¿Tras las elecciones, será Chile la tumba del neoliberalismo?
El resultado electoral de la Convención Constitucional en Chile muestra una nueva configuración política que se acerca más a la realidad del país. No es sólo porque la lista de izquierda Apruebo Dignidad –que reunió al Frente Amplio y el Partido Comunista, Federalistas Verdes y algunas organizaciones sociales– fue la más votada de las fuerzas transformadoras con 28 escaños, sino porque las listas sumadas de los movimientos sociales independientes obtuvieron un contundente triunfo (65 escaños) y, en particular, la Lista del Pueblo con 27 escaños, quedó como la segunda fuerza transformadora, demostrando un arraigo social y territorial notable. Se puede decir que la rebelión social entró a la Convención otorgándole legitimidad constituyente.
Estas nuevas fuerzas expresan un Chile profundo que irrumpió “sorpresivamente” el 18 de octubre de 2019 de forma masiva en las calles, y luego en el sorprendente 80% del Apruebo a una nueva Constitución –no escrita por la mitad de parlamentarios designados–, para rematar en esta nueva sorpresa. De sorpresa en sorpresa de muchos, incluidos los políticos, cabe preguntarse si no son las categorías de análisis las erradas y los viejos esquemas mentales los que están senectos e impiden ver una realidad que ha tenido un giro radical y que late día a día. Una idea que puede ayudar a salir de las sorpresas es que social y culturalmente está emergiendo un país que tiene como protagonistas importantes a aquellos que las ciencias sociales llamaron “los excluidos”, pero que en esa condición anidaron proyectos y concepciones de nuevas formas de vida que hoy se hacen presente y lo hacen con nuevos paradigmas.
Es importante tener presente que lo fundamental de las dos listas mayoritarias por el cambio es que expresan una nueva concepción del desarrollo, es decir una nueva forma de concebir la relación entre crecimiento económico, bienestar social y la naturaleza. Son convencionales nacidos de las Zonas de Sacrificio, de la destrucción de la biodiversidad, de los territorios abandonados por el Estado, de los dolores de la violencia contra las mujeres y niños y niñas, de la represión policial a las comunidades indígenas y no indígenas y que, por provenir mayoritariamente de esas condiciones y lugares, promueven una visión de un desarrollo distinto al promovido por la modernidad occidental. En este sentido, ha emergido un Chile profundo que no va a estar disponible para transar lo decisivo, que es que la nueva Constitución abra paso a un nuevo modelo de desarrollo. Esto significa asumir la economía no como una “ciencia” de gestión tecnocrática sino como economía política, es decir –como señala Rosanvallón– como un proceso de decisiones entre varias posibles, pero que está ligada a un proyecto de sociedad integrada y democrática (ejemplo: reducir salarios para mejorar competitividad es una vía, pero claro está que hay otras mejores y socialmente inclusivas). Así también, una nueva concepción del desarrollo se muestra en la común demanda de reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios y de su autonomía, pues se vincula a las concepciones de una nueva relación con la naturaleza y los seres vivos, que antepone la vida ante el extractivismo destructivo y desenfrenado, y que valora y respeta, como parte de la riqueza del país, la diferencia cultural.
Desde otra perspectiva, la configuración de la Convención Constituyente, con una representación del 20% de derecha (similar a la votación del Rechazo), se puede caracterizar por una gran diversidad de oficios y profesiones (40, mayoritariamente abogados y profesores, con un solo economista), así como por colegios de proveniencia (públicos o particulares subvencionados en un 67%), la mayoría menores de 45 años, más las condiciones de elección con paridad de género y de escaños reservados a pueblos originarios. Esto hace presente la diversidad del “nuevo pueblo”. Es lo que ha otorgado una incuestionable legitimidad a la Convención y que augura, no sólo una nueva Constitución muy lejana a los principios autoritario-neoliberales de la Constitución pinochetista, sino también un cambio generacional en la conducción del país y un nuevo alineamiento político, que provendrá más de lo que sean capaces de articular los y las constituyentes, tanto dentro como fuera de la Convención.
Como otra muestra de esta enorme mutación sociopolítica está el resultado electoral de las elecciones municipales, gobernadores y concejales. Los resultados municipales han sido aplastantes. La fuerza emergente en este caso fue el Frente Amplio que conquistó alcaldías en manos de la derecha de gran relevancia como Maipú, Ñuñoa, Estación Central, Viña del Mar, Valdivia, entre otras, elevando su presencia territorial y mostrándose como una alternativa real de gobierno comunal; así también el PC que logra conquistar la de Municipalidad de Santiago, apoyado por los movimientos sociales y políticos. El retroceso de las dos coaliciones gobernantes los últimos 30 años a nivel de concejales es contundente y la renovación de representantes es profunda. De lo anterior se puede reforzar la idea que está emergiendo una nueva institucionalidad y nuevas formas de representación política, en medio de un viejo sistema de partidos en crisis. A quienes arrasará el maremoto luego de este terremoto está por verse.
Los tiempos que se viven tienen una potencia histórica tan determinantes como lo fue el triunfo de Salvador Allende en 1970 e incluso más. En este proceso hay una energía social y popular en movimiento muy poderosa, aunque con una evidente crisis política de los partidos. Se vive una crisis institucional más que aguda y la derecha política y económica ha perdido el consenso sobre el modelo económico (“el ladrillo”) en medio de su propia crisis de proyecto político. Las FF.AA. no cuentan con legitimidad social ni aparente disposición a que sean utilizadas, hasta ahora. La derecha económica y política está a la defensiva, de forma transitoria, y en ello está la posibilidad de ganar una Constitución Política que impulse a Chile a un nuevo modo de vida más humano. La responsabilidad está del lado de las llamadas “fuerzas antineoliberales”.