¡Lucha, lucha, lucha! Luisa Toledo, madre de la rebeldía
Las revueltas que estallaron en octubre de 2019 siguen poniéndose en el centro del acontecer de Chile, por mucho que el poder instituido trate de domesticarlas una y otra vez. Las imágenes de la machi Francisca Linconao como guía espiritual en la toma de posesión de la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncon Antileo, llenaron de dignidad –ese concepto clave de las revueltas– una ceremonia dominical cruzada desde el comienzo por la tensión entre los protocolos republicanos y la desestabilizadora presencia del poder destituyente, en las calles y en la propia sala de la Convención. Pocas horas después, la noticia del fallecimiento de Luisa Toledo, la icónica mujer combatiente de Villa Francia, vino a dar otro remezón a la ya telúrica dinámica política del país. Madre de Rafael, Eduardo y Pablo (los tres asesinados por los aparatos represivos del Estado chileno), a Luisa le sobrevivieron su marido Manuel y su hija Ana durante el treintenio neoliberal, y con ellas fue sumando a su prole a un amplio conjunto de jóvenes populares que se identificaron con el compromiso y coherencia de sus luchas.
Luisa fue despedida esta semana como “madre de la rebeldía”, en medio de un momento político y emocional que se intensificó desde el instante mismo de la noticia de su partida este martes. Incontables in memoriam se tomaron, entre otros, espacios como la Convención Constitucional, el Concejo Municipal de San Antonio y las palabras al cierre de debate del candidato presidencial comunista Daniel Jadue, para no hablar de los miles de voces y cuerpos que se manifestaron en velatones populares y redes sociales.
Por sobre todo, el velorio en la Villa Francia y la marcha fúnebre hacia el Cementerio General (donde sus restos fueron sembrados junto a los de Rafael, Pablo y Eduardo) transpiraron la rabia y el dolor de verla partir sin haber alcanzado justicia. Aunque esta vez dichos sentimientos estuvieron acompañados por la convicción de que la semilla de lucha y dignidad que nos deja va encontrando más y más suelo fértil. Que no es sino otra forma de decir que los jóvenes y adultos a los que Luisa habló (con palabras o con su sola biografía) han venido escuchando, han seguido escuchando.
Tal y como lo hizo el cura Mariano Puga desde otra trinchera, Luisa Toledo intervino en el ciclo de revueltas para hablar de renovar las energías y los medios de iniciativa popular, para así resistir y enfrentar las estructuras estatales y capitalistas de violencia de clase. Lejos de los patios republicanos de la democracia, sus posiciones y declaraciones acerca de la violencia popular no dejan indiferente a nadie, y de seguro las narrativas oficiales seguirán criminalizando sus palabras contra toda forma de criminalización clasista. Leo en ella una actualización de la noción de violencia popular o proletaria que alimentara a Benjamin, Mariátegui y Fanon entre otros: una idea de violencia como parte del propio automovimiento organizado de la clase, la multitud o la nación, en su permanente conflicto con el orden, con la paz de lo impuesto a la fuerza.
La transversalidad y radicalidad en el adiós a Luisa Toledo son entonces parte de las revueltas y de las transformaciones que nos proponen. Tenemos el desafío de reconocer en toda su magnitud y complejidad aquellas referencias éticas y morales que nos interpelan como pueblos, como demos, y que simbólica y materialmente se resisten a cerrar el momento destituyente y pasar al business as usual. De lo contrario, terminaremos con un recorte testimonial de sus luchas, agregando su nombre a un panteón que sólo crece, y sabiendo que ni siquiera los muertos están a salvo del enemigo cuando vence (y que este enemigo no ha parado, todavía, de vencer).