Para no “ir a pasear” a Tokio 2020 necesitamos otra identidad deportiva y contratos de trabajo
Ya comenzaron los cuestionados Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (que se están disputando en julio de 2021). En medio de protestas del pueblo nipón silenciadas por el ruido de la inauguración, frente a los contagios y lesiones de deportistas chilenas y, como a la gran mayoría de los medios le importa, de los pobres resultados de la delegación chilena. A los pocos días de comenzadas las competencias, más de la mitad de la delegación chilena ya fue eliminada de sus deportes, obteniendo, hasta el momento, ninguna medalla ni lugar de los que se consideran importantes. En este escenario varias personas ya dicen que todos y todas las deportistas que componen la delegación chilena “fueron a pasear”. Frente a eso, ¿qué podemos hacer cómo país para que existan resultados en los JJ.OO.?
Desde los diferentes estudios que he tenido la oportunidad de realizar, aparecen dos puntos importantes: la identidad deportiva chilena y los contratos de trabajo. La identidad deportiva se caracteriza por ser individualista (coherente con la cultura neoliberal imperante), centrada en la segmentación de clase entre deportistas (los que juegan fútbol son de un lado, los que juegan polo son de otro) y que, si bien identifica valores colectivos como el esfuerzo, la perseverancia, la garra y la pasión, estos se construyen como recursos para hacer frente a las dificultades para mantenerse en el deporte.
En cuanto a los contratos de trabajo, existe un vacío a nivel global sobre el reconocimiento a los y las deportistas que se dedican profesionalmente a esta actividad, ya que en ningún país del mundo tienen reconocimiento como trabajadores (salvo ligas que mueven mucho dinero como el basquetbol, el fútbol, el béisbol, entre otras). En nuestro país, quienes se dedican al deporte como su actividad principal reciben una beca, lo que no los reconoce como sujetos económicos para acceder a créditos de consumo o hipotecarios, seguridad social, salud, postnatal o vacaciones. Por lo señalado, para que nuestros representantes deportivos se vuelvan competitivos, necesitamos dignificar y profesionalizar esta actividad, ya que no puede ser normal que los y las únicas que no sean reconocidos como trabajadores sean quienes sostienen esta institución. Entrenadores, técnicos, periodistas, autoridades, profesionales médicos y de las ciencias sociales poseen un reconocimiento económico como trabajadores del campo deportivo; los y las deportistas no. Ellos y ellas reciben una beca, a pesar de demostrar con hechos subordinación y dependencia al cumplir horarios y entregar los derechos de su imagen al Estado, sumado a los esfuerzos de alimentación, entrenamiento y desarraigo de quienes son de regiones, al tener que desarrollar su carrera en la capital.
Para no “ir a pasear a Tokio”, o a otros Juegos Olímpicos, deberíamos construir una identidad deportiva basada en la solidaridad y la colaboración, por sobre el individualismo clasista imperante en varias disciplinas deportivas en la actualidad y en nuestra historia. También, es posible usar la creatividad para que la institucionalidad deportiva reconozca a quienes se sostienen del deporte como trabajadores y trabajadoras.