Felipe Reyes, cronista y editor: El discurso vacuo de Sichel y las autorías de mercado
Felipe Reyes da huesos, voces, identidad y politicidad a diversos personajes del siglo veinte. Sin ir más lejos, con Guido Arroyo escribieron Chacarillas: Los elegidos de Pinochet (Editorial Alquimia, 2019) reunión ceremonial de la juventud que armó las principales redes del pinochetismo. Desde hace años se dedica a la crónica y la edición para entender parte de la identidad editorial y literaria del siglo XX. Destacan su selección de crónicas de Rodolfo Walsh y Roberto Artl. Pero algo distinto se teje en sus ficciones. La recién reeditada Corte (Provincianos, 2021) narra la pelea de dos choros en una cancha de fútbol. Una de las novelas más interesantes para afrontar la marginalidad de principios del 2000, la traición y el cambio generacional de las lógicas de la pobla y sobre todo la construcción de una red de personajes atravesados por la miseria. Felipe dice estar contento por la nueva edición de Corte, con nueva fotografía y un diseño editorial que homenajea a una portada histórica de una relevante editorial del siglo XX que todavía se puede encontrar en persas y ferias.
Un corte social, cultural e histórico
–¿Cómo fue el proceso de reeditar Corte?
Básicamente a gracias a la iniciativa del escritor Nicolás Meneses y su propuesta de publicar el libro en Provincianos, de lo que estoy muy agradecido, y por supuesto con todo el equipo de la editorial. Me encantó la cita u homenaje de la portada a un libro de Alfonso Alcalde y las nuevas fotos del interior. Así es que contento por su nueva vida y que vuelva a circular otra vez. Además de las nuevas fotos, esta vez incluí una pequeña escena que había sacado anteriormente –no sé muy bien por qué–, y ahora volví a poner.
–Corte habla de espacios invisibilizados o derechamente estereotipados de la población como es una cancha de fútbol. ¿Por qué te interesó narrar desde la ficción ese lugar?
Me interesa por varios motivos. El primero es, quizá, precisamente lo que tú dices: intentar decir algo más sobre esos 'espacios invisibilizados o derechamente estereotipados', algo más allá de la consigna, de esa visión bucólica –como de comercial de yogurt– de la dictadura. Pero también en términos políticos e históricos, sentí que ese espacio me permitiría indagar en esa herida nacional que generó un nuevo tipo de sujeto, una nueva forma de ser y estar. Ese “corte” no solo en la piel, en el cuerpo, sino también es un “corte” social, cultural e histórico que determina a los personajes.
También porque creí que esa trama y el hecho central de la novela –una pelea a cuchillo en una cancha de tierra que no dura más de cinco minutos–, estructuralmente hablando, me permitiría intentar lo que finalmente salió: fundir al narrador con el flujo de conciencia de los personajes en una sola voz que abarca todo el relato. Y, además, es también es mi humilde homenaje a Carlos Droguett.
–La novela habla desde una vertiente social que la vuelve político. ¿Cómo piensas la política en literatura?
En mi opinión, lo político puede leerse de varias maneras, y es también una de las lecturas posibles que hace cada lector. Creo que cualquier noción de lo político está implícito en el texto –hasta en la elección del narrador–, pero también en lo que se omite.
Animitas literarias
–Lo digo porque hay una caricatura de la marginalidad, sobre todo en este tiempo donde se carece de escrituras periféricas. ¿Qué autores(as) influyeron?
La lista de influencias siempre será larga, pero para acotarlo al ámbito local, siempre me ha interesado la literatura chilena de la primera mitad del siglo XX, y cómo esas obras dialogan con nuestro presente, en tanto forma y fondo, y la configuración de una idea de tradición, perdida o un tanto desconocida, creo yo. Y uno tiene sus 'animitas literarias' –por decirlo de algún modo–, esos autores a los que uno vuelve una y otra vez, como Droguett, por ejemplo, que es una influencia permanente, quien continua interpelándonos con su prosa inquietante y torrencial. Como también la humanidad reflexiva de Manuel Rojas; la sutileza piadosa de Marta Brunet; la vitalidad oscura de Nicomedes Guzmán o la crónica urbana de Alberto Romero, por nombrar algunos.
–El 2019 aparecieron varias publicaciones relacionadas a la revuelta social. Diversos(as) columnistas o autores(as) intentaron entender la problemática. ¿Qué te pareció ese suceso?
La verdad es que no he leído nada de esas urgencias por entender/explicar el hecho y sus archisabidas causas o detonantes, así es que no sé si se trata de un puro gesto, de clavar alguna bandera o de algo más.
