El desconcierto
Desconcierto: “Este vocabulario se refiere de una alteración de unos fragmentos de un artefacto o de un cuerpo. Estado anímico que consiste en una sorpresa, desorientación, indecisión, confusión, azoramiento o extrañeza” (RAE).
Esta columna, como me viene pasando de manera más que recurrente, es un ensayo muy preliminar y escrito sobre la vorágine de una historia que debe ser narrada de alguna manera, aunque sea imperfecta, quizás sin mucha coordinación estilística, pero que se debe a la urgencia de un ciclo histórico que, así como nos estremece, a veces nos decepciona. No pretendo ser un “consciente snob” (Jorge González dixit) ni estetizar –como exigen algunos “eruditos” formateados en los pasillos ultra higiénicos de sus universidades, y que se atreven sólo por redes sociales a distribuir ninguneos–, con fraseología deconstruccionista un tramo de la historia de Chile, uno que parece ser de los más determinantes que hayamos vivido. Mi intento es menor y se trata, simplemente, de atreverse con un par de hipótesis con toda la objetividad –difícil objetividad– de la que dispongo. No vengo a arrojar escombros sobre la tristeza del noble pueblo comunista al que siempre respetaré (cómo no pensar en este momento en la enorme Gladys Marín o el valiente y maravilloso Pedro Lemebel, quienes más de una lágrima deben haber soltado desde sus tumbas), tampoco a hacer apología del justo triunfo de Gabriel Boric. Esto es un análisis político, no otra cosa.
Primaria desconcertante, repleta de potenciales análisis; momento político, nuevamente, excepcional al que nos venimos acostumbrando en sólo un par de meses. Se superó la convocatoria de la primaria de 2013 y, con más de 3 millones 100 mil votantes, pasa a ser el proceso pre-presidencial más concurrido en la historia reciente de nuestro país. Si le sumamos a esto que no hubo candidatos/as de la ex-Concertación, entonces el fenómeno es todavía más desfasado respecto de lo que entendemos por participación política.
De todas las batallas, por supuesto que la de Boric y Jadue fue la más interesante e intensa, y venía siéndolo ya desde hace unos cuantos días. En esta disputa quisiéramos detenernos porque ella despliega un simbolismo mayor. Por un lado, porque tiende a expresar la reorganización de la clásica y repetitiva fórmula derecha-Concertación donde los dados venían, desde antes de las votaciones mismas, cargados. Pero también porque, puedo equivocarme, nunca en Chile se enfrentaron dos proyectos con vocación “fundacional” –hay que decirlo de algún modo– tan clara y sobre todo al interior de la misma alianza, y en la que se retorizó, como tótem ideológico y espacialidad lingüística, con la muerte y tumba del neoliberalismo (cierto, la elección de Frei Montalva y Allende, en 1964, enfrentaba dos proyectos de sociedad completos, pero no dentro de un mismo bloque o coalición).
Justamente es por esto que lo que pasara en la derecha no le importaba a nadie más que a la derecha misma. Se trataba de múltiples rostros que, dada la densidad del momento histórico, venían hace rato intentando cuadrar el círculo: votando por el Apruebo, auto-proclamándose socialdemócratas o haciendo gárgaras con una alguna sonámbula idea de pasión por lo público. Todo esto no alcanza para ocultar la estría continuista, neoliberal e incluso conservadora que se encarna en su anatomía histórica. Que se engañen entre ellos, pero cuidado, siempre en este país los “mercaderes” (por usar el término de Gabriel Salazar) han sabido monitorear conciencias y desde sus palacetes o haciendas diseminan influencia de manera progresiva y contundente. Pero ya será momento de referirse a la oligarquía temblorosa que celebra el triunfo circunstancial con champagne, así, con denominación de origen.
Ahora, y como decíamos, para entrarle a la elección de la denominada izquierda podríamos ensayar diferentes lecturas. Una es que no ganó Boric sino que Jadue se derrotó, y si así fue, los obstáculos se los puso él mismo en los últimos metros de la carrera. En una columna anterior en este mismo medio, sostuve, cuando Jadue parecía no tener rival, que su capacidad de despejarse el camino de quien fuera que amenazara su bien vertebrada arquitectura anti-sistémica, lo elevaba a un nivel político inalcanzable. Sin embargo, y esta puede ser una de las tesis dentro de esta primera entrada, Daniel fue infranqueable cuando no hubo amenaza a la vista, cuando pudo desplegar sin complejos ni límites el clásico liderazgo comunista, es decir, fuerte, rígido y con una excepcional sensibilidad para identificar al enemigo y a todos sus emblemas; estos son liderazgos poderosos cuando en la ruta no hay maleza ni surcos que le dificulten el paso. Otra cosa es cuando alguien se para al frente con decisión y se transforma en una sombra no imaginaria, sino que real, instalándose progresivamente como una alternativa en serio a la que, y como vimos, no la pudo detener ninguna maquinaria ni política, ni mediática, ni discursiva.
