VOCES| Carolina Saldivia: Una nueva ausencia en Punta Arenas
Lo que pasa es que nos creemos inmortales. Pero como dice Jorge Luis Borges “Morir es una costumbre que sabe tener la gente” (Milonga de Manuel Flores). Sí, nos gusta la vida. Nos gusta el reírnos, disfrutar de un guitarreo, estar con nuestras hijas, con nuestros hijos. Pero somo frágiles. “Vivimos entre abismos, don Mauricio”, me dijo alguna vez don Nicanor Parra.
Claro, es verdad, de pronto luego de los setenta años, la gente parte, y es más natural. Así se fue hace poco el querido poeta Omar Lara a los ochenta años, y ayer no más murió el bajista de los barbudos ZZ Top, Dusty Hill, a los 72 años; y en República Dominicana murió Johnny Ventura, voz y leyenda del merengue a los 81 años.
Así se nos ha ido, demasiado pronto, a los 44 años una gran amiga de mi familia, Carolina Saldivia Andrade. Una mujer increíble, luchadora, militante del Partido de Salvador Allende, el Partido Socialista. Generosa, de gran sentido de humor, hospitalaria en la fría Punta Arenas. Destacó en el servicio público, fue gobernadora de Magallanes, directora de SENCE, directora del Servicio Nacional de la Mujer y de la Fundación para la Promoción de la Mujer (PRODEMU).
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A su casa llegamos con mi compañera, mi hija y mi suegra en febrero del 2019. Estuvimos con ella, con su compañero, el querido Roberto Niculcar y el hijito de ambos, Emiliano. También compartimos con su madre, la señora María Angélica Andrade.
El miércoles mientras trabajaba en mi próximo disco, mi compañera entró a la cocina y me lanzó la noticia de un tirón: “¡Se murió la Carola de Niculcar!”.
Y es todo tan, pero tan brutal de ahí en adelante ¿A qué puede aferrarse uno, una, ante ese ventarrón fuerte que es la muerte y que se lleva a nuestros seres queridos? Tenía 44 años, y ya no está y no estará nunca más. La recordamos con mi compañera y escuchamos su voz en el teléfono cantándonos Feliz Cumpleaños ayer no más. Cumple años. Lo damos por sentado eso de cumplir años. Años de vida. La vida es todo lo que tenemos. La vida nuestra y las vidas de los seres que amamos. Nada está garantizado. Buscamos explicaciones en dioses, en otras vidas, en voces de ultratumba. Pero nada reemplaza la sonrisa de esa o ese que ya no está.
Solos nos quedamos, solas nos quedamos. En el caso de Carolina fue un ataque cardiaco. Repentino. Veloz. Un rayo no más que nos anuncia que estamos todos y todas solo prestados y prestadas en esta dimensión. No hay poder humano, no hay dinero ni riqueza en el mundo que detenga la muerte. Ella democratiza nuestra condición. Nuestra fragilidad nos hace iguales. ¡Y queremos ser felices! ¡Y podemos ser felices! Eso nos enseñó la querida Carolina. Abriendo su casa, su corazón para todas y todos.
Abrazos para la señora María Angélica, Roberto y Emiliano. Carolina se quedó para siempre con nosotras y nosotros. Punta Arenas siempre tendrá su sonrisa.