–¿Crees que el medio cultural dio abasto, comprendió lo que estaba pasando?
Creo que tiene que ver precisamente con eso, que se hayan publicado varios libros es justamente por esa multiplicidad de sentidos y lecturas, “el circo en llamas”, como decía Lihn, pero cualquier idea de “medio cultural” me parece algo muy diverso, que excede mi capacidad de comprensión.
– ¿ Y qué autores te desagradan o te aburren?
Bueno, lo que más me aburre es leerme a mí mismo. Y como en todo campo de subjetividades, me aburren las escrituras de las 'intimidades inofensivas', al decir de Tamara Kamenszain, pero también me interesan muchas otras. Sin embargo, una cosa son los autores y otra, los libros o las escrituras. Sin duda hoy en Chile hay muchas autorías interesantes, libros interesantes. Tampoco es que esté muy atento a la novedad editorial, a esa lógica trendy y neoliberal del consumo inagotable de 'la novedad'. Releo a los autores que me alucinan más que estar al día. Además, leo otras cosas también, no solo literatura.
Cultura de la celebridad
–¿Qué diferencia hay entre esos perfiles que trabajaste en Un reflejo en el agua movido por el viento (Lumen, 2019) y las autorías de mercado que existen hoy?
Más que perfiles, me interesaba narrar pequeñas escenas de encuentros, momentos, o largas amistades atravesadas por la literatura –aunque se cuela el cruce del pintor Nemesio Antúnez con Einstein o la veta bohemia de Lenin–, con ese vínculo como eje de los textos.
En cuanto a las autorías de mercado, tal vez la mayor diferencia que veo es la penetración absoluta de la 'cultura de la celebridad', ciertas escrituras gestadas en las ansias de la 'mundialización', y en la homologación de ciertos estilos y fórmulas que excedieron el marketing literario y hasta se instalaron también en la política –o en la ilusión de ella–, cuya manifestación más reciente sería el vacuo discurso meritocrático de Sichel: el “yo te cuento mi historia” como poética.
–En tus textos no ficcionales tratas de configurar ciertos personajes como Rodolfo Walsh y Artl, y en traducción a Mark Twain. ¿Cómo abordas esas figuras políticamente relevantes del siglo XX?
El interés por armar libros como esos surge, primero, a partir de la lectura de las obras de esos autores, sus particularidades, la vinculación o el rechazo con su tiempo.
En el caso de Arlt y Walsh, el eje son los viajes de ambos a Chile en momentos políticos clave, su interpretación de esa contingencia y el registro de esas experiencias, como postales de época. En el caso de Twain, buscando unas fotos de otra cosa conocí esos textos de prensa, esa veta más política, de crítica social, esas columnas, réplicas o intervenciones públicas en la que critica el intervencionismo norteamericano a fines del siglo XIX y comienzos del XX, los que fueron todo un descubrimiento para mí.
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–Hace poco te antologaron un cuento en una editorial que publica principalmente ciencia ficción, fantasía y terror. ¿Cómo te llevas con los distintos géneros literarios?
Sí, Matapiojos se llama la antología que hizo el escritor Aldo Berríos y a quien agradezco la invitación y la variedad de estilos o escrituras que consideró.
En mi cuento no hay nada fantástico o de terror, más bien es sobre lo terrorífico que pueden llegar a ser nuestros fantasmas o la propia psiquis. Respecto a la pregunta: no soy un gran conocedor de la ciencia ficción o el terror. He leído grandes cuentos y novelas en ese registro, pero no tengo prejuicios: entiendo la literatura como un campo abierto, de experimentación, de libertad.
–En Chacarillas: Los elegidos de Pinochet intentaron configurar la construcción del pinochetismo. ¿Cómo ves el pinochetismo en la actualidad?
Afortunadamente, según los resultados de las últimas elecciones de constituyentes, gobernadores y primarias, al parecer el pinochetismo cavernario que representa la secta nacida a la sombra del dictador (la UDI) estaría en retirada, y espero que pronto su gravitación e injerencia política sea acorde a lo que realmente son: una minoría macabra que ha impuesto –primero a sangre y fuego y después con el peso de lo que fue su “recompensa” por el soporte civil otorgado a la dictadura– sus propios valores, intereses y privilegios en desmedro a una gran mayoría de chilenos.
Espero que el siguiente paso, o su sepultura definitiva, germine en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias de fin de año y en la implementación de la nueva Constitución.