Lo dramático, por adjetivar de algún modo lo que ocurrió, es que todo lo que relatamos pasó en los últimos 10 días, lo que nos vuelve a demostrar que en política los tiempos son distintos; no responden a una cronología sino que, más bien, se trata de una temporalidad autónoma que se despega de cualquier linealidad, produciendo y distribuyendo sus propios sentidos, sus propias dinámicas; una que va muy por fuera de cualquier comprensión lógica del tiempo común. 10 días para una campaña como la que vivimos es una vida entera y esto fue lo que comprendió mejor Gabriel Boric, que no dio por perdido nada ahí donde todo le indicaba que sería derrotado. Jadue, por su parte, se entregó a sus pasiones y no pudo ponderar el nuevo escenario, construyéndose trampas y dinamitando el poder popular que, se suponía hasta ayer, era su arma principal. Su confeso desprecio (e ingenuo cuando se está en campaña) por los medios de comunicación, lo mal cuidada y asesorada que fue su estética en los debates, sus derivadas titubeantes cuando de Venezuela, Cuba o China se trataba, el indicar a Boric de ser el responsable de los presos políticos de la Revuelta, en fin, descarrilaron lo que era una victoria calada. Él era pingo fijo. Por otro lado, y esto lo comparte con Boric, aunque este último colectiviza instrumentalmente el discurso más que lo personaliza, creo que esa tendencia o desplazamiento libidinal hacia la gran historia, a la refundación y a la generación de mitos articuladores de un nuevo tiempo, tampoco le jugaron a favor. Hay razón cuando se dice que para entender la política se debe recurrir a Freud más que a Marx.
Otra lectura es que, por supuesto, el mérito puede ser sólo de Boric. Seguramente su discurso fue más laxo –en el sentido de menos rígido–, menos histriónico en relación a la performance mediática y con un mayor olfato táctico para el contexto, el tiempo y el espacio. En esta perspectiva (y esto es bien extraordinario para una persona tan joven), su manejo de las temporalidades políticas es agudísimo, a la vez que nunca se le desarma el temple por más que una artillería completa de periodistas le disparen a mansalva. Hay en él, además, una preparación argumentativa que pareciera de mayor densidad. Si bien Jadue aparece como el gran político, el hombre de izquierda que viene con la receta mesiánica que salvaría a este país de las garras siempre afiladas del capitalismo, Boric espera y contrataca apoyándose en el argumento de su rival. Mientras fue increpado no respondió con vehemencia, sino que más bien clasificó sus argumentos y los devolvió muy bien organizados de tal manera que no crearan una forma desprolija, evitando el escenario puramente confrontacional, lo que le permitió levitar 20 metros más arriba que su rival (el número no es al azar).
Por otro lado, y esta puede ser una mirada algo más arriesgada sino destemplada, en una de esas pudo ser que Boric, en una estrategia mucho más fina y de ajedrecista experimentado, al límite de un cierto perfeccionismo, haya generado todas las condiciones de posibilidad para que, justamente, todos los ángulos más débiles de Jadue quedaran en evidencia, asumiendo él mismo el riesgo del despeñadero. Esto pareciera ser cercano al juego sucio, pero no lo es; es más bien una vieja táctica que sólo funciona en la medida en que cada jugada es total y absolutamente premeditada. La famosa foto con Narváez, por ejemplo, pareciera haber sido un error del mismo Boric, pero después de la batalla nos damos cuenta de que quien más perdió denostando y apuntando sin mira, fue Jadue. A lo mejor Boric lo llevó a ese lugar, y si fue de esta manera es otro punto a favor del magallánico en el billar de la política electoral. Insisto en que esto es hilar muy fino, pero las explicaciones a este desconcierto, me entenderán, hay que buscarlas por todos lados
Por último, y lo que podría ser más puramente objetivo, es que la alta participación, histórica, favoreció a Boric. Inapelable y tradicionalmente el discurso comunista es un discurso de nicho. Su naturaleza, al ser específica de un grupo de la sociedad que entiende y asume la historia como un proyecto (esto es, como una teleológica ruta sin desvíos hacia un tipo de sociedad y no otro), lo anida en un espacio particular del que le es difícil desapegarse. Esto le quita capacidad de maniobra, aunque Daniel Jadue parecía que lograba ir más allá de este perímetro ideológico. Su retórica de lo “popular” siempre me hizo pensar que extendía las posibilidades del PC, quizás así fue, pero no bastó para evitar la amarga y estrepitosa derrota. La voluptuosidad de estas votaciones primarias, sin duda, la capturó Gabriel Boric, quien, precisamente, mostró mayor ductilidad y capacidad de ajuste a cada momento político específico.
El mapa queda delineado. Con Boric como ganador de una cierta izquierda, el centro se estrecha. Para Yasna, que siempre fue un oasis posible en medio de la árida perplejidad de la ex– Concertación, su radio de acción e injerencia se reduce significativamente. Le convenía, por supuesto, el triunfo de Jadue, con el que podía diferenciarse mucho más claramente y promover una candidatura con planetas de diferentes órbitas. Se tomó más tiempo del que debía, pero hasta la entiendo, nadie esperaba el triunfo del desconcierto. El PS, exiliado por Jadue para participar en las primarias, se ve casi obligado a seguir tomando el té con Gabriel Boric y su única capacidad potencial de tener una mínima injerencia en el mundo que viene es cuadrarse detrás del proyecto que impondrá “Apruebo Dignidad”. También se abre el espacio para que una izquierda más a la izquierda se las juegue por una candidatura, Boric deja esa zona deshabitada. Nos referimos a la “Lista del Pueblo”, a la que hay que estar atentos si da el paso definitivo, o no, a su configuración como conglomerado político formal.
Con todo, fue un domingo desconcertante que quedará en los anales de esta bizarra y nueva pasión por el fenómeno de las primarias. Por supuesto: dice mucho del Chile que viene que un joven de la élite patagónica, con una determinación brutal y una cintura política de alto calibre, lograra derrotar al representante de un partido histórico que ayer pudo tocar una primera fase de la gloria. Pero no pudo hacerlo (y lo digo con todo el respeto por un partido que llevo en el corazón) porque se dejó ingenuamente llevar por sus pasiones, entregándose al mesianismo y perdiendo la posibilidad real de que por primera vez en Chile flameara en La Moneda la bandera del martillo y la hoz.