PERFIL| La patada del “Profe Roberto”: "Le pegué a un torniquete que ya estaba roto"
Profesor de matemáticas, actualmente desempleado. Imputado por patear un torniquete en el metro San Joaquín. Coleccionista asiduo de relojes, plantas, libros y discos. Precandidato a diputado por el Distrito 10. Todos esos son posibles nombres para el perfil de Roberto Campos Weiss, de 37 años, y describen los turbulentos últimos tres años de su vida. Es en gran medida conocido por ser uno de los primeros detenidos del estallido social, ya que el 17 de octubre del 2019 una cámara lo captó pegándole una patada a uno de los torniquetes del metro, y eso derivó en un larguísimo proceso judicial –activo hasta ahora– que lo tuvo en prisión preventiva, y actualmente en arresto domiciliario nocturno.
Roberto y su hermana mayor fueron criados en la casa de sus abuelos paternos. Cuando él tenía cinco años, el año 89, asaltaron a su papá para robarle el auto, se resistió y eso terminó en su asesinato. Vio poco a su mamá durante su infancia, porque trabajaba todo el día, y él era muy protegido y, en sus palabras, “señorito”. La crianza con personas mayores no solo significó vivir en un mundo de música clásica y literatura antigua, sino que también un entorno religioso. Su abuela era muy católica, lo que para Roberto explica en parte el rechazo que siente actualmente por la Iglesia. “Ella es chapada a la antigua, crecí con cuadros de Jesucristo, ella tenía una virgen en la pieza rodeada de flores. Me acuerdo de pasar los viernes santos de luto, teniendo prohibido jugar o escuchar música”, recuerda. Le resultaba difícil porque era un niño curioso y con gran amor por la naturaleza.
Tuvo que aprender muchas cosas solo, ya que estaba rodeado de eufemismos. Se demoró años en entender que su papá estaba muerto, porque solamente le explicaron que se había ido. Nadie le habló de sexualidad, y todo lo aprendió de los libros. No es raro, entonces, que la literatura haya sido uno de sus primeros refugios tras el periodo que pasó en prisión preventiva tras patear el torniquete, lo que lo llevó a escribir su propia experiencia y generar un libro que está por publicar. Varias veces durante la conversación nos reímos porque se le sale información que después me pide que borre, cosas que no quiere que se cuenten antes porque son primicias para su libro.
Del veganismo a la disidencia sexual
Son muchos los temas de los que Roberto quiere hablar, y tanto su autobiografía como su nueva carrera política son plataformas desde las que puede defender sus ideas y explicar cómo llegó a tenerlas. Por supuesto, una de las principales tiene que ver con los presos de la revuelta y las extrañísimas condiciones en que se han dado los arrestos y las audiencias judiciales, pero también tiene mucho que decir con respecto a las disidencias sexuales, el veganismo y el antiespecismo, que han llegado a ser algunas de sus banderas de batalla.
Es abiertamente homosexual. “Soy cola y me gusta que se sepa, porque igual es una postura política”, sentencia. “Yo siempre supe que era gay, no hubo un momento en que me diera cuenta”, dice. Su mamá también lo supo desde el principio, por sus gustos tradicionalmente considerados femeninos. Se ríe cuando cuenta que siempre que pintaba se le acababa primero el color rosado, y que su abuela –en parte por su catolicismo estricto– se enojaba porque Roberto recortaba las flores que aparecían en las revistas y las juntaba. A los 17 años les dijo abiertamente que era gay, porque tenía un pololo y mentía para esconder su relación. Varios años después, cuando estaba en segundo de la universidad, su homosexualidad fue una de las razones por las que lo echaron de la casa.
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Roberto interrumpe su relato para retar a su gato, Rosendo, que se había trepado arriba de la estufa y estaba acostado ahí. Me comenta que tiene una adoración muy fuerte por los gatos. Tuvo uno que murió por inhalación de gases que salían de un calefactor, y le preocupa cada vez que Rosendo juega ahí. El gato lo ignora y pasa todo el resto de la conversación acostado sobre la estufa.
El colegio fue una época muy difícil justamente porque, al ser distinto a los otros niños, le hacían bullying. Pasó por seis colegios solamente en la educación básica, y ahí fue cuando descubrió lo que eventualmente se convirtió en su profesión. “Cuando aprendí a dividir la profesora notó que yo lo entendí rápido y un día me dejó a cargo del curso y me autorizó a ponerles nota a mis compañeros con lápiz mina”. Le pregunto si no se sintió tentado a ponerles malas notas a los que le hacían bullying. Se ríe y responde que sí, que probablemente lo hizo, estando en quinto básico. Primero quiso dedicarse a la medicina, después intentó con la química farmacéutica, y finalmente entró a matemáticas, donde se enamoró de la estadística. Jamás consideró una carrera política, hasta que todo cambió con el torniquete.
[caption id="attachment_684758" align="alignnone" width="650"] El día en que Roberto fue liberado, tras pasar 53 días en prisión preventiva.[/caption]
Cambiar las condiciones del país
Le pregunto cómo empezó a involucrarse en política, y me cuenta que el que lo llevó a ese mundo fue Armando, un activista de derechos humanos y disidencias que además fue su pareja por un largo tiempo. Él trabajaba en Amanda Jofré, un sindicato de trabajadoras transexuales, y Roberto empezó a acompañarlo a las marchas y tuvo una perspectiva más amplia del mundo. “Yo solía ser más bien indiferente, sabía que había abusos en el sistema pero no pensaba que pudiéramos cambiarlos, y no me di cuenta de que estaba siendo egoísta. Gracias a Armando me sentí un agente de cambio como docente, y después me di cuenta de que podía serlo a mayor escala”, reflexiona. Siguen siendo grandes amigos, después de terminar su relación.
Mientras estudiaba consiguió un trabajo para una tienda de retail que le generó muchos conflictos éticos. Cuenta que en esta tienda el público objetivo era la gente con menos plata, y engañaban a los clientes ofreciéndoles un precio y cobrándoles extra al mes siguiente por “gastos administrativos”. Le tocó ver eso en primera persona, y desde ahí empezaron a generarse sus ganas de cambiar las condiciones del país. “Ellos engañaban a personas de las clases económicas más bajas, y yo veía gente que consumía la tarjeta de crédito para comer y pagar arriendos, se endeudaba para eso, y me dolía verlo”, comenta Roberto. Cuando estaba en prisión se enteró de que a ese mismo retail le habían perdonado una gran cantidad de plata en impuestos, y eso nuevamente se sumó a su búsqueda de generar cambios sociales.
El torniquete del metro San Joaquín le cambió radicalmente la vida. Tenía un trabajo relajado, corregía pruebas en la micro camino a su casa, no se excedía en las horas, vivía bien y tenía ahorros, y el día de hoy lleva 22 meses sin poder encontrar trabajo. Dice que los estadísticos son tan pocos que “la única explicación para que no me contraten es que tengo un estigma social, me buscan y encuentran mi historia”. Así que por el momento se está manteniendo a partir de la venta de los libros que atesoró toda su vida.
El día del torniquete
Cuando fue la PDI a buscarlo y le mostraron el video en que aparecía rompiendo el torniquete, él admitió que era él, fue con ellos a su casa, les abrió la puerta con su propia llave, les pasó su computador y la ropa que tenía puesta ese día. No se resistió en lo más mínimo, porque tenía muy claro que lo que había pasado el 17 de octubre iba a significarle un problema en el futuro y había tomado la decisión consciente de hacerlo igual. Irónicamente –y como se puede ver en el video de su primera audiencia, que está colgado en YouTube–, la falta de resistencia fue considerada por la jueza un agravante para darle prisión preventiva, argumentando que entregar todo voluntariamente validaba su intención de cometer el delito.
Me cuenta sobre el día en que sucedió todo, siempre con una sonrisa un poco irónica, con mucha más frustración que tristeza o miedo. “Yo como profe vi a las alumnas secundarias saltar los torniquetes y las apoyé. Cuando le pegué al torniquete estábamos rodeados de estudiantes universitarios que estaban avalando el movimiento de los secundarios, y después fue la sociedad entera la que hizo esta validación. Éramos siete personas que participamos, yo fui el último en involucrarme, y le pegué a un torniquete que ya estaba roto”. Una de las causas por las que se decretó que era una persona peligrosa y tenía que estar en prisión preventiva fue que había generado un daño a un torniquete que se podría haber arreglado.
¿Y qué significó esa patada, además de todos estos cambios en tu vida?, le pregunto. Me responde que para él no fue un acto vandálico, fue un acto emotivo. Sabía que no iba a generar un cambio, pero fue romper un símbolo, un elemento que no permite avanzar. Fue “en la estación donde está mi universidad, el campus San Joaquín, donde me endeudé como tantos para poder estudiar, una estación que tiene el nombre de un santo católico, y vi esta barrera que está ahí para obligarnos a pagar, para seguir mercantilizándonos”, reflexiona.
Sobre el futuro de Roberto aún no hay mucha claridad. Está entusiasmado con su campaña política y con abrir camino a otros candidatos independientes, también con recibir el cariño de la gente en las calles. Me cuenta, como noticia, que le retiraron la Ley de Seguridad del Estado –cosa que no se ha dicho públicamente–, lo que es una esperanza para el resto de los presos de la revuelta. Quiere hacer cambios, dejar una huella, pero también le encantaría volver a hacer clases y retomar la vida de la academia, aunque cree que van a pasar muchos años antes de que alguna universidad lo contrate, al menos hasta que su nombre deje de generar polémica. Quizás, si eventualmente el proceso judicial avanza, podría tratar de que le saquen el arraigo nacional y poder estudiar en algún otro lado, pero por el momento no hay señales de que eso vaya a pasar.