los fondos concursables. En titulares ya se veía por el mes de julio: “Fondos de cultura 2022 contemplan histórica cifra de apoyo para la reactivación del sector” (22 de julio 2021 Diario Universidad de Chile). ¿Otra vez fondos concursables? ¿La gente tendrá que esperar hasta esa fecha para comer y pagar cuentas? ¿Con qué criterio? ¿Con qué jurado? ¿Otra vez para algunos y no para todos? La problemática no se resuelve así, y ya lo sabemos. Aunque se trate de $30 mil millones que serán entregados a través de los seis diferentes fondos y sus 55 líneas, y aunque representen más del 19% que el año anterior. No es suficiente.
Existe una merma que probablemente no es cuantificable, porque no es medible solamente en número, hay una pérdida de los espacios, de la confianza, de los recursos más básicos para volver a empezar, de profesionales con experiencia, porque existe temor de volver a sumarse y, quizás, instancias masivas, de conciertos, ferias y festivales sea más complejo revivirlas con un soplo de aliento. En consecuencia, no solo hemos tenido que perder vidas, también buenas iniciativas culturales que han sido aniquiladas.
El subsecretario de las Culturas, Juan Carlos Silva, quien ha sido un verdadero fantasma en la pandemia, al igual que la Ministra Consuelo Valdés, apareció el pasado mes de julio en la radio Concierto, en el programa “Mañana será otro día” para anunciar algunas medidas, dando a entender que “al parecer” se pondrán a trabajar. Habló de crear “El Registro Nacional de Agentes Culturales, como una iniciativa que busca identificar al sector cultural de manera universal”. También señaló que esta nueva herramienta será clave para fortalecer el programa de ayudas sociales, ya que "este registro nos sirve para ver si estamos llegando bien con los recursos". Entonces me pregunto, ¿realmente existe una disociación de la realidad a este extremo?, porque no me explico que luego de dieciocho meses o más, esta sea la intervención de un subsecretario en un medio de comunicación. Para variar llegan tarde, estamos con respirador artificial y ellos recién se van a poner a identificar.
Por último, remató diciendo, "La pandemia mostró que muchos trabajadores artísticos no interactúan con los fondos del Ministerio” y "En septiembre haremos un levantamiento de datos que trabajaremos con los otros ministerios para focalizar los aportes y ver a quiénes les llegan". Y a mí me dan ganas de sacar el trofeo y darle un premio por la mejor actuación pospandemia.
Esta falta de activación y de cuidado del subsecretario ha sido la dinámica desde que está en ese cargo, al igual que la ministra. Sin embargo, esos hermosos discursos donde todos coincidimos en que la cultura es un factor decisivo de cohesión social que posibilita que las personas puedan reconocerse mutuamente, crecer en conjunto, desarrollar la autoestima colectiva y preservar los valores culturales, cuestiones que tienen una gran importancia para el desarrollo de un país, suenan fáciles de decir en eventos inaugurales o en rápidas entrevistas, porque hoy queda demostrado por esta crisis social y sanitaria que solo son palabras de buena crianza y que estamos solos.
La única buena noticia es que pese a todo, existen efectos positivos de esta pandemia, pero como en tantos otros ámbitos, están liderados por las organizaciones gremiales y la movilización colectiva de los y las trabajadores de la cultura. El modelo neoliberal que imperaba en la vieja normalidad estaba imponiendo pautas de mercado también en el mundo de la cultura, estimulando la fragmentación y la competencia, así como la mercantilización del trabajo y de los bienes y servicios culturales, valorando más su rentabilidad que su calidad artística o su aporte cultural.
Al parecer, no serán los fondos concursables los que salvarán este buque, serán los y las trabajadores de las artes y la cultura quienes teniendo a favor una enorme capacidad de imaginación, experimentación e invención, que se potencia notablemente en situaciones críticas como la que estamos atravesando, de manera articulada volverán a reactivar sus proyectos, conciertos, publicaciones, museos, teatros, cines, ferias y festivales, y nos volveremos a encontrar. De la manera en que se resuelva la incierta ecuación entre pandemia, gestión general de la crisis por parte de las autoridades públicas, accionar creativo del sector cultural y respuesta de la comunidad, dependerá cómo será la reconfiguración futura de los mundos del arte y determinaremos finalmente si fue un apagón sectorial o general.