Salir del tabú: Altamirano, dos años después
En los Juegos Sudamericanos de Atletismo del año 1946, un Estadio Nacional repleto se rendía ante los pies de un joven altísimo, de cara desabrida que lograba saltar casi dos metros. Ese muchacho, que ganó la competición, murió hace dos años y se llamaba Carlos Altamirano Orrego. Estamos a un año de que se cumplan 100 años desde su nacimiento y creo que estamos a tiempo de empezar a conversar de su obra y su legado en la construcción de la justicia social sin que venza el prejuicio y el silencio.
Altamirano fue un hombre central de la vida pública nacional en la segunda mitad del siglo XX. Literalmente, porque en 1953, a sus 30 años, fue subsecretario de Hacienda del presidente Carlos Ibáñez del Campo. Él estuvo entre nosotros hasta un par de meses antes del estallido social. Pero fue olvidado en vida, salvo por ciertos historiadores que conversaban asiduamente con él o un grupo de compañeros socialistas que lo acompañaron hasta el final. Cuando murió, el Partido Socialista de Chile lo despidió con palabras de buena crianza, pero en esa estructura quedaba muy poco de Altamirano. Por lo mismo, se omitió su figura rebelde, revolucionaria y promotora de la renovación que tempranamente descubrió que ese camino desvió sus principios fundantes: reconciliar democracia y socialismo, ni más ni menos.
Más allá del personaje, periodísticamente fascinante, muy rokhiano, es decir punzante, en las formas y muy huidobriano, es decir sofisticado, en otras, Altamirano es probablemente la mejor expresión de clase en sí y para sí. El “Mayoneso” (se le llamó así por sus adversarios por estar “loco”) fue un hijo de la oligarquía chilena que entregó sus mejores energías por la revolución y después por el reposicionamiento de la cultura socialista.
El problema es que sobre Altamirano, además del silencio, priman dos juicios categóricos: es el culpable del Golpe y, como si fuese poco, es el responsable de la descomposición del Partido Socialista. Pero responsabilizar a Altamirano del Golpe es un juicio a priori, superficial e inconducente. Pensar que la persona más buscada por la dictadura fue el responsable de la instalación de la misma no tiene mucho sentido.
Recientemente, la serie Héroes invisibles de Mika Kurvinen y Alicia Scherson replicó una caricatura de Altamirano como alguien que “escapó” de Chile sin dolor alguno en los momentos más duros. Nadie respondió, nadie defendió al ex senador que en sus tiempos mozos era el terror vivo de la élite y un personaje muy querido en las poblaciones de Santiago Sur.
Una vez recuperada la democracia, Altamirano vivió un proceso de exclusión y retiro, pero habló y fuerte tres veces en 30 años: una vez por década y en cada una, con un nuevo libro. En una de esas conversaciones, la que sostuvo con Hernán Dinamarca, el año 2000 expresó un poco que ojalá hubiésemos escuchado a tiempo: “Hoy la madre de todas las guerras se está librando entre quienes están destruyendo la naturaleza y quienes, en forma difusa e inorgánica, están denunciando los horrores y crímenes cometidos en contra de ella". Como dice el historiador Cristián Pérez, Altamirano dio un giro en 360º y en sus últimos años fue tan radical como en los 70. El ex secretario general del PS, conversando con Gabriel Salazar, es un hombre que “vio venir” el año 2011. Cuando el canon nos dice que lo normal es ser extremadamente conservador en la vejez, él fue de aquellas personas que desafió la tradición y demostró que se puede pensar lo mismo sin importar la generación.
Altamirano nos recuerda que la historia socialista es rica y representa mucho más que sólo el allendismo. Es una cultura política y una ideología que combina sin recelo alguno libertad e igualdad. Por otro lado, entregó esperanzas a la izquierda porque, a su juicio, ella no debe sentirse responsable por los excesos del comunismo soviético, porque ese nunca fue su proyecto. El ex líder de todos los socialistas dialogando con Salazar fue categórico: “Para mí, el mundo sin izquierda sería un mundo sombrío, siniestro, feudal, hipócrita”. Además, en esas mismas conversaciones hizo una defensa sobre los aportes de la izquierda global; según él, “lo que llamamos izquierda no se reduce al comunismo internacional, sino al gran movimiento sociocultural que desde la Revolución Francesa se la ha jugado por la libertad, la igualdad, la solidaridad y por la secularización y modernización de las costumbres. Ha sido esta izquierda amplia la que le ha dado al alma, espíritu, democracia y libertad al mundo”. Si compartimos el juicio del ex dirigente socialista, quienes abrazan las ideas de izquierda no tienen razones para sentirse derrotados y menos aún pensar, como dicen los mantras de centro y derecha, que han fracasado todas sus experiencias en el mundo.
Considero que lo más relevante es entroncar y poder conversar sobre un personaje clave de nuestra historia sin que triunfen siempre las pasiones. No hay que crear el altamarinismo porque él mismo desconfiaba de todos los ismos, pero, por ejemplo, hay que releer su ensayo Dialéctica de una derrota, un ensayo que entrega una mirada desde adentro y con un análisis de lucha de clases explica porqué la UP no pudo vencer.
En Altamirano hay un universo. Un hombre que leyó con anteojos privilegiados su tiempo y el nuestro. Un ser humano complejo, al que hay que saber escuchar y ponderar porque en todas las etapas de su vida pública y privada contribuyó para que este país fuese algo mejor. Los jóvenes que protagonizaron el octubre chileno que se atrevan a conocerlo verán en él a un compañero y un maestro. Un compañero en la apertura permanente de la democracia y la decisión irrevocable de avanzar más y siempre llegar más lejos. Un maestro que puede ofrecer caminos y reflexiones sobre una ruta que miles de chilenas y chilenos están recién empezando a recorrer; esto es saber que dedicarán sus vidas a cambiar las injusticias estructurales de nuestro